Historias de taconeo
En los n¨²meros 22 y 24 de La Rambla hay dos portales en los que han quedado huellas de tac¨®n femenino. En el acceso a los pisos son bien visibles cuatro agujeros, dos en cada umbral, del tama?o de un pu?o: los que dejaron los tacones de las prostitutas que aguardaban durante a?os a la entrada que llegaran clientes. Durante mucho tiempo pervivieron all¨ª varios meubl¨¦s, que fueron languideciendo y acabaron cerrando. La profundidad de los agujeros deja pocas dudas sobre las interminables horas de taconeo solitario que les toc¨® pasar en plena calle a aquellas mujeres.
Ahora la zona est¨¢ en fase de cambios. De aquella Barcelona preol¨ªmpica que cerraba hoteles los fines de semana por falta de clientes se ha pasado a una ciudad y a una Rambla repleta de turistas. En un radio de 300 metros hay proyectados una decena de hoteles. Y los antiguos meubl¨¦s de los n¨²meros 22 y 24 de La Rambla se convertir¨¢n en un hotel de 50 habitaciones y 3 estrellas.
Los promotores de un hotel que fue 'meubl¨¦', en La Rambla, mantendr¨¢n las marcas que dejaron los tacones de las prostitutas en la entrada
Los nuevos due?os de las fincas, dos empresarios de La Rambla, han presentado el proyecto de hotel al Ayuntamiento de Barcelona y han debatido qu¨¦ hacer con los m¨¢rmoles agujereados por el taconeo, si eliminarlos o conservarlos como recuerdo. En principio, se inclinan por mantener la memoria colocando los m¨¢rmoles agujereados en una vitrina del futuro hotel, que estar¨¢ acabado dentro de dos a?os, justo encima de la vieja muralla medieval que mand¨® construir el Consell de Cent. Frente a los antiguos meubl¨¦s, a¨²n se pueden ver a la entrada del ¨²nico aparcamiento de la zona los restos de la muralla, que sub¨ªa por toda la actual acera derecha de La Rambla hacia la plaza de Catalunya.
Los promotores, Ignasi Torralba, el due?o del restaurante Amaya, e Imanol Elguezabal, que regenta el estanco de al lado, han ido comprando poco a poco los pisos. El patr¨®n del Amaya ten¨ªa claro que los meubl¨¦s no deb¨ªan volver a abrir porque, entre otras cosas, perjudicaban el negocio. Pero "eso no quita que defienda que se deben mantener" las huellas del taconeo, dice el empresario de restauraci¨®n. De momento, los promotores del hotel quieren que las huellas vayan a parar al Museo de Historia de Catalu?a, en el Consolat de Mar, en la Barceloneta. Y si eso no es posible, se expondr¨¢n en sitio bien visible en el futuro hotel.
La parte baja de La Rambla fue uno de los lugares donde se concentraba m¨¢s prostituci¨®n de Barcelona. Hasta principios de la d¨¦cada de 1980, la zona donde ahora est¨¢ la Universidad Pompeu Fabra era un lugar donde se ejerc¨ªa la prostituci¨®n, sobre todo de noche, pero tambi¨¦n de d¨ªa. Toda la acera de la parte baja de La Rambla, entre la cafeter¨ªa Cosmos y el front¨®n Col¨®n, era una sucesi¨®n de prostitutas y meubl¨¦s, lo mismo que la acera de enfrente. Era la ¨¦poca en que los marineros de la Sexta Flota se paseaban por la zona, tiempos en los que proliferaban las casas de gomas y las denominadas cl¨ªnicas ven¨¦reas, instaladas por doquier en el entonces llamado Barrio Chino -hoy Raval-, al otro lado de la Rambla.
Manolo (el nombre es supuesto) recuerda retazos de la peque?a historia de los dos meubl¨¦s. "Yo fui vigilante de uno que regentaba la hermana de un conocido torero de la ¨¦poca en las d¨¦cadas de 1940 y 1950, y cr¨¦ame si le digo que he visto pasar por all¨ª a mucha gente. A¨²n recuerdo el d¨ªa en que un se?or que era cliente estaba en la casa con una prostituta y su familia hab¨ªa ido casualmente a comer al restaurante Amaya, situado justo debajo de las habitaciones. ?Lo que hubo que hacer para que no le vieran salir de all¨ª!", recuerda Manolo, que ahora est¨¢ jubilado y se dedica a atesorar la memoria del barrio en el local que mantiene abierto la Asociaci¨®n de Amigos de la calle del Arc del Teatre. El restaurante nunca ha tenido comunicaci¨®n con los meubl¨¦s, dice su due?o. Pero tambi¨¦n recuerda que alg¨²n cliente ha pasado sus apuros cuando estaba en el reservado del restaurante en compa?¨ªa femenina sin saber que su familia estaba en la zona com¨²n del local.
Pero no a todo el mundo le gusta que se mantenga el recuerdo de la prostituci¨®n que hubo all¨ª. Un vecino del portal contiguo prefiere que la reforma de los antiguos meubl¨¦s se lleve por delante las huellas del taconeo porque son el testimonio de una Barcelona "que no vale la pena recordar". En el extremo opuesto, Jos¨¦ ?ngel de la Villa, que regenta el bar Pastis, en la calle de Santa M¨°nica, al otro lado de La Rambla, defiende que se mantengan las huellas. En cambio a Manolo, el antiguo vigilante, le da lo mismo.
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