El exilio vasco
Como les pasa a muchos j¨®venes, Carlos se vio una noche, despu¨¦s de un largo viaje de tren, en la estaci¨®n de Chamart¨ªn, llevando todo su equipaje en una maleta, con la direcci¨®n de una habitaci¨®n donde alojarse, un futuro incierto por delante y la necesidad de buscarse la vida en Madrid. A diferencia de esos j¨®venes, Carlos Fern¨¢ndez de Casadevante ten¨ªa 42 a?os, cinco hijos, una plaza de catedr¨¢tico de Derecho Internacional P¨²blico en la Universidad del Pa¨ªs Vasco y la vida partida por la mitad. Empez¨® a pensar en irse del Pa¨ªs Vasco, donde naci¨®, en Ir¨²n, cuando descubri¨® una pintada en la pared de su despacho que dec¨ªa "carcelero". Sigui¨® d¨¢ndole m¨¢s vueltas al recibir an¨®nimos que le impel¨ªan a abandonar Euskadi. Se decidi¨® el d¨ªa en que lleg¨® a su facultad un paquete remitido a ¨¦l que conten¨ªa un artilugio con unos cables sueltos. No era una bomba. Todav¨ªa. Era un aviso. Pero consider¨® que ya era suficiente. Y un d¨ªa de octubre de 1998 introdujo todo su equipaje en una maleta y se meti¨® en un tren para Madrid. Eso ocurr¨ªa en 1998. Sigue en Madrid. Y su familia, en el Pa¨ªs Vasco ("No es f¨¢cil desmontar la vida de todos y traerlos aqu¨ª", explica). ?l va los fines de semana que puede. Asegura, con un tono determinante y rotundo, que jam¨¢s volver¨¢. Y se explica con una pregunta: "?Para qu¨¦ voy a volver a una tierra de la que he sido expulsado?".
Comisiones de la Di¨¢spora Vasca intenta, antes de las elecciones en Euskadi del 17 de abril, alertar sobre la situaci¨®n de los que han tenido que dejar su tierra
Mikel Buesa calcula que "decenas de miles de personas nacidas en el Pa¨ªs Vasco han sido expulsadas de ¨¦l" desde los a?os ochenta
Alerta
El pasado 27 de febrero naci¨® en un teatro de Madrid una asociaci¨®n, las Comisiones de la Di¨¢spora Vasca, que intenta, antes de las elecciones que se celebrar¨¢n en Euskadi el pr¨®ximo 17 de abril, alertar sobre la situaci¨®n de los vascos que, como Fern¨¢ndez de Casadevante, han abandonado su tierra por miedo, por sentirse amenazados o por estar hartos de vivir amenazados.
Mikel Buesa, catedr¨¢tico de Econom¨ªa Aplicada en la Complutense y vicepresidente del Foro de Ermua , calcula que "decenas de miles de personas nacidas en el Pa¨ªs Vasco han sido expulsadas de ¨¦l" desde los a?os ochenta. Viven en Madrid, en Andaluc¨ªa, en Logro?o, en Burgos, en Cantabria... En el fondo, como el mismo Buesa reconoce, son un ej¨¦rcito de exiliados imposible de contar, entre otras cosas porque muchos, por razones de seguridad, por puro miedo, se niegan a que les incluyan en la suma. Francisco Llera, profesor de la Universidad del Pa¨ªs Vasco y director del Euskobar¨®metro, no considera muy exageradas las cifras de Buesa. "Son bastantes miles de familias, muchas m¨¢s de 10.000 personas. Pero bastar¨ªa la historia de una sola persona, de una sola familia..."
Bastar¨ªa la historia de la familia de Mar¨ªa Jes¨²s Lejarreta, nacida en Vitoria en 1959 y exiliada en Madrid desde 1980. Ese a?o, el m¨¢s sangriento de toda la existencia del terrorismo vasco, ETA mat¨® a 91 personas; y los Comandos Aut¨®nomos Capitalistas (una escisi¨®n de ETA), a cuatro. Aquel oto?o, Manuel Mar¨ªa Lejarreta, ex alcalde de Vitoria y ex presidente de la Diputaci¨®n de ?lava, decidi¨® que no pod¨ªa m¨¢s, que ni ¨¦l ni su mujer ni sus cinco hijos pod¨ªan m¨¢s. Vivi¨® con un polic¨ªa dentro de casa, sal¨ªa a la calle siempre con un chaleco antibalas, cada vez que dejaba el despacho avisaba por tel¨¦fono a su mujer (a¨²n no exist¨ªan los m¨®viles) para que ¨¦sta se asomara discretamente a la ventana. Si notaba algo sospechoso en la calle, hac¨ªa una se?a para que el coche de su marido no parase. En casa de Mar¨ªa Jes¨²s estaban expuestas las fotograf¨ªas de los etarras m¨¢s buscados en ese momento. "Para que toda la familia los tuviera grabados en la memoria en todo momento", recuerda esta mujer.
