Tres ¨²ltimas cenas
No estoy seguro de que sea cierta la afirmaci¨®n seg¨²n la cual los espa?oles se dividen en tres grupos: los que no leen, los que han le¨ªdo el C¨®digo da Vinci y los que han decidido no leerlo. M¨¢s dif¨ªcil es sospechar qu¨¦ razones han tenido los dos ¨²ltimos grupos, si es que no han sido la mera pasividad publicitaria o la falta de tiempo lo que les ha llevado a esta decisi¨®n. Yo, por respeto a ellos y por dignidad para conmigo mismo, no dir¨¦ ahora nada, aunque volver¨¦ sobre el tema al final.
Pero, ?cu¨¢les son las razones que est¨¢n en el fondo del cuadro realizado por uno de los m¨¢ximos genios de la pintura: Leonardo? ?El hipot¨¦tico detalle er¨®tico de una hipot¨¦tica figura femenina, incluida entre los ap¨®stoles como consecuencia de unas hipot¨¦ticas relaciones sentimentales de Jes¨²s con ella? ?O no ser¨¢ el hecho mismo, en toda su hond¨ªsima significaci¨®n, de lo que aquella cena significa para la historia humana?: el momento final de un hombre que vivi¨® para revelar el amor de Dios al mundo, que cur¨® todo dolor y dolencia encontrados, que pas¨® haciendo el bien y que finalmente, traicionado por unos, abandonado por otros, dejado al albur de las circunstancias por quienes nunca quisieron comprometer su seguridad, posesi¨®n o situaci¨®n, dejaron que fuera llevado a la muerte y donde ¨¦l convirti¨® esa traici¨®n en un acto de entrega, ese abandono en una decisi¨®n de compa?¨ªa y esa desidia en un signo de diligencia amorosa, trozo de pan y copa de vino con los que respond¨ªa dando como alimento su vida divina a los dem¨¢s, cuando a ¨¦l le estaban quitando la suya humana.
Las ¨²ltimas cenas tienen algo de iluminador en un sentido y de ensombrecedor en otro. Una cena en esa situaci¨®n l¨ªmite est¨¢ hecha de alimentos y de comensalidad, de signos y de palabras: todos juntos dicen su sentido. El protagonista, entre serenidad y pesadumbre, explica su destino. Junto a la de Jes¨²s en la noche del Jueves Santo hay otras dos ¨²ltimas cenas que hay que recordar: la de S¨®crates y la de san Pablo. Todos queremos conocer qu¨¦ han dicho los grandes hombres en sus instantes supremos, porque s¨®lo quien es capaz de dar un sentido a la muerte es capaz de dar un sentido a la vida. No sabemos si S¨®crates la ¨²ltima noche de su vida tom¨® unos higos, algo de queso, quiz¨¢ una copa de vino y aceitunas. Pero s¨ª sabemos la curiosidad infinita que todos tuvieron despu¨¦s por saber cu¨¢les hab¨ªan sido su comportamiento y palabras finales. De memoria hemos aprendido las primeras palabras del di¨¢logo plat¨®nico El Fed¨®n con las que Equ¨¦crates pregunta: "?Estuviste t¨², Fed¨®n, con S¨®crates el d¨ªa aquel en el que bebi¨® el veneno en la c¨¢rcel?... ?Y qu¨¦ es lo que dijo antes de morir? ?Y c¨®mo acab¨® sus d¨ªas?".
