Sa?a
X
Manitas
Joseph Hoffmann, uno de los pianistas que m¨¢s admiraba Gould, ten¨ªa unas manos muy peque?as (tambi¨¦n Scriabin), tanto, que la compa?¨ªa Steinway mand¨® fabricar un instrumento hecho expresamente a su medida.
"Quisiera desprenderme de mis manos, dice Mishima, antes de suicidarse, abolir por completo el tacto"
A los once a?os, sus padres lo obligaban a tocar en salas de conciertos (Leopold Mozart transcurr¨ªa con su ni?o prodigio por las cortes m¨¢s brillantes de Europa), el mecenas de Hoffmann, Alfred Cornig Clark (?el creador de las vajillas irrompibles Cornignware?), le ofreci¨® 50.000 d¨®lares para que pudiera dedicarse a estudiar y perfeccionar su extraordinario talento. Tan grande era que otro pianista c¨¦lebre, Sergei Rachmaninov, escribi¨® en su honor el Concierto para piano n¨²mero 3. Hoffmann nunca pudo tocarlo, la obra hab¨ªa sido concebida para las manos de un pianista ordinario.
Cuando tocaba el piano, las mu?ecas de Jorge Bolet eran de acero.
XI
Para Freud era masoquismo
Sacher Masoch vive entregado a la Venus de las Pieles y su esclavitud, literal y gr¨¢fica, se esculpe en la imagen del arrodillado que vive a las plantas de su amada que lo ofende con el pie.
XII
Mu?ones
Mustaf¨¢ Mandalay de Sierra Leona vive con su esposa y sus siete hijos en un campo para inv¨¢lidos cerca de Freetown. Los rebeldes entraron a su pueblo y a machetazos mutilaron a varios hombres, cinco murieron desangrados. "El presidente Kabbah os dar¨¢ manos nuevas", dijeron los sublevados, antes de retirarse.
A cambio de su mano Mustaf¨¢ recibi¨® una pr¨®tesis en forma de cuchara.
El gran escultor griego Fidias, cuenta Quignard que cuentan las cr¨®nicas antiguas, fue prestado por los atenienses a los eleos para esculpir un J¨²piter ol¨ªmpico. Los eleos lo acusaron de haber robado oro del templo para recubrir la estatua: un sacrilegio: le cortaron las manos y las devolvieron a Atenas en una bella caja, incrustada de oro y piedras preciosas.
Fidias, aun sin manos, fue el m¨¢s grande escultor griego.
"Quisiera desprenderme de mis manos, dice Mishima, antes de suicidarse, abolir por completo el tacto".
XIII
Cloaca m¨¢xima
?No es curioso? Coinciden en el tiempo la preocupaci¨®n por la limpieza del lenguaje y la reglamentaci¨®n de las fosas s¨¦pticas.
?La pol¨ªtica de la lengua con la pol¨ªtica de la mierda?
En el Elogio de la sombra, Tanizaki dice, entre otras cosas, que extra?a esos lugares antiguos y sombr¨ªos donde se cagaba, antes de que los norteamericanos -los puritanos por antonomasia- se apoderasen de ese sitio y lo convirtiesen en un lugar saludable, deslumbrante, casi siempre blanco.
Hay que descargar el lenguaje como se descarga el vientre, apunta Ronsard.
XIV
Juegos de azar
El pianista Le¨®n Fleisher, disc¨ªpulo de Arthur Schnabel, perdi¨® el uso de su mano derecha desde 1965. A pesar de ello, es considerado como uno de los m¨¢s grandes pianistas del siglo XX.
El hermano de Ludwig Wittgenstein perdi¨® la mano izquierda en la Primera Guerra Mundial, Ravel escribi¨® para ¨¦l su bello concierto para una sola mano.
Gould era zurdo y detestaba a los compositores que le daban m¨¢s importancia a la mano derecha en sus composiciones para el piano.
Como Gould, Benno Moiseiwitsch practicaba muy poco el piano, en cambio aceptaba gustoso las invitaciones para dar giras de conciertos en Estados Unidos, viajar en lujosos trasatl¨¢nticos y jugar al p¨®quer, su ocupaci¨®n predilecta -y perpetua- en el Savage Club de Londres.