Casada ahora con un madrile?o, con tres hijos madrile?os, no ha olvidado aquellos a?os de horror ni los mil y un episodios tr¨¢gicos o esperp¨¦nticos que provoca un rutinario y excesivo contacto con la muerte:
"Un d¨ªa, nuestra asistenta, para celebrar la comuni¨®n de un pariente, nos envi¨® una tarta, pero como lleg¨® sin tarjeta, la polic¨ªa sospech¨® al momento que escond¨ªa una bomba y se la llev¨® a la comisar¨ªa". La madre, por aquellos tiempos, aprendi¨® a manejar una pistola. No para defenderse, sino para avisar, en caso de necesidad, a los agentes que se apostaban siempre cerca de su domicilio. Un d¨ªa, un an¨®nimo siniestro encontrado en la puerta les inform¨® de la inminente explosi¨®n de una bomba; una noche, una llamada de la polic¨ªa, alertada por un soplo, obligaba al padre a salir de casa de madrugada y esconderse durante unos d¨ªas en un lugar desconocido para todos excepto para su mujer... La llegada de una carta en la que se le exig¨ªa el pago de dinero para ETA termin¨® de convencerle. Mand¨® a los cinco hijos a un piso en Madrid mientras su mujer y ¨¦l desmantelaban su casa (y su vida) de Vitoria.
"Yo, que era la mayor, ten¨ªa 20 a?os", recuerda Mar¨ªa Jes¨²s, "y no lo llev¨¦ muy mal, pero mis hermanos, que estaban en plena adolescencia, y que dejaban atr¨¢s amigos, novios, qu¨¦ s¨¦ yo, pues lo soportaron muy mal. A¨²n me acuerdo que se preguntaban: '?Por qu¨¦ nos tenemos que ir?".
Hace 25 a?os
De todo esto han pasado 25 a?os. El ex alcalde de Vitoria y ex presidente de la Diputaci¨®n de ?lava es hoy un hombre de casi 80 a?os que durante la ¨²ltima etapa de su vida ha intentado pasar lo m¨¢s inadvertido posible. En contadas ocasiones volvi¨® a su tierra: en el entierro de su mujer, en las bodas de sus hijas, que se empe?aron en casarse en el monasterio de Nuestra Se?ora de Est¨ªbaliz... "Era mi ciudad, el sitio en el que quer¨ªa casarme, donde conoc¨ªa a la gente, donde estaban mis amigos; no pod¨ªan quitarme hasta eso", recuerda Mar¨ªa Jes¨²s, con la sombra de una l¨¢grima tembl¨¢ndole en los ojos.
En 25 a?os, esta mujer no ha aprendido a recordar su ciudad sin emocionarse, sin que le venga a la boca la misma frase rotunda: "Nos echaron, ¨¦ramos proscritos, y lo seguimos siendo". Cuando se refiere a su padre, resume: "A pesar de lo que ha sufrido, jam¨¢s se ha quejado. Dedic¨® los mejores a?os de su vida a su tierra. En el fondo, a pesar de todo, ha tenido suerte, porque est¨¢ vivo y ha podido ver a sus nietos. Dos presidentes de diputaciones vascas de la etapa de mi padre fueron asesinados".
Mar¨ªa Jes¨²s vive ahora "tranquila y sin miedo" en Villaviciosa de Od¨®n, un pueblo de Madrid. Y ha decidido contar su historia y la de su familia por una raz¨®n: "Lo que nos pas¨® a nosotros sigue pasando all¨ª, sigue habiendo gente expulsada del Pa¨ªs Vasco, sigue habiendo gente amenazada de muerte, sin libertad, ciudadanos vascos que no pueden vivir en su tierra".
