Soledades y otros poemas
EL PA?S ofrece ma?ana, lunes, por 1 euro, una amplia antolog¨ªa po¨¦tica de Luis de G¨®ngora
Las Soledades (1613) ocupan la cumbre de la poes¨ªa barroca espa?ola y suponen una de las m¨¢s arriesgadas, complejas y admirables creaciones de la literatura cl¨¢sica occidental. G¨®ngora representa en sentido estricto el t¨¦rmino improlongable de la renovaci¨®n po¨¦tica iniciada por Garcilaso. Las conquistas expresivas del garcilasismo son efectivamente reelaboradas por el gongorismo durante ese exuberante corolario, ese "canto de cisne" del renacimiento que se llama barroco. Los poemas mayores de G¨®ngora -las Soledades, el Polifemo, el Paneg¨ªrico- deben entenderse, pues, como otras tantas situaciones l¨ªmites a partir de las cuales ya no parec¨ªa viable avanzar m¨¢s por ese camino.
Las Soledades obedecen a una exaltada tenacidad creadora: la sustituci¨®n de la historia elegida -apenas un pretexto argumental- por sus presuntas equivalencias "mitol¨®gicas", ejercicio que puede llegar a ser tan apasionante como artificioso. Parece evidente que si se despoja a ese poema de todo su profuso aparato ret¨®rico y gramatical, no quedar¨ªa m¨¢s que una especie de ¨¦gloga vinculada al m¨¢s neutro tradicionalismo. En las Soledades hay como una obstinaci¨®n de orfebre por encubrir con exquisitos alardes imaginativos el mundo cotidiano, incluso por eludirlo para crear nuevos significantes po¨¦ticos. Tres siglos despu¨¦s, los surrealistas no dejar¨ªan de sentirse alentados de alg¨²n modo por la haza?a descubridora que llev¨® a cabo el gongorismo.
Se ha dicho muchas veces que el barroco no hace sino agregar lujos ornamentales a la desnudez lineal del renacimiento. Pero no s¨®lo a?ade adornos extremados a esa serenidad art¨ªstica, sino que a veces oculta, escamotea la realidad en que se apoyaba. G¨®ngora responde as¨ª, por medio de la infracci¨®n de la norma establecida, a todo lo que el barroco tuvo de crisis de valores. Y busca para ello los reemplazos ins¨®litos de palabras comunes por palabras desusadas. Algo as¨ª como la invenci¨®n de un nuevo c¨®digo de se?ales para traspasar la realidad ordinaria a otra extraordinaria realidad art¨ªstica, vali¨¦ndose de toda clase de artificios l¨¦xicos, sint¨¢cticos, morfol¨®gicos... En ese af¨¢n casi delirante por conseguir la sublimaci¨®n de lo trivial, por refundir en un ins¨®lito crisol est¨¦tico los hechos descritos, se estabiliza todo lo que los poemas mayores de G¨®ngora tienen de fin de trayecto y, a la vez, de punto de partida.
Los sondeos en el almac¨¦n ling¨¹¨ªstico grecolatino en busca del vocablo menos habitual para nombrar los objetos m¨¢s habituales, pudo conducir a alguna complicaci¨®n agobiadora, a la sistem¨¢tica elusi¨®n de la realidad por medio del propio malabarismo ling¨¹¨ªstico. Tal vez por eso pueda recorrerse alguna selv¨¢tica zona de las Soledades y tener una cierta sensaci¨®n de extrav¨ªo por un universo complejo y herm¨¦tico, com¨²nmente abastecido de espejos deformantes y zonas laber¨ªnticas. Pero el lector debe esforzarse por abrirse camino entre esas mara?as l¨¦xicas y sint¨¢cticas y esas inesperadas asociaciones verbales. De pronto, en medio de la opacidad, surge la iluminaci¨®n, el deslumbramiento ante una lengua po¨¦tica de prodigiosa, suntuosa, inimitable trascendencia creadora.
Los dispositivos po¨¦ticos manejados por G¨®ngora en las Soledades tienden a producir el efecto de una extra?a tempestad verbal, de un mundo quim¨¦rico que, seg¨²n Lezama Lima, "nos impresiona como la simult¨¢nea traducci¨®n de varios idiomas desconocidos". El uso de tantas obsesivas f¨®rmulas de construcci¨®n y expresi¨®n -hip¨¦rbaton, paranomasia, onomatopeya, per¨ªfrasis, encabalgamiento, simetr¨ªa...-, incluso el simple valor f¨®nico de las palabras, proporcionan a veces una visi¨®n hiperb¨®lica de la realidad m¨¢s bien desconcertante: todo ese culto a lo aristocr¨¢tico, a la expresi¨®n perifr¨¢stica, a lo dif¨ªcil artificial que tanto incomodaba a Antonio Machado. Pero, en definitiva, por encima de todo ello, quedar¨¢ siempre la fascinaci¨®n, el esplendor de un sistema po¨¦tico que a¨²n sigue conservando toda su ejemplar vigencia y su impecable singularidad como obra de arte.
G¨®ngora es, con toda probabilidad, el poeta espa?ol que fue transportado m¨¢s expeditivamente del infierno a la gloria. Gongorismo o culteranismo fueron sin¨®nimos de vicios po¨¦ticos, de nocivas inclinaciones a lo extravagante, lo desorbitado, lo enga?oso. Mal conocido y peor tratado durante m¨¢s de tres siglos, habr¨ªa que esperar a la gran coyuntura de las vanguardias de entreguerras para que el poeta fuera debidamente situado en la cima de las grandes literaturas europeas. Pero hasta entonces, cu¨¢ntas groseras intolerancias y qu¨¦ dogm¨¢tico academicismo. Aunque, eso s¨ª, la obra de G¨®ngora, vinculada a la estricta tradici¨®n popular, fue admitida como un dechado de sensatez frente a sus restantes desvar¨ªos barrocos. Recu¨¦rdese a este respecto que a lo m¨¢s que se lleg¨® fue a escindir el corpus po¨¦tico gongorino con un diagn¨®stico falaz: la parte correspondiente al "¨¢ngel de la luz" y la relativa al "¨¢ngel de las tinieblas".
Cuando se cumpl¨ªan los tres siglos de la muerte de G¨®ngora -1927- algo cambia consecuentemente de sentido. Una poes¨ªa que tuvo en su tiempo el mismo valor revulsivo, de magistral aventura est¨¦tica, que tendr¨ªan luego las dos o tres grandes revoluciones surgidas en la historia de la literatura occidental, es finalmente liberada de tantos menosprecios precedentes. Como bien se sabe, un grupo de poetas y cr¨ªticos -D¨¢maso Alonso, Miguel Artigas, Alfonso Reyes, Gerardo Diego, Jorge Guill¨¦n, Rafael Alberti, Lezama Lima...- contribuyeron de modo ejemplar a la rehabilitaci¨®n de la obra total de G¨®ngora, despoj¨¢ndola de lastres petrificados y manique¨ªsmos de ocasi¨®n. Hoy, el autor de las Soledades aparece definitivamente instalado en un lugar de excepci¨®n dentro del cuadro general de las literaturas cl¨¢sicas europeas.
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