El papel de la Iglesia
SI LA CREENCIA es inefable porque se apoya en el misterio, la pol¨ªtica religiosa es inescrutable porque se basa en el oscurantismo. La imposible claridad en las ideas se corresponde con la falta de transparencia en la organizaci¨®n. Forma parte de la leyenda de los c¨®nclaves que el cardenal que entra como principal candidato a Papa sale como cardenal. La Iglesia cat¨®lica espa?ola ha producido una de estas sorpresas, propias de organizaciones en que sus miembros est¨¢n agrupados, como en todas partes, por afinidades teol¨®gicas, ideol¨®gicas o estrat¨¦gicas, pero que raramente se hacen p¨²blicas para no perturbar la inspiraci¨®n del Esp¨ªritu Santo. La lucha por el poder no tiene piedad, tampoco en la Iglesia cat¨®lica. Y el cardenal Rouco Varela, que parec¨ªa tenerlo todo bien atado, se qued¨® sin sill¨®n por un solo voto. Apareci¨® el obispo Bl¨¢zquez, de menos rango, que no parec¨ªa invitado a un papel estelar. E inmediatamente se han sacado conclusiones -se habla, por ejemplo, de una victoria de los moderados sobre los conservadores- que en realidad s¨®lo son especulaciones, porque aqu¨ª las alianzas t¨¢cticas oficialmente no existen. S¨®lo vale la voluntad de Dios.
Con Bl¨¢zquez, el PSOE parece contento, y la derecha, reticente. Bl¨¢zquez se manifest¨® contra la ley de partidos y, como es sabido, el PP no perdona disidencias y mucho menos de los obispos. Pero hay que andar con mucho cuidado con estas apreciaciones porque no es lo mismo un obispo de di¨®cesis que un obispo con alto cargo. Bl¨¢zquez ya ha dado alguna muestra de su capacidad de adaptaci¨®n: los nacionalistas vascos le recibieron como un intruso hace diez a?os y ahora lo cuentan como uno de los suyos.
La rapidez con que Zapatero ha concertado una cita con Bl¨¢zquez hace pensar que el presidente sospecha que la parte de feligres¨ªa cat¨®lica que le vot¨® empieza a estar inquieta y que no le conviene mantener un frente abierto con la parroquia. Mientras la Iglesia siga dependiendo de los dineros del Estado, los gobernantes siempre tendr¨¢n margen de maniobra.
Una vez m¨¢s la movida en la c¨²pula del poder eclesi¨¢stico plantea la cuesti¨®n de la laicidad, que es el principio que rige las relaciones entre Iglesia y Estado en una sociedad democr¨¢tica. Tanto la Iglesia como la derecha han hecho mucha trampa transformando la laicidad en laicismo y present¨¢ndolo como una ideolog¨ªa poco menos que anticlerical. El principio de laicidad impone dos obligaciones al Estado: no actuar ni legislar sometido a ning¨²n imperativo religioso; no intervenir en los asuntos internos de las religiones. Naturalmente, en justa correspondencia, obliga a las religiones a moverse dentro del marco de la legalidad vigente como cualquier otra instituci¨®n civil. Esto es todo.
Espa?a no tiene un Estado laico, porque, aunque los gobernantes en principio -que no siempre- no act¨²an bajo presi¨®n religiosa, la Iglesia -una m¨¢s que las otras- sigue teniendo privilegios en el Estado: en educaci¨®n y en dinero, por ejemplo. Si el discurso sobre el laicismo que nos invade fuera honesto, la Iglesia empezar¨ªa por renunciar a los privilegios econ¨®micos que la hacen dependiente del Estado. Pero, naturalmente, con los dineros no se juega. La fe tambi¨¦n hay que pagarla.
El argumento que se utiliza para justificar los privilegios de la Iglesia es que hace una funci¨®n social importante. La principal funci¨®n de la Iglesia es asistir a las necesidades de los ciudadanos en materia religiosa. Pero esto no es exclusivo de la Iglesia cat¨®lica. Todas las dem¨¢s pueden alegar la misma utilidad. Y, en cualquier caso, es una cuesti¨®n que concierne a cada ciudadano, no al Estado, porque pas¨® ya el tiempo de las religiones nacionales y de las alianzas entre la espada y la cruz. Algunos atribuyen tambi¨¦n a las religiones una funci¨®n de canalizaci¨®n de los resentimientos y de las frustraciones que contribuir¨ªa a la paz social, pero su eficacia es por lo menos discutible en tiempos en que los fundamentalismos -es decir, la potenciaci¨®n religiosa del odio y del rechazo- acechan por todas partes. Es cierto que la Iglesia hace, a menudo, una funci¨®n asistencial, supliendo d¨¦ficit del Estado. Pero en esto no es distinta de otras organizaciones no gubernamentales. Y no parece que tenga que tener trato especial diferente del que tienen ¨¦stas.
Las Iglesias tienen el derecho a hacer su actividad en base a las libertades de creencia, de asociaci¨®n y expresi¨®n que todos tenemos garantizados. Y al Estado corresponde protegerlas. Pero m¨¢s all¨¢ de esto se rompe el principio de laicidad. Por tanto, empieza a contaminarse la sociedad democr¨¢tica, que nunca puede conducirse por reglas determinadas desde la inefabilidad.
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