Gran Borges
Nunca he coleccionado nada, nunca he juntado papeles, nunca he guardado manuscritos: vivo del viento. No tengo tarjeta multibanco, ni tarjeta oro, ni tarjeta de visita: llevo el dinero en el bolsillo como los comerciantes de ganado y los camellos de la droga. No me importa lo que visto ni lo que como, nunca he bebido, no voy a cenas, y debo de ser aburrid¨ªsimo porque no me aburro. De ni?o jugaba casi siempre solo: sigo jugando solo dentro de mi cabeza, observando las cosas que se hacen y deshacen continuamente en ella. No formo parte de ninguna asociaci¨®n, de ning¨²n movimiento, de ninguna cofrad¨ªa, de ning¨²n partido. Casi no hablo y, en rigor, casi no oigo. Me gustan algunas personas, algunos lugares, algunos libros. No odio a nadie, no envidio a nadie: no porque sea un buen chico sino porque no tengo tiempo. Escribir es un acto que raramente asocio al placer y que, no obstante, me lleva la mayor parte de las horas: desconozco por qu¨¦ soy un hombre que junta palabritas y las coloca unas tras otras con una furiosa y mansa paciencia obstinada. Y ya no tengo nada m¨¢s que decir a mi respecto.
Tal como yo no tiene tarjeta multibanco. Tal como yo no guarda manuscritos. Tal como yo no forma parte de ninguna asociaci¨®n
Todo lo que he dicho antes es verdad y, no obstante, no soy para nada as¨ª. ?Qu¨¦ ser¨¦ entonces? Para m¨ª mismo, principalmente una sorpresa. Contemplo las cosas asombrado. Me conmuevo escondi¨¦ndome todo dentro de m¨ª, calladito, y a veces por una peque?ez. Junto al sitio donde escribo mis libros he descubierto a un amigo: un viejo borracho, sin trabajo, que parece moverse como si anduviese bajo el agua, silencioso y lento. Cuando viene a la superficie sus gestos flotan. Sus ojos tambi¨¦n, navegando en el frasco de l¨ªquido amarillo de su cara, ora m¨¢s arriba, ora m¨¢s abajo, burlones al azar. Habla con una voz de burbujitas de acuario, cada burbujita una s¨ªlaba: all¨ª van surgiendo unas tras otras hasta formar una especie de frase. Cuando se calla las junto, las pongo en orden y esta vez era
-He dejado de echar vino al gaznate
y apenas se sosten¨ªa en sus piernas. Usa el pelo hasta los hombros, a la antigua, no exactamente pelo, un himno a la caspa y a la grasa. Y una corbata que se asemeja a una corbata de ahorcado. M¨¢s burbujitas: espero que acabe para ordenarlas. Mientras las ordeno ¨¦l espera, pidiendo auxilio a una pared y a un autom¨®vil estacionado para mantenerse de pie. Las burbujitas
-?Necas aqu¨ª no hay para ayuda una?
les cambio el orden, pruebo con ¨¦sta aqu¨ª, la otra m¨¢s adelante, y resulta
-?No hay aqu¨ª una ayuda para Necas?
frot¨¢ndose con el ¨ªndice y el pulgar y con uno de los ojos del frasco en un gui?o c¨®mplice. El ojo que queda, desinteresado de nosotros, sigue a una mulata que alquil¨® una habitaci¨®n en el edificio con azulejos en la fachada y que tiene los cabellos desgre?ados y nalgas de alcatraz. Un acceso de burbujas la persigue
-Guapetona
mientras la mulata surca el asfalto con una majestad de petrolero zarpando del puerto. Al desaparecer, el ojo que se dedicaba a la mulata se apaga de tristeza, sin trabajo. Ni cuando le entrego una moneda se anima, hundido en el fondo del frasco con una orfandad sin remedio. ?Amarrar¨¢ la corbata a una rama de tipa, a una viga? No: echa el himno a la caspa hacia atr¨¢s, con la manita incierta, lanza burbujas hacia una barra de taberna cercana
-Una copita para m¨ª y otra para el se?or
un individuo vestido con un mono, all¨ª dentro, lo apoya
-Gran Borges
junto con dos compa?eros con un cigarrillo en la boca, uno de ellos, que hojea con asco un peri¨®dico deportivo, concluye sentando c¨¢tedra
-Estos tipos no juegan nada bien
cierra el peri¨®dico con una palmada rencorosa y busca consuelo en el verm¨². Coge la copa con el me?ique estirado, pues le quedan unos restos de elegancia que no llega a empa?arse porque se rasque las partes con la mano libre. El gran Borges me informa, mediante las burbujas
-Piojos t¨ªo a aquel tiene no acerque se que
o sea
-No se acerque a aquel t¨ªo que tiene piojos
la mano que se dedicaba a rascarse las partes extiende el dedo de en medio y encoge las falanges a derecha e izquierda de ese dedo, manteniendo la elegancia del me?ique estirado del verm¨², me quedo pensando cu¨¢l de sus dos manos ser¨¢ la m¨¢s sincera, gran Borges, a quien el vino le ha devuelto energ¨ªa, promete
-Te queda tal peste en los dedos que te pasas ocho d¨ªas escupiendo
Yacutin
se aparta solemne atray¨¦ndome por el brazo
-A ver si se vuelve un bruto como estos paletos, se?or
y tres pasos despu¨¦s me olvida dedicado a acechar el fondo de la calle en el af¨¢n del regreso de la mulata. No ¨¦l solo, claro: acechamos ambos el fondo de la calle en el af¨¢n del regreso de la mulata, que adem¨¢s de los cabellos desgre?ados y de las nalgas de alcatraz se adorna con pendientes que son c¨ªrculos de cobre del tama?o de platos soperos. Lamentablemente, en lugar de la mulata aparece una mujer con un bast¨®n solo, remando en la acera una vez a la izquierda y otra vez a la derecha como los gondoleros. El gran Borges se pone a pensar y concluye
-Ha envejecido muy pronto la mulata
se instala en la acera, derrotado, y yo he dejado de existir. All¨ª est¨¢ ¨¦l en medio de las palomas y de los cubos de basura, con la nariz sobre el pecho, resollando. Duerme donde le pilla el sue?o: en un escal¨®n, en el umbral de una casa, a la sombra de una camioneta cualquiera. Tal como yo no tiene tarjeta multibanco, ni tarjeta oro, ni tarjetas de visita. Tal como yo no guarda manuscritos ni va a cenas. Tal como yo no forma parte de ninguna asociaci¨®n, de ning¨²n movimiento, de ninguna cofrad¨ªa, de ning¨²n partido. Por tanto, si me hiciese el favor de moverse un poquito hacia all¨¢ podr¨ªamos dormir juntos.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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