Europa, del mito a la realidad
Europa ya era un mito antes de que los so?adores del futuro pensaran que era vital para las nuevas generaciones la construcci¨®n de una patria com¨²n que, partiendo de sus ra¨ªces del pasado, sirviese de escudo y remedio a los males end¨¦micos que la historia nos mostraba descarnadamente.
Las generaciones formadas en las ideas de los grandes pensadores de la Ilustraci¨®n no pueden comprender que entre el siglo XIX y el XX millones de ciudadanos con la sensibilidad afinada por los genios del pensamiento, de la m¨²sica, de la pintura y de la literatura fueran capaces de enfrentarse en guerras de una ferocidad inimaginable que dej¨® sobre la tierra los cuerpos desgarrados de v¨ªctimas de su propia irreflexi¨®n y af¨¢n desmesurado de dominio.
Esta idea fecunda naci¨® de la mente de los que tuvieron que recoger los despojos de la guerra y proyectar una esperanza hacia el futuro. Adenauer, Schuman y muchos otros, con ideolog¨ªas distintas, dise?aron un futuro com¨²n que pudiera parecer puramente econ¨®mico y deshumanizado. Sobre la inicial Comunidad del Carb¨®n y del Acero y sobre el Tratado Constitutivo de Roma de 1957 se construyeron los primeros cimientos de una comunidad m¨¢s amplia que ha ido creciendo en forma de anillos conc¨¦ntricos, dando forma a esta realidad tangible que es la Europa de los ciudadanos y no exclusivamente de los comerciantes.
Es posible que la prioritaria atenci¨®n, en el pasado, fueran los espacios econ¨®micos del libre comercio, establecimiento o circulaci¨®n de personas. En este momento nadie puede negar que los ciudadanos han adquirido el protagonismo legislativo que culmina con la Carta de Derechos Fundamentales de Niza y que ahora se incorpora al Texto Constitucional.
A los ciudadanos no tiene sentido explicarles si nos encontramos ante un Tratado o ante una Constituci¨®n. Lo verdaderamente trascendente no son los derechos, que ya est¨¢n reconocidos en la pr¨¢ctica totalidad de los Estados miembros, sino las ventajas o inconvenientes que pudieran derivarse de un texto refundido de todas las decisiones que gradualmente han formado el patrimonio comunitario. Disponer de un instrumento de estas caracter¨ªsticas de ninguna manera puede ser considerado como un obst¨¢culo para mantener en su integridad los derechos y las expectativas que ofrece un sistema democr¨¢tico para reivindicar aquello de lo que se carece o reclamar la efectividad de lo que se reconoce.
Algunos han justificado su rechazo en funci¨®n de las omisiones concretas que a su juicio contiene, sin explicar que ¨¦stas no constituyen un obst¨¢culo insuperable para que se pueda reclamar la econom¨ªa social de mercado e incluso una planificaci¨®n que, preservando estos principios, pueda responder en un momento dado a unas necesidades concretas.
A los ecologistas se les puede decir que, gracias a la normativa europea, hemos podido hacer frente a infracciones y agresiones grav¨ªsimas en los espacios naturales y en el entorno urbano. En el futuro ser¨¢ m¨¢s f¨¢cil prevenir y reprimir los desastres de un desarrollismo feroz e insolidario. Las normas europeas y la posibilidad de elevar nuestras reclamaciones hasta instancias judiciales supranacionales garantizan unas mayores cotas de protecci¨®n.
Dispondremos de una doble v¨ªa para reclamar nuestros derechos ciudadanos: el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo y el Tribunal de Justicia de Luxemburgo. No es necesario ser un experto conocedor de la ciencia jur¨ªdica para convencer a cualquier ciudadano que las mayores oportunidades en la protecci¨®n de sus derechos nunca puede ser un obst¨¢culo o una raz¨®n para desechar la oportunidad que se nos ofrece.
Los defectos o carencias del texto unificado en nada impiden su reclamaci¨®n activa. En definitiva, con la actual estructura constitucional no hay nada que quede fuera de las posibilidades de reivindicaci¨®n. Las pol¨ªticas, en plural, depender¨¢n de las mayor¨ªas o minor¨ªas de gobierno. El acento lo pondr¨¢n, muy a pesar de los enterradores de las ideolog¨ªas, las diferentes maneras ¨¦ticas y pol¨ªticas de concebir la solidaridad y el desarrollo en todos los ¨®rdenes que afectan a la personalidad individual de los ciudadanos.
A la vista de determinadas opciones, todas ellas respetables, no comprendo o no se comprende en qu¨¦ radica o qu¨¦ justifica un no rotundo a este texto que se nos presenta. Ni razones ideol¨®gicas ni proyectos sociales ni creencias religiosas son una base razonable para oponerse a su aprobaci¨®n. Nada impide o dificulta la libre expresi¨®n de estas ideas y su consecuci¨®n por v¨ªas democr¨¢ticas.
Quiz¨¢ las generaciones que viv¨ªamos en el momento del nacimiento de Europa no podamos contemplar en toda su dimensi¨®n hist¨®rica el paso que estamos dando. Los que han nacido en la democracia saben que los mecanismos que nos ofrecen pueden resultar eficaces y positivos. S¨®lo desde la indiferencia ideol¨®gica y el soberbio distanciamiento de la pol¨ªtica se puede rechazar una Constituci¨®n democr¨¢tica, que se ve reforzada por la totalidad de las Constituciones de los Estados miembros.
En definitiva, nada se cierra ni se abre, todo estaba ya en los textos y en la cultura de los europeos. Si las instituciones act¨²an, es normal que surjan conflictos de competencia. Ya los tenemos en el ¨¢mbito interno y ser¨ªa impensable que un sistema de equilibrio de poderes no los reprodujese a escala europea. La mayor parte de los problemas que se airean son ficticios y, en todo caso, no ser¨¢n achacables a un texto dif¨ªcilmente consensuado en las bambalinas en las que se teje y desteje un Tratado.
Para muchos, el ¨²nico problema que quedar¨¢ pendiente es el de la actitud del Reino Unido respecto de esta propuesta venida del continente. Yo soy optimista, pasaron los tiempos en que la sesuda prensa inglesa anunciaba a los s¨²bditos de su Graciosa Majestad que la niebla en el Canal de la Mancha hab¨ªa aislado a Europa de la Gran Breta?a. Aunque las nieblas sigan dificultando el tr¨¢nsito mar¨ªtimo, disponemos de un pasaje subterr¨¢neo que no se ver¨¢ afectado por los cambios clim¨¢ticos. El sistema m¨¦trico y el gusto por la cerveza caliente ya no son un signo de identidad. Sus generaciones de mayores acuden en masa a las c¨¢lidas costas de la ribera mediterr¨¢nea y saben perfectamente que sus males, presentes y futuros, nunca vendr¨¢n o podr¨¢n justificarse porque los continentales nos empe?emos en consolidar una gran Uni¨®n Pol¨ªtica Europea.
Conseguida la plataforma que cubre los cimientos de los que hablaron los fundadores, los votos de los ciudadanos europeos podr¨¢n configurar un Parlamento en el que se denuncien y reivindiquen las carencias que se observan en el texto que se nos somete.
Jos¨¦ Antonio Mart¨ªn Pall¨ªn es magistrado del Tribunal Supremo.
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