Philip Johnson, el maestro infiel
Philip ha muerto". Peter Eisenman no tiene que mencionar el apellido para que sepamos de qui¨¦n habla. Durante medio siglo, el protagonismo de Philip Johnson en la escena arquitect¨®nica de Nueva York ha sido tan colosal que todos se refieren a ¨¦l por su nombre de pila. Me ha sorprendido que vuelva a llamar, porque hace una hora hemos estado comentando las declaraciones sexistas del presidente de Harvard sobre las mujeres y la ciencia, los resultados del Real Madrid de Vanderlei Luxemburgo y las perspectivas electorales de Manuel Fraga en Galicia. Ahora est¨¢ taciturno y conmovido. Johnson fue su padrino entre las ¨¦lites del dinero y la cultura de Manhattan, y tambi¨¦n la ¨²nica persona que le intimidaba: cuando hemos estado los tres juntos no he podido dejar de advertir la singularidad de esa relaci¨®n paterno-filial. Hace a?os fui yo quien le dio la noticia de la muerte inesperada de Aldo Rossi, y ahora es Peter quien me informa antes de que las necrol¨®gicas aparezcan en la red. Son casi las ocho de la tarde del 26 de enero, as¨ª que llamo al peri¨®dico y me comprometo a enviar treinta l¨ªneas en media hora, para poder darlo al d¨ªa siguiente con un texto del corresponsal. Mientras escribo no puedo apartar de la memoria los ojos de Johnson, chispeantes tras las lentes redondas, modelo Le Corbusier, que adopt¨® como parad¨®jica se?a de identidad el que siempre fue devoto de Mies van der Rohe.
Transit¨® de la modernidad a la deconstrucci¨®n, pasando por el clasicismo abstracto y la posmodernidad historicista
Demasiado poderoso en el MOMA y en la arquitectura americana, suscit¨® tantas cr¨ªticas furibundas como adhesiones
Fue un maestro de la infidelidad, por m¨¢s que sus 45 a?os de convivencia con el 35 a?os m¨¢s joven galerista David Whitney hicieran pensar otra cosa. Afortunadamente infiel en sus convicciones pol¨ªticas, ya que despu¨¦s de trabajar en Luisiana para el fascista Huey Long y asistir en N¨²remberg a las concentraciones del partido nazi, tras la Segunda Guerra Mundial dise?¨® una sinagoga y se hizo perdonar por los magnates jud¨ªos que con sus donaciones alimentaban las instituciones neoyorquinas donde desarroll¨® su carrera. Alternativamente infiel en su ubicaci¨®n profesional, que oscil¨® entre la pr¨¢ctica de la arquitectura, el mecenazgo corporativo y el ejercicio de la cr¨ªtica, de manera que en ¨¦l se confund¨ªan los papeles de autor, patr¨®n y ¨¢rbitro de tendencias. E inevitablemente infiel en sus adhesiones estil¨ªsticas, que transitaron de la modernidad a la deconstrucci¨®n, pasando por el clasicismo abstracto y la posmodernidad historicista: en 1932 introdujo en Estados Unidos lo que ¨¦l y Henry-Russell Hitchcock llamaron el Estilo Internacional con una exposici¨®n en el Museo de Arte Moderno de Nueva York; y en 1988 -?56 a?os despu¨¦s!- consagr¨® la arquitectura fracturada de la deconstrucci¨®n con otra muestra en el mismo museo.
Lo conoc¨ª al a?o siguiente, mientras resid¨ªa en Los ?ngeles como visiting scholar del Getty Center, a trav¨¦s de los buenos oficios de Frank Gehry, que acababa de terminar la casa Schnabel, una colosal residencia en Brentwood construida como un bodeg¨®n de piezas de diferentes formas y materiales. Philip Johnson, de paso por la ciudad, quiso visitarla, y Gehry lo organiz¨® para que fu¨¦ramos juntos, de manera que pudiera pasar unas horas con el m¨ªtico arquitecto octogenario. Acudi¨® acompa?ado de David, y durante la minuciosa visita de la casa me impresion¨® el contraste entre su fragilidad f¨ªsica y su agudeza intelectual. En aquella ocasi¨®n pude interrogarle sobre sus preferencias presentes e, inevitablemente, su relaci¨®n con Mies y sus experiencias en la Alemania de los a?os treinta, que ir¨®nicamente elud¨ªa glosando la calidad de las obras nazis: "Despu¨¦s de todo no hicieron una arquitectura tan mala, ?verdad?". Sin embargo, las conversaciones m¨¢s extensas no tendr¨ªan lugar hasta un lustro despu¨¦s, cuando lo visit¨¦ en New Canaan en compa?¨ªa de Eisenman y su familia, y m¨¢s tarde en su apartamento de Nueva York. La excursi¨®n dominical a la finca de Connecticut, donde Johnson pasaba los fines de semana -y donde ha elegido morir-, me otorg¨® el raro privilegio de conocer las nueve construcciones desperdigadas por el hermoso paisaje arbolado con las que el arquitecto quiso resumir su mudable biograf¨ªa est¨¦tica, desde la famosa Glass House de 1949 hasta la Gatehouse entonces reci¨¦n finalizada.
