El cadalso de los inocentes
Los tiempos son cada vez menos inocentes. Inocencia, la palabra, se define s¨®lo por su valor negativo, por lo que no tiene. Un inocente es alguien que carece de culpa o de pecado; es decir, alguien que, simplemente, carece. La misma definici¨®n asoma en los diccionarios modernos de espa?ol e ingl¨¦s. La justicia anglosajona emplea la expresi¨®n "no culpable" para declarar inocente a un acusado. El no pesa como otra condena.
La confusi¨®n entre inocencia y culpa y la fragilidad de los l¨ªmites entre una y otra han vuelto a ser tema de discusi¨®n en los Estados Unidos de estas semanas.
Quiz¨¢ porque el presidente George W. Bush design¨® ministro de Justicia a uno de sus ex asesores en Texas, Alberto Gonzales, cuyas ideas sobre la tortura y el derecho a la clemencia de los condenados a muerte van a contramano -por decir lo m¨¢s leve- del respeto elemental a la condici¨®n humana.
La vacilaci¨®n de la culpa es tambi¨¦n el tema de una obra de televisi¨®n que se exhibi¨® por el canal Court TV a fines de enero y del extraordinario libro de la monja cat¨®lica Helen Prejean, La muerte de los inocentes, cuya intensidad y coraje s¨®lo son comparables al c¨¦lebre J'accuse, de ?mile Zola.
Aunque la tesis esencial de Prejean es que la pena capital debe ser abolida porque, si hay yerro, no puede ser enmendado, su libro abunda en menciones a las haza?as de Gonzales durante su actuaci¨®n como consejero legal de Bush mientras ¨¦ste era gobernador de Texas, durante los seis a?os que van desde 1994 hasta el dudoso triunfo electoral del 2000.
Durante ese periodo hubo all¨ª 152 ejecuciones, m¨¢s que en ning¨²n otro Estado de la Uni¨®n. Una de ellas, en febrero de 1998, fue la de una mujer: la primera en m¨¢s de un siglo.
Entre las misiones de Gonzales estaba la de presentar al gobernador apropiadamente los pedidos de clemencia y facilitar un dictamen compasivo. No s¨®lo lo hizo mal, se?ala Prejean, apoyando casi siempre a los fiscales, sino que omiti¨® tambi¨¦n mencionar circunstancias atenuantes, como en el caso de un retardado mental de 33 a?os con la inteligencia de un chico de seis.
No es extra?o, entonces, que Bush -quien s¨®lo le¨ªa las peticiones "de vez en cuando", seg¨²n Gonzales- haya denegado el perd¨®n en todos los casos salvo en uno: el de Henry Lee Lucas, cuya inocencia estaba demostrada, y cuya ejecuci¨®n iba a enturbiar la campa?a presidencial del a?o 2000.
Con la mujer, en cambio, el gobernador y el consejero fueron implacables. En su historia no hab¨ªa dudas: Karla Faye Tucker era la culpable alevosa de asesinar, con un pico, a dos personas indefensas. Pero en la c¨¢rcel se hab¨ªa convertido en una "cristiana renacida" -la misma transformaci¨®n religiosa de Bush- y los clamores por su clemencia llegaban a Texas desde el mundo entero.
A?o y medio despu¨¦s de la ejecuci¨®n, el gobernador evoc¨® aquellos d¨ªas ante el periodista Tucker Carlson, de la revista Talk. Estaba entonces seguro de s¨ª, con la guardia baja. Admiti¨® que no hab¨ªa recibido a ninguna de las personalidades que viajaron a Austin para sumarse a los ruegos, y luego cont¨® que hab¨ªa visto a la condenada en una entrevista de televisi¨®n.
"Le hicieron preguntas dif¨ªciles", dijo Bush. "Una de ellas era: ?qu¨¦ le habr¨ªa dicho usted al gobernador?".
"Y la mujer, ?qu¨¦ respondi¨®?", dijo Carlson.
Bush se puso a imitarla, con los labios apretados, en un gesto de fingida desesperaci¨®n: "Por favor, se?or, por favor, no me mate". Carlson, que hasta aquel momento hab¨ªa admirado a Bush, qued¨® at¨®nito ante esa muestra de cinismo cruel.
Tambi¨¦n la ¨²ltima semana de enero la televisi¨®n condens¨® en una hora seis historias de otros tantos condenados que fueron eximidos de culpa. El programa se titul¨® The exonerated, y su tema no era la inocencia, sino la legalidad.
Algunos de los que se salvaron de la ejecuci¨®n confesaron cr¨ªmenes que, seg¨²n ellos, no cometieron, para acabar de una vez con los interrogatorios o porque la presi¨®n policial les era ya intolerable. Son, por lo tanto, legalmente culpables, aunque sientan que, en realidad, son inocentes.
Uno de ellos, Kerry Max Cook, propone dos modos muy gr¨¢ficos de ver las cosas. El primero es a trav¨¦s del dinero:
"Si no puedes tener buenos abogados, te condenar¨¢n, seguro", dijo Cook. "En este pa¨ªs te juzgan por lo que pagas".
El otro modo es una alusi¨®n al jugador de f¨²tbol americano O. J. Simpson, que fue declarado inocente en un juicio criminal y culpable en otro civil. Se salv¨® de la c¨¢rcel, pero pag¨® una multa severa. Simpson es, dijo Cook, legalmente inocente, pero realmente culpable.
Todas esas reflexiones sobre la relatividad de la justicia est¨¢n desplegadas de un modo u otro en el libro de Prejean. En alg¨²n punto, sin embargo, ella va m¨¢s lejos.
El salvajismo de la pena capital no radica en el n¨²mero de inocentes ejecutados. En verdad, no hay pruebas de que alguien sin culpa haya sido llevado a la c¨¢mara de gas o a la silla el¨¦ctrica. Por lo contrario, de 30 a 40 convictos, al demostrarse su inocencia, fueron liberados. Para quienes comparten las ideas de Bush y de Gonzales, esas estad¨ªsticas son una prueba de que el sistema funciona.
Se equivocan, escribe Prejean. Treinta o 40 inocentes llevados a las celdas de la muerte son signo de un espeluznante fracaso judicial. Esa gente no tendr¨ªa por qu¨¦ haber llegado all¨ª. As¨ª como la palabra inocencia se define por una negaci¨®n, a los inocentes que perecieron en el cadalso se les niega todo, hasta el derecho a la verdad.
?Por qu¨¦ extra?arse, entonces, de que "no" haya sido el m¨¢s frecuente monos¨ªlabo con el que Bush y Gonzales respondieron a los pedidos de perd¨®n?
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