XV
Un fr¨¢gil equilibrio
El 15 de septiembre pasado, dos acr¨®batas, Jade Kindar-Martin, estadounidense de 14 a?os, y Didier Pasquette, franc¨¦s de 29 a?os, ganaron una gran batalla: atravesaron el r¨ªo T¨¢mesis -el famoso Thames de Londres-, lo atravesaron por uno de sus tramos m¨¢s anchos, 300 metros, sobre un cable de acero a 46 metros de altura y se cruzaron a la mitad del trayecto, pasando uno sobre el otro. La haza?a, particularmente peligrosa, se inici¨® a las siete de la noche, hora en que el r¨ªo est¨¢ casi seco -sus compuertas est¨¢n cerradas-. Cualquier movimiento en falso puede ser fatal.
Este tipo de haza?as ya se ha intentado varias veces. Sin embargo, nunca antes dos equilibristas hab¨ªan estado en la cuerda floja exactamente al mismo tiempo.
XVI
Cenizas
En la radio y en los peri¨®dicos una noticia: en un crematorio del Estado de Georgia, Estados Unidos, se han encontrado cad¨¢veres abandonados desde hace m¨¢s de veinte a?os, algunos est¨¢n a¨²n en pleno periodo de descomposici¨®n: sus deudos hab¨ªan recibido las urnas con las cenizas reglamentarias rellenas solamente con cal y tierra vulgar.
XVII
Pas de deux
En un sal¨®n inmenso apareci¨® vestido curiosamente. Llevaba shorts y una camiseta sucia. Las piernas musculosas y velludas. El pelo largo y una trencita muy coqueta rode¨¢ndole la cabeza. La cara arrugada, parecida en las l¨ªneas a los vellos. Le dije que me gustaba su peinado. No respondi¨®, recorri¨® con la vista el sal¨®n como si fuera un agrimensor. Alz¨® los brazos, una mancha de sudor marcaba su ropa.
Luego, con sorna, dibuj¨® un pas de deux, un d¨¦mi pli¨¦ y termin¨® trastabillando como una cantante de ¨®pera que falla en la pen¨²ltima nota.
XVIII
La marca
Despu¨¦s de hacer el amor, la primera vez que va a un prost¨ªbulo, conducido por su mejor amigo, Schubert besa a la mujer. Es imponente, como una diosa. Luego le acaricia los pechos grandes y firmes, blanquecinos, destaca la rugosa areola, el pez¨®n todav¨ªa erecto.
La mujer levanta un brazo y en la base del seno est¨¢ la llaga.
La s¨ªfilis le produce una locura intermitente y un gran fervor. Uno de sus amigos (su admirador, un mecenas) le regala un piano; all¨ª compone sus ¨²ltimas obras, entre ellas, los impromptus y momentos musicales que tanta influencia tendr¨ªan sobre Chopin, Schumann y Liszt que cuando Schubert muri¨® eran a¨²n adolescentes.
XIX
Interpretaci¨®n de los sue?os
Hoy me cont¨® uno de sus sue?os. Enferma de c¨¢ncer, ten¨ªa que someterse a sesiones de quimioterapia en una especie de museo; le hab¨ªan asignado la tarea de observar atentamente una pintura y redactar un ensayo sobre ella; la situaci¨®n la angustiaba enormemente: adem¨¢s del tratamiento, en s¨ª mismo infernal, se ve¨ªa forzada a escribir sobre cosas abominables. Para deshacerse de la obligaci¨®n, recorr¨ªa oficinas buscando a quien -por lo menos- le permitiese elegir por su cuenta un cuadro: todas las oficinas, sin excepci¨®n, estaban vac¨ªas. Una llevaba el nombre de su psicoanalista.
XX
Un fragmento amoroso
Para Barthes el texto era "... un cubo con facetas, un amasijo de decoraciones, una trenza, un encaje de Valenciennes, una pantalla televisiva, una pasta hojaldrada, una cebolla, etc¨¦tera".
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