Dos de ellos son Luis y Mar¨ªa, de 39 y 40 a?os, respectivamente. Son nombres supuestos. Prefieren esconderse en un anonimato y lo explican: "Por miedo, es evidente. Pero tambi¨¦n para no desmoralizar demasiado a nuestros amigos que se han quedado all¨¢", dice ella. En Bilbao, Luis ten¨ªa dos m¨®viles. Uno para los negocios. Otro, particular. Muy pocos familiares y amigos conoc¨ªan este segundo n¨²mero. Hace seis meses recibi¨® por ese tel¨¦fono una amenaza de muerte.
?C¨®mo era posible que tuvieran su n¨²mero? La Ertzaintza les puso en el mismo dilema que a otros muchos amenazados: o se marchaban o Luis deber¨ªa ir con escolta desde ese momento. "Tenemos tres hijos", se justifica Mar¨ªa, "de dos, ocho y doce a?os; no pod¨ªamos condenarles a ellos a vivir as¨ª, a prohibirles hablar de determinadas cosas, a acostumbrarles a los escoltas, y decidimos irnos". De un d¨ªa para otro cerraron el negocio de Luis y se marcharon a un pueblo de Burgos.
Desde entonces viven all¨ª. Con menos miedo que en Bilbao. Pero con el suficiente como para no poner ni en este reportaje (ni en el buz¨®n de correos de su nueva casa) sus nombres y apellidos. "Nosotros nacimos en Bilbao, pero estuvimos diez a?os viviendo fuera. Luego volvimos a mediados de los a?os noventa. Y decidimos que hab¨ªa que hacer algo, que hab¨ªa que mojarse. Luis se afili¨® al PP, no porque fuera de ese partido, sino porque entonces era el PP el que m¨¢s en contra del nacionalismo estaba, y as¨ª, a?o tras a?o, hasta que Luis recibi¨® el primer toque, un amigo ertzaina que te dice que se le ve mucho, otro compa?ero que te aconseja que vaya a menos actos, que salga menos en los peri¨®dicos...", recuerda Mar¨ªa.
?l ha encontrado trabajo en el pueblo. Ella est¨¢ deprimida desde que lleg¨®: "Nuestros amigos entienden que nos hayamos ido, pero tambi¨¦n sabemos que les hemos abandonado. Porque tendr¨ªamos que seguir all¨ª, tendr¨ªamos que seguir luchando, pero s¨®lo tenemos una vida, y tenemos tres hijos", resume, resignada, impotente.
"Son profesores, periodistas, familiares de v¨ªctimas de atentados, jueces, pol¨ªticos; son gente muy preparada, y joven, la que se va ahora", explica Mikel Buesa. "Entre el 10% y el 17% de la poblaci¨®n vasca estar¨ªa dispuesta a irse a otro sitio de Espa?a si encontrara un trabajo en las mismas condiciones que el que tiene ahora, y eso da una imagen de la situaci¨®n", a?ade Francisco Llera.
Fern¨¢ndez de Casadevante, el hombre que con 42 a?os lleg¨® a Madrid con una maleta, es ahora decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos. En su despacho, en un lugar destacado, figura el escudo del Real Uni¨®n de Ir¨²n: "Yo fui presidente del club durante siete a?os, y sigo comprando El Diario Vasco para enterarme de lo que pasa ah¨ª", afirma, con una sonrisa. Despu¨¦s se le ensombrece el gesto de repente: "No somos h¨¦roes, no se nos puede pedir que seamos h¨¦roes". A este experto en Derecho Internacional P¨²blico le amenazaron por significarse, por poner en la pizarra de su clase los d¨ªas que llevaban secuestrados Jos¨¦ Mar¨ªa Aldaya o Jos¨¦ Antonio Ortega Lara, por llevar el lazo azul... "Porque nunca me plegu¨¦ a la ley del silencio, pero al final, a la hora de la verdad, cuando me tuve que venir porque me jugaba la vida, porque ya no me era posible soportar por m¨¢s tiempo la situaci¨®n de indefensi¨®n en que me hallaba, me encontr¨¦ muy solo, me ayud¨® esta universidad, esta Comunidad Aut¨®noma de Madrid, a la que estar¨¦ siempre agradecido, pero no el Gobierno vasco...", se lamenta. "Por eso nunca volver¨¦, y eso que me estoy perdiendo ver todos los d¨ªas a mis hijos".
