La muerte imposible
"Todo el sufrimiento que nos rodea tendremos que sufrirlo nosotros tambi¨¦n". La frase es de Kafka, el sufrimiento, claro est¨¢, es suyo y nuestro. De todos los sufrimientos posibles s¨®lo uno es inimaginable por monstruoso, nos asomamos a ¨¦l y, en ocasiones, lo miramos pasar en el rostro de los otros y aun as¨ª, no somos capaces de sentirlo.
El dolor no se conoce realmente hasta la p¨¦rdida de un hijo. ?se es el dolor ¨²ltimo y el primer miedo. La propia vida deja de ser algo valioso con el nacimiento de los hijos. Su valor viene dado entonces como muro de contenci¨®n de la desgracia que pueda cernirse sobre ellos, y en nuestra imaginaci¨®n, como moneda de cambio. Todo padre se imagina dando su vida a cambio de la de su hijo con una sonrisa en los labios, la vida, en su brutalidad nos niega a menudo esa opci¨®n. Es un pensamiento feliz, al que nos agarramos para vencer el miedo que nos aplasta en las noches de insomnio. Nos vemos saliendo de la fila y caminando hacia el pared¨®n, salvando as¨ª la vida de los nuestros. So?amos con que el destino nos ofrezca ese regalo, esa ¨²ltima gracia. Pero el destino a menudo nos ignora.
Cuando digo padre, digo tambi¨¦n madre y sin embargo apenas puedo suponer a la madre, pues en la madre se mezcla la doble condici¨®n de ser uno y el otro. Nacido de sus entra?as, decimos. ?Qu¨¦ significa exactamente? ?Cu¨¢l es el grado de distancia entonces? Tal vez la madre tiene el consuelo de morir en la muerte del otro, al menos parcialmente.
El padre parece un pasajero, un testigo in¨²til. La madre, es de imaginar, vive con la vida, y muere con la muerte. Tal vez eso satisfaga, en parte, la necesidad de morir con los nuestros. Si no es posible dar nuestra vida a cambio, al menos dar nuestra vida, adem¨¢s. No hay madre que ante la monstruosidad de esa p¨¦rdida, no se divida para siempre, no puede suponerse una reparaci¨®n para esa fractura. Tampoco parece posible la justicia ni la venganza. Nada podemos hacer los vivos por reparar la muerte.
Ahora bien, ?y si fuera justo al rev¨¦s? No parece f¨¢cil que entre la vida y la muerte haya l¨ªmite alguno, ni vecindad. Tal es el grado de alejamiento, entre lo uno y lo otro, que la existencia de la vida, es negada por la muerte. ?Pero es eso posible? Tal vez s¨®lo una de las dos condiciones es real.
De vuelta a Kafka: "Lo cruel de la muerte es que un final aparente provoca un dolor verdadero". Tal vez la muerte no exista. ?Puede haber una afirmaci¨®n m¨¢s est¨¦ril? ?D¨®nde encontrar la vida que nos ha sido arrebatada? ?Es la memoria suficiente?
Si el para¨ªso es la memoria, no un lugar, sino una experiencia, tal vez nada puede sernos arrebatado. ?Hay consuelo en ello? Dif¨ªcilmente. La idea del cielo, con camellos o sin ellos, con alguien sentado a la derecha de alguien, con juicio o sin juico, con puertas o sin ellas, no parece m¨¢s que una proyecci¨®n de nuestros miedos, un aplazamiento de una decisi¨®n que nos negamos a tomar en vida, una ¨²ltima apuesta desesperada.
Toda la vida que conocemos est¨¢ aqu¨ª, entre nosotros y tal vez, se quede aqu¨ª entre nosotros para siempre. ?Por qu¨¦ poner nuestra esperanza en manos de desconocidos? Si no es concebible que a la muerte le siga de inmediato la vida, tampoco parece razonable que a la vida le siga de inmediato la muerte. Tal vez es factible que la muerte no tenga nada que hacer entre nuestras cosas.
El tiempo pasa como una niebla que oculta todo lo nuestro, pero bajo esa niebla todo lo nuestro es y no puede dejar de ser. No podemos enfrascar nuestra existencia en la esfera de un reloj. No son las horas las que nos cuentan a nosotros, sino nosotros quienes contamos las horas. No podemos depender del accidente o el crimen, no podemos entregar nuestro tesoro a cambio de nada. Por supuesto que no es posible detener ni acentuar el dolor de la ausencia y sin embargo, haber perdido algo no niega su existencia. Nos llevamos unos a otros en una cadena, m¨¢s larga a¨²n que los trenes de la muerte.
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