De aquella visita me qued¨® la
impresi¨®n indeleble de la austeridad con que viv¨ªa en un entorno sin embargo paradisiaco, algo que he hallado tambi¨¦n en otros millonarios-mecenas de Norteam¨¦rica, como Dominique de Menil -a la que Johnson construy¨® en Houston una casa escueta m¨¢s propia de un profesor que de una magnate del petr¨®leo, y que ser¨ªa la introductora del arquitecto en Tejas, donde levant¨® algunas de sus mejores obras- o como Phyllis Lambert, que consigui¨® para Mies y Johnson el encargo del Seagram -en cuyo restaurante Four Seasons el arquitecto actu¨® durante d¨¦cadas como maestro de ceremonias de la escena americana-, y que vive en Montreal con un laconismo que no deja sospechar el centro de arquitectura que financia. (Hace a?os la llev¨¦ a cenar en Madrid con Peter Eisenman, y de camino al restaurante nos acercamos a ver las torres KIO; mientras al neoyorquino le divirti¨® hallar en las fachadas citas de su obra de Checkpoint Charlie, Lambert rehus¨® absolutamente salir del coche, tanto le enfadaba la deriva de Johnson desde sus or¨ªgenes miesianos). Esa atm¨®sfera de modestia se confirm¨® despu¨¦s en su apartamento de Manhattan, en la torre que -arrebatando el encargo a Johnson- construy¨® C¨¦sar Pelli para el MOMA, un piso peque?o de techos bajos que hac¨ªa parecer desproporcionados los muebles de Venturi en el comedor, con sus altos respaldos recortados. All¨ª, mientras prepar¨¢bamos un n¨²mero monogr¨¢fico para celebrar su 90 cumplea?os, que se frustr¨® porque la ruptura con John Burgee en 1992 -tras 25 a?os de trabajo como socios- hab¨ªa dejado todos los dibujos de la firma sometidos a embargo, me atrev¨ª a sugerir que deb¨ªa poner algo de orden en la colecci¨®n permanente de arquitectura del MOMA, expuesta sin concierto ni criterio. "No me atrevo a decirles nada" -hab¨ªa dejado hac¨ªa tiempo sus responsabilidades en el museo- "porque todav¨ªa lo toman como una orden".
Demasiado poderoso en el MOMA, en la sociedad neoyorquina y en la arquitectura americana -recibi¨® el primer Premio Pritzker, orquest¨® el segundo para Barrag¨¢n, y supervis¨® los pasos iniciales del galard¨®n-, suscit¨® tantas cr¨ªticas furibundas como adhesiones: Michael Sorkin, en The Village Voice, hizo de las fil¨ªpicas un g¨¦nero literario donde se censuraba su trivialidad formalista, mientras otros cr¨ªticos j¨®venes como Jeff Kipnis o Mark Wigley elogiaban en Johnson su sensibilidad al esp¨ªritu de los tiempos. Habiendo sido educado en el denuesto de Johnson -mi maestro Alejandro de la Sota sol¨ªa comparar detalladamente la Glass House y la Farnsworth para mostrar hasta qu¨¦ punto el disc¨ªpulo era indigno de Mies-, pero habiendo visitado tambi¨¦n la mayor parte de sus obras, debo decir que tanto las cr¨ªticas como los elogios me parecen fundamentados. En su empe?o por emular a Mies van der Rohe, Johnson contrat¨® a Franz Schulze, que hab¨ªa escrito una celebrada biograf¨ªa del maestro alem¨¢n, para que redactara la suya propia, y el libro resultante -publicado en 1994, y donde tanto sus episodios de militancia fascista como su complicada vida sentimental ocupaban un lugar significativo- fue un espejo al que no le gust¨® mirarse. Con todo, enton¨® una vez m¨¢s el mea culpa por su juventud totalitaria -que atribuy¨® en parte a la fascinaci¨®n er¨®tica de la est¨¦tica nazi- y apareci¨® en la portada de Out, portavoz de los homosexuales norteamericanos, para anunciar que dise?ar¨ªa la mayor iglesia del mundo para gays y lesbianas.
Ante las urgencias del peri¨®dico, escribo un folio enhebrado por sus construcciones de New Canaan, y pienso que ser¨¢ seguramente en este parque-museo que ha donado a la naci¨®n donde su memoria pervivir¨¢ de forma m¨¢s perfecta e inocente. Los historiadores, por su parte, preferir¨¢n el jard¨ªn de esculturas del MOMA, desde el que se divisa el remate del rascacielos de AT&T (con cuya maqueta apareci¨® en la portada de Time), como un ox¨ªmoron visual que re¨²ne al Johnson moderno con el posmoderno, al institucional y al corporativo, al cultural y al medi¨¢tico. La necrol¨®gica se ilustr¨® con la imagen de 1979 donde aparece junto a la maqueta de AT&T; si hubiera podido elegir, habr¨ªa usado la fotograf¨ªa que Arnold Newman tom¨® en julio de 1949, con Johnson de espaldas en su casa de vidrio, perdido entre los reflejos de los ¨¢rboles como el personaje de un cuento on¨ªrico e improbable, fuera de escala como su propia vida. Gracias por llamar, Peter.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.