M¨¢s hast¨ªo que miedo
Tambi¨¦n en una universidad madrile?a, en la de San Pablo- CEU, da clases otro vasco exiliado. Joaqu¨ªn de Pa¨²l trabaj¨® hasta el curso pasado en la Universidad del Pa¨ªs Vasco como profesor de psicolog¨ªa y decano. Siempre ha militado contra la violencia terrorista. Huy¨®, "no tanto por miedo, que tambi¨¦n, como por hast¨ªo, por aburrimiento de una situaci¨®n intolerable". De Pa¨²l ha ido con escolta desde 2003. "Y el 2002 lo pas¨¦ acongojado de miedo", explica. "No te crees que puedan ir a por ti, t¨² piensas: '?Pero yo qu¨¦ he hecho?. Y un d¨ªa preguntas a la Subdelegaci¨®n del Gobierno y te responden que s¨ª, que mejor te pongas escolta, que tu nombre suena", explica. "Pero cuando me met¨ªa, sab¨ªa d¨®nde me met¨ªa, y repito que no me fui s¨®lo por miedo, sino por hast¨ªo, por necesidad de salir de un lugar donde todas las palabras se miden, y vivir en otro donde a la gente le preocupan las cosas que preocupan a todo el mundo, donde no existe el monotema", a?ade.
De Pa¨²l vive solo. Como Fern¨¢ndez de Casadevante. Su familia tambi¨¦n se ha quedado en San Sebasti¨¢n. Eso s¨ª: no ha desmantelado del todo su casa en el Pa¨ªs Vasco. Porque no sabe cu¨¢nto tiempo se quedar¨¢ en Madrid, si volver¨¢ alg¨²n d¨ªa o si al final acabar¨¢ "en Almer¨ªa, como otros".
Por lo pronto, en este a?o se dedica a recobrar los mil actos peque?os que conforman la vida de un hombre libre: "Ir al cine, se me hab¨ªa olvidado ir al cine. No se puede ir con dos escoltas a ver una pel¨ªcula".
'Ertzainas' en Castro Urdiales
LOS ASESINATOS DE ETA Y LA VIOLENCIA y la extorsi¨®n callejera han provocado un exilio definitivo (miles de personas que levantan su casa y que se marchan, hartas de amenazas, del Pa¨ªs Vasco) y un exilio de a diario. ?ste es el caso de los cientos de ertzainas que evitan residir en el lugar en el que trabajan y que todos los d¨ªas laborables cruzan la comunidad dos veces: para ir a trabajar y para regresar a dormir.
Juli¨¢n prefiere no dar su apellido por razones de seguridad. Lleva m¨¢s de 23 a?os de ertzaina. Pertenece a la primera promoci¨®n. Naci¨® en Santurce. Y desde hace seis a?os vive en Castro Urdiales (Cantabria), a 20 minutos en coche desde Bilbao. El hecho de tener familia le empuj¨® a dejar su ciudad. Asegura que, con dos hijos, no pod¨ªa seguir viviendo en el mismo ambiente, que ¨¦l define de "angustioso". "A los chicos los insultaban, a m¨ª me imprecaban por la calle. Adem¨¢s te enteras, porque se encargan de que te enteres, de que tienen todos tus datos personales", asegura. "Al principio aparece tu coche pintado, y unos d¨ªas despu¨¦s aparece quemado", prosigue. "Y uno no puede vivir de esa manera, como si tuvieras siempre una pistola apunt¨¢ndote directamente en la nuca", a?ade. ?l se fue en 1999. Pero asegura que sus compa?eros lo siguen haciendo. "Es algo muy al d¨ªa, es el tema de conversaci¨®n", agrega.
Seg¨²n el sindicato independiente de la Ertzaintza ERNE, en Castro Urdiales residen m¨¢s de 500 afiliados suyos. "Pero hay muchos m¨¢s ertzainas: los que no est¨¢n afiliados, los que viven all¨ª pero por diferentes razones siguen empadronados aqu¨ª...", precisa un portavoz de este sindicato.
No s¨®lo ocurre en Castro Urdiales: el ¨¦xodo de polic¨ªas aut¨®nomos los empuja bien a lo largo de la franja costera c¨¢ntabra (incluso hay quien vive en Noja o en Laredo), bien hacia el sur, a localidades de La Rioja o Burgos.
"A m¨ª, cuando lo pienso, me da un ataque de rabia. Porque nos ha echado un hatajo de cobardes. Pero sobre todo hay que pensar en la familia", explica Juli¨¢n. Este ertzaina asegura que, desde que duerme en Cantabria, su vida ha cambiado: "Puedes desconectar, y eso es mucho". "Hasta me ha crecido el pelo, porque me estaba quedando calvo", a?ade.
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