Nada sabemos de los dos ¨²ltimos a?os de san Pablo en Roma, en los que "permaneci¨® en una casa alquilada, donde recib¨ªa a todos los que ven¨ªan a ¨¦l, predicando el reino de Dios y ense?ando con toda libertad y sin obst¨¢culos lo referente a Jesucristo" (Hch, 28, 30). Pero s¨ª conocemos su ¨²ltimo encuentro y cena eucar¨ªstica, en la que reuniendo a los presb¨ªteros de Efeso, sabiendo que comenzaba su proceso final, les confiesa: "Voy a Jerusal¨¦n sin saber lo que all¨ª me suceder¨¢. El Esp¨ªritu me advierte que me esperan cadenas y tribulaciones. Pero no me importa la vida con tal de cumplir la misi¨®n recibida y llevar a t¨¦rmino el ministerio encargado por el Se?or Jes¨²s, de anunciar el evangelio de la gracia de Dios al mundo" (20, 22-24). Ese evangelio est¨¢ resumido por san Juan en una frase, que habr¨ªa que rescatar entera si un d¨ªa se incendiasen todos los ejemplares del Nuevo Testamento porque es su mejor almendra: "Tanto am¨® Dios al mundo que le entreg¨® a su Hijo para que no perezca, sino que tenga vida y ¨¦sta sea eterna" (3, 16).
La ¨²ltima cena de Jesucristo es algo tan normal como innovador. Era una cena pascual jud¨ªa. Quienes hemos conocido o acompa?ado a nuestros hermanos jud¨ªos en un seder, conocemos su sentido: memoria de una historia, agradecimiento a Dios por una presencia, espera de una redenci¨®n. En el tejido de una cena as¨ª, Jes¨²s, cumpliendo el mismo rito, inserta unas fibras nuevas, inmutadoras y constituyentes: el pan y el vino como corporeizaci¨®n de su vida y de su destino. Con las palabras que lo acompa?a, la bendici¨®n, el reparto, el mandato de hacer eso en memoria suya y d¨¢ndoles a ver que eso era el signo de la nueva alianza de Dios en su sangre, suscita la iglesia y funda el cristianismo. Ese signo ha seguido siendo rememorado y celebrado incesantemente hasta hoy. ?l sabe que su cuerpo va a ser destrozado en la cruz y al suelo vertida su sangre por la violencia. Entonces, con esa capacidad absoluta de anticipar que la libertad tiene, interpreta su muerte, la ofrece como s¨²plica al Padre com¨²n por los que le crucifican, y a la vez les promete que esos signos (cuerpo-pan; sangre-vino) ser¨¢n el s¨ªmbolo real de su perenne presencia personal para el perd¨®n y la vida de quienes los reciban. ?Eso significa el verbo 'expiar', que tan terrible significado ha recogido en la posterior historia, hasta el punto de que en nuestros d¨ªas lo evitamos! En el Antiguo Testamento y en boca de Jes¨²s, expiar es poner un principio de vida divina (su amor, libertad solidaria y entregada; s¨²plica intercesora por sus hermanos) donde nosotros previamente hab¨ªamos puesto el pecado como principio de muerte, la traici¨®n, el fratricidio, la negaci¨®n del Padre, la injusticia, la codicia, la venganza.
Con este acto, Jes¨²s ha invertido lo que para Girard es el principio de toda violencia en la historia: la b¨²squeda de un chivo expiatorio. Pero no tiene raz¨®n al explicar la vida de Jes¨²s como un 'sacrificio' en ese sentido. El Nuevo Testamento jam¨¢s aplica a Jes¨²s la expresi¨®n 'chivo expiatorio'. Su gesto ¨²ltimo, ll¨¢mese ¨²ltima cena, misa o eucarist¨ªa, no ha dejado de celebrarse ni un d¨ªa, ni una hora a lo largo de la historia desde el momento en que en Pentecost¨¦s la Iglesia nace a su misi¨®n. De la eucarist¨ªa ha renacido la Iglesia y sin la Iglesia no hay eucarist¨ªa. Cristo ha sido la persona nunca olvidada y siempre recordada, pero no s¨®lo en un recuerdo psicol¨®gico individual, sino en esa instituci¨®n comunitaria por ese memorial presencializador. No es de un resto arqueol¨®gico o de un manuscrito en una cueva de lo que hablamos, sino de un viviente. Tanto la persona de Jes¨²s como su eucarist¨ªa han sido "algo que no se ha borrado nunca de la memoria de la m¨¢s antigua sociedad superviviente en el mundo occidental", escribe el gran historiador Dodd.
