Ecolog¨ªa profunda
Hace escasas fechas, Mario Vargas Llosa reflexionaba en estas mismas p¨¢ginas (EL PA?S 20 de marzo, El ejemplo del puma) sobre la deep ecology o ecolog¨ªa profunda, y que el escritor peruano tra¨ªa a colaci¨®n al hilo del proyecto que dirige el millonario y fil¨¢ntropo californiano Douglas Thompkins con la finalidad de devolver a su estado primitivo el territorio de Pumal¨ªn, unas 300.000 hect¨¢reas de la Patagonia chilena.
El proyecto de Parque Pumal¨ªn es singular; pero se enmarca en una serie de iniciativas que se est¨¢n llevando a cabo por todo el planeta y que conforman uno de los movimientos sociales m¨¢s vigorosos y radicales de nuestro tiempo, por m¨¢s que representa un debate apenas conocido en Espa?a.
La deep ecology es, como se ver¨¢, un estadio posterior dentro de dicha radicalizaci¨®n del movimiento ecologista, y sustancialmente diferente de lo conocido hasta ahora. El concepto lo acu?¨® el fil¨®sofo noruego Arne N?ss en 1972 en Bucarest, contraponiendo la ecolog¨ªa profunda (deep ecology) frente a una ecolog¨ªa superficial (shallow ecology). La base de esta ecolog¨ªa profunda descansa en una sustituci¨®n de la perspectiva antropoc¨¦ntrica por la bioc¨¦ntrica (o ecoc¨¦ntrica), es decir, preservar la naturaleza tiene un valor en s¨ª mismo, independiente de que sirva para satisfacer necesidades humanas o para garantizar la supervivencia de las generaciones futuras.
La ecolog¨ªa profunda es hija de su tiempo. Aunque ya ha cumplido tres d¨¦cadas, ha sido a partir de los a?os noventa (y especialmente en EE UU) donde ha adquirido su mayor desarrollo. Hay, sin duda, una estrecha conexi¨®n con los movimientos contraculturales de finales de los sesenta; y, de hecho, muchos de los nombres m¨¢s destacados del movimiento proceden de aquellos (David Foreman, George Sessions, Edward Abbey o el propio Thompkins).
No se entender¨ªa la ecolog¨ªa profunda sin la expansi¨®n de la conciencia medioambiental de los ¨²ltimos treinta a?os, y que Manuel Castells define como el "reverdecimiento del yo": a finales de los a?os noventa las dos terceras partes de la poblaci¨®n occidental se considera ecologista, y por ello los "programas verdes" han invadido todo el espectro pol¨ªtico; ning¨²n partido renuncia a reverdecerse.
Sin embargo, en paralelo al reverdecimiento de los partidos tradicionales, surgieron, especialmente en Europa, los partidos verdes, que han supuesto la entrada del movimiento ecologista en la competici¨®n pol¨ªtica, cuyo punto culminante ha sido la entrada de Los Verdes (Die Gr¨¹nen) en el Gobierno alem¨¢n. Sin embargo, desde entonces se est¨¢ produciendo un retraimiento de la acci¨®n ecologista institucionalizada, que vuelve a posiciones de "fuera del sistema" desde las que se gesta el auge actual de la ecolog¨ªa profunda.
Para los ecologistas profundos hay, b¨¢sicamente, dos modelos medioambientales. Por un lado, la ecolog¨ªa superficial, enraizada en el utilitarismo, y que concibe la naturaleza como una serie de recursos puestos al servicio del hombre; y la ecolog¨ªa profunda que se manifiesta como un proyecto universalista de restituir las tierras a su virginidad primitiva, y aboga abiertamente por una reducci¨®n de la poblaci¨®n humana. La idea es que la vida humana y la no humana tienen id¨¦ntico derecho a vivir, pero la primera interfiere excesivamente sobre la segunda.
El ecologismo profundo supone por tanto una utop¨ªa. Aboga por un descenso de la poblaci¨®n humana para incrementar la vida no humana. Esta singular utop¨ªa ecol¨®gica traspasa las fronteras de lo estrictamente medioambiental e invade los ¨¢mbitos de la pol¨ªtica y la sociedad. M¨¢s que un pensamiento es una vida alternativa.
Muchas de las propuestas formuladas no est¨¢n exentas de atractivo. Y de contradicciones. Por ejemplo, la desaparici¨®n de las fronteras pol¨ªticas y la conversi¨®n de los Estados actuales en biorregiones definidas por unas caracter¨ªsticas ambientales comunes. Abogan tambi¨¦n por la creaci¨®n de ¨¢reas centrales (core areas), espacios dentro de las reservas naturales en los que la interacci¨®n humana es m¨ªnima o incluso deber¨ªa estar prohibida.
Sin embargo, el problema de la ecolog¨ªa profunda no es tanto que plantee una opci¨®n de futuro ut¨®pica (la disminuci¨®n demogr¨¢fica humana), sino que su propia fuerza expansiva genera serios dilemas de presente y cuyas repercusiones no pueden tomarse a broma. En ¨²ltima instancia, se ha convertido en proveedor de una justificaci¨®n ¨¦tica, cient¨ªfica y filos¨®fica de un radicalismo medioambiental peligrosamente elitista. Un eminente bi¨®logo americano, Daniel Janzen, ha llegado a afirmar en una prestigiosa revista (Annual Review of Ecology and Systematics) que s¨®lo los bi¨®logos pueden atribuirse la representaci¨®n del mundo natural y, en consecuencia, s¨®lo a ellos compete decidir el uso presente y futuro de espacios de especial valor como los ecosistemas tropicales.
Parad¨®jicamente, dentro de sus fronteras la ecolog¨ªa profunda se ha desplazado al ¨¢mbito radicalmente contrario: el del llamado "ecoterrorismo". Ciertas organizaciones vinculadas a este movimiento, y en especial el Earth Liberation Front (el Frente para la Liberaci¨®n de la Tierra) desarrollan una acci¨®n directa de protesta en frentes tan diversos como los derechos de los animales, actos contra las nucleares, campa?as contra veh¨ªculos todo-terreno...
Estoy convencido de que en un futuro no muy lejano este debate nos alcanzar¨¢ de lleno, por lo que ser¨ªa interesante proveernos de argumentaciones que desde una perspectiva tanto global como local, sustenten nuestras posiciones. El ecologismo radical de finales de los setenta dio paso al ecologismo institucional y ¨¦ste a su vez al desarrollo sostenible y a la democracia ambiental; podemos aventurar que las nuevas estrategias ecol¨®gicas tendr¨¢n en la red de redes su principal foco de irradiaci¨®n: y ah¨ª su ventaja -llegar¨¢ a m¨¢s gente- y su peligro -el anonimato-, pero en ning¨²n caso debemos ignorarlas, sino contrastarlas con unas posiciones que conciten el respaldo mayoritario de la sociedad; una sociedad no elitista y democr¨¢tica que sabe que la degradaci¨®n del medio es un factor limitativo del desarrollo econ¨®mico y social pero que sin olvidar estos factores, garantes de bienestar social, exige un desarrollo sostenible, proteccionista con el territorio y nuestra biodiversidad.
Rafