Sables, casullas y hambre en Espa?a
Con mucha hambre y procesiones sin cuento: as¨ª recibi¨® Espa?a la noticia de que Adolf Hitler hab¨ªa muerto en la canciller¨ªa de Berl¨ªn, "luchando hasta el ¨²ltimo momento contra las fuerzas comunistas", como titulaba Abc el 2 de mayo de 1945. Hambre por la desastrosa autarqu¨ªa econ¨®mica, que hundi¨® la producci¨®n agr¨ªcola, paraliz¨® la industrial y lanz¨® los precios a una imparable inflaci¨®n: racionamiento, mercado negro, salarios de miseria, tal era la suerte de la mayor¨ªa de los espa?oles. Y procesiones, porque ¨¦sa era la costumbre, reforzada por el temor a la inminente victoria de los aliados. Bailando en la cuerda floja, las jerarqu¨ªas del r¨¦gimen pusieron sordina a cantos imperiales, suprimieron saludos brazo en alto y buscaron refugio en los protectores brazos de la Madre Iglesia, que los acogi¨® sol¨ªcita para defender su causa ante las potencias vencedoras.
Los aliados no intervinieron, el Vaticano bendijo la operaci¨®n cat¨®lica y Falange no dijo ni p¨ªo
La pauta la marc¨® una vez m¨¢s Enrique Pla y Deniel, arzobispo de Toledo y primado de Espa?a, con una "emocionada y vibrante pastoral" en la que reafirm¨® "bien alto" y bien pronto, unos d¨ªas despu¨¦s de la muerte de Hitler, que la guerra europea y mundial nada ten¨ªa que ver con la Guerra Civil espa?ola. La primera hab¨ªa sido "un verdadero fratricidio de la naciones europeas"; la segunda, "una verdadera cruzada por Dios y por Espa?a", un leg¨ªtimo recurso a la fuerza ante "la anarqu¨ªa sangrienta y comunista" en la que hab¨ªa desembocado el r¨¦gimen republicano. Siendo as¨ª las cosas, el primado exig¨ªa que nadie se entrometiera en los asuntos internos que s¨®lo a Espa?a afectaban.
Que nadie se entrometiera: ¨¦sa
fue la consigna. Para lograrlo hab¨ªa que guardarse del peligro procedente de los espa?oles exiliados, que daban por segura la ca¨ªda del dictador. El m¨¢s madrugador, Juan de Borb¨®n, que desde Lausana hab¨ªa publicado en marzo un manifiesto invitando a Franco a retirarse; luego, el Gobierno de la Rep¨²blica reconstruido en M¨¦xico, que pretendi¨® obtener de la Conferencia de San Francisco el respaldo de la ONU en gestaci¨®n. Guardarse tambi¨¦n de la oposici¨®n del interior, que sac¨® la cabeza del hoyo en las primeras muestras de malestar, con huelgas y sabotajes duramente reprimidos gracias a la reforma del c¨®digo militar que tipificaba como sedici¨®n las alteraciones del orden p¨²blico. En estas circunstancias, Franco dio una vez m¨¢s muestras de su astucia para servirse de las diferentes facciones en las que hab¨ªa sostenido desde el principio su poder. Los militares, cuya fidelidad estaba m¨¢s que garantizada, consolidaron su presencia abrumadora en las esferas pol¨ªtica y econ¨®mica. El episcopado orden¨® el cierre de filas en torno a su Caudillo y convenci¨® al Vaticano de abstenerse de jugar la carta mon¨¢rquica. Y Falange, que Franco se neg¨® a disolver pero que acept¨® pasar a segundo plano y guardar los uniformes en armarios, a la espera de tiempos mejores. La f¨®rmula funcion¨®: los aliados no intervinieron, el Vaticano bendijo la operaci¨®n cat¨®lica y Falange no dijo ni p¨ªo. El 17 de julio de 1945, Franco, exaltado ahora como centinela de Occidente, gu¨ªa sabio y previsor que hab¨ªa mantenido la neutralidad espa?ola, pronunci¨® ante el Consejo Nacional uno de sus discursos fundamentales. Espa?a no necesitaba "importar nada del extranjero". De los sistemas universalmente aceptados para la gobernaci¨®n de los pueblos s¨®lo uno era viable: el tradicional espa?ol, la Monarqu¨ªa que encarnaron los grandes monarcas en los mejores tiempos. Pero que nadie se llamara a enga?o: "No se trata de cambiar el mando de la batalla ni de sustituciones que el inter¨¦s de la patria no aconseje", dijo Franco, sino de "asegurar la sucesi¨®n ante los azares de una vida perecedera".
Perecer todos tenemos, pero sin prisas: el mando de Franco no pod¨ªa ser interino. Para demostrarlo, a los dos d¨ªas de pronunciar aquel discurso procedi¨® a un cambio sustancial de gobierno: seis generales formaron su n¨²cleo, arropados por distinguidos miembros de Acci¨®n Cat¨®lica y sin la compa?¨ªa de un ministro secretario general del Movimiento. Manuel Aza?a, con su lucidez desesperada, lo hab¨ªa previsto desde 1937 cuando escribi¨® que pod¨ªa haber en Espa?a "todos los fascistas que se quiera, pero un r¨¦gimen fascista no lo habr¨¢. Si triunfara un movimiento de fuerza contra la Rep¨²blica, recaer¨ªamos en una dictadura militar y eclesi¨¢stica de tipo espa?ol tradicional. Sables, casullas, desfiles militares y homenajes a la Virgen del Pilar: por ese lado, el pa¨ªs no da para otra cosa". Si alguna vez esta profec¨ªa estuvo cerca de cumplirse, fue en el verano de 1945: sables, casullas y... mucha hambre: as¨ª celebr¨® Espa?a la capitulaci¨®n de Alemania y el fin de la guerra en Europa.
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