?Qu¨¦ une estas tres cenas, despedidas y palabras finales? Los tres son hombres fundadores de humanidad, para quienes la vida es sagrada. La mera pervivencia no es la suma realidad. La vida puede ser lograda o malograda, consumada en verdad o consumida en deshonor. Ellos identificaron la vida con la fidelidad a la misi¨®n y se confiaron a quien se la hab¨ªa confiado. Cuando se le propone a S¨®crates huir de la prisi¨®n, pregunta a sus amigos que le quieren ayudar: "?Qu¨¦ dir¨¦ a Las 'Leyes' (el daimon, el esp¨ªritu, otro nombre para la divinidad), cuando abandonando Atenas me pregunten por qu¨¦ prefiero salvar mis tendones a mantener viva y acreditar verdadera la palabra que os he dicho a lo largo de la vida?". Juvenal tall¨® en dos versos sublimes las actitudes de estos hombres: "S¨¢bete que no hay degradaci¨®n e impiedad mayor que preferir la existencia a la verdad (pudor, pundonor) y por mantener la vida, perder las causas del vivir". Doy el texto latino porque es casi intraducible: "Summum crede nefas animam praeferre pudori et propter uitam uiuendi perdere causas" (Sat 8, 83-84).
Nietzsche odi¨® por razones similares con la misma intensidad a S¨®crates y a Jesucristo. Odio que era mezcla de envidia, resentimiento y voluntad de suplantaci¨®n. Cuando recuerdo la pel¨ªcula de Bu?uel Viridiana, que remedando la cena del Jueves Santo, pone en presidencia a un Jes¨²s ciego, gu¨ªa de ciegos, iniciando una comunidad de ciegos, o cuando veo el gran cuadro del siglo XX, dise?ado por Arrabal y realizado por el pintor S. M. F¨¦lez basado en la ¨²ltima cena de Juan de Juanes, con el propio Arrabal en el centro incluyendo a sus amigos, entre ellos a Picasso en el lugar de Judas, yo no s¨¦ qu¨¦ pensar. Y menos a¨²n cuando eso lo repite un cuadro propagand¨ªstico en Par¨ªs las ¨²ltimas semanas, sumando a un tiempo lo que erotismo, publicidad y comercio pueden reclamar. Sobre todo me excede comprender c¨®mo en un momento en que se ponen bajo sospecha o se proh¨ªben los signos religiosos vividos en sobriedad convivente y sin problema ninguno por quienes se identifican con ellos, al mismo tiempo son utilizados por otros para propaganda comercial, promete¨ªsmo propio o arrastre de programas pol¨ªticos.
Pero los lectores ser¨¢n inteligentes y sabr¨¢n que las cenas de S¨®crates, Jes¨²s y Pablo han sido fuente de verdad, esperanza y dignidad para la humanidad a lo largo de 25 siglos. Y pueden verificar hoy ellos mismos con los propios ojos, libertad e inteligencia, si las aserciones del C¨®digo da Vinci son verdaderas leyendo los cuatro evangelios (o si es demasiado, los cap¨ªtulos 5-7 de Mateo y 13-17 de Juan) y a la vez los di¨¢logos de Plat¨®n: La apolog¨ªa, El crit¨®n y El Fed¨®n.
Quienes en este sentido somos plat¨®nicos y cristianos no nos asustamos ante los remedos vulgares, las blasfemias o las trivializaciones porque lo sagrado es invulnerable y quien intenta vulnerarlo es ¨¦l quien queda manchado y profanado. Plat¨®n es m¨¢s sutil todav¨ªa cuando sugiere c¨®mo hay quienes utilizan la insolencia o el pecado contra los dioses como medio para lograr favores entre los hombres. Como no se atreve del todo a nombrar con palabras claras realidad tan inhumana, apela al verso de un poeta: "Pronunciando mi discurso me entr¨® cierta preocupaci¨®n no fuere que, al decir de Ibico: 'Pecando ante los dioses, honor de los hombres a cambio recibiera" (Fedro, 242).
Olegario Gonz¨¢lez de Cardedal es catedr¨¢tico de la Universidad de Salamanca y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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