Devociones
Bienaventurado el campus universitario, de pronto invadido por j¨®venes estudiantes que toman el sol sobre la hierba. Las mochilas y los libros descansan en el suelo con una alegr¨ªa terrenal, y junto a los diccionarios de lat¨ªn o las ediciones filol¨®gicas del Libro de Buen Amor pasa una hilera de hormigas en busca de un adjetivo que llevarse a la boca. Bienaventuradas las primeras palabras de amor, esas que empiezan con una risa o un murmullo, y buscan un o¨ªdo, y se entretienen jugando con un pendiente en los labios. Bienaventurados los ¨¢rboles que se han olvidado del fr¨ªo y levantan contra el cielo un ara?azo verde de vida, un deseo de abrir las ramas en el horizonte como un tenor extiende sus brazos cuando da el do de pecho. Bienaventurado el reloj que da las doce de la ma?ana, y deja que el sol caiga sobre la ciudad como una bendici¨®n del mes de marzo, contagiando una vibrante inquietud humana en los escaparates de las tiendas, en las escaleras mec¨¢nicas, en las puertas giratorias de los bancos, en el oficinista que entona los buenos d¨ªas con una pronunciaci¨®n menos rutinaria. Bienaventurados los coches que pasan por las calles como peces de colores, y se agrupan en los atascos como una bandada de p¨¢jaros y luego se disuelven en el viento como una estampida, dejando que por las ventanillas abiertas se escapen la m¨²sica y las conversaciones. Bienaventurados los campos de las carreteras, los puentes de las carreteras, las monta?as y los valles que parecen estar levant¨¢ndose, frot¨¢ndose los ojos, abriendo sus pupilas y sus vegetaciones.
El invierno ha sido duro. Bienaventurado el fr¨ªo que se va, y las nieves que se queman al sol, y las estufas que se duermen en las sombras de la casa hasta el a?o que viene. Bienaventurados los libros que se escapan de las bibliotecas, y las gentes que salen del trabajo, y la luz que envuelve en papel de regalo los pasos de peatones y las terrazas de los bares. Bienaventuradas las plazas de Andaluc¨ªa que se llenan de parejas de turistas, y de cuerpos ligeros de ropa, y de brazos desnudos, y de cabelleras impertinentes, y de piernas largas y rotundas. Bienaventuradas las puertas de los colegios, porque las madres se han quitado los abrigos, y son otra cosa, todos somos otra cosa, dispuestos a demostrar que la madurez tambi¨¦n conoce sus secretos y esgrime sus armas convincentes. Bienaventurado el primer trago de cerveza, el dulce escalofr¨ªo amargo que nos convierte la boca en espuma y el coraz¨®n en el junco flexible que se ba?a en la curva de un r¨ªo. Bienaventuradas las curvas, bienaventurados los rincones del jard¨ªn, las muchachas con perro, los besos callejeros, los mirones, las estatuas que dejan su pedestal para beber en la fuente, los atardeceres, el sol que no se va del todo porque se queda debajo de la piel, el alumbrado p¨²blico, las ventanas encendidas en el d¨¦cimo piso, los espejos dispuestos a no perder detalle, el insomnio de los adolescentes, las vueltas en la cama. Bienaventurada la ropa interior y la luna en el cielo. Y que la vida perdone, porque no saben lo que hacen, a todos los andaluces que se van a pasar la semana detr¨¢s de un tambor y de un crucificado, feligreses de la humillaci¨®n, cantores de la muerte, s¨²bditos del dolor, de los obispos y de las coronas de espinas.
Luis Garc¨ªa Montero es poeta y profesor de la Universidad de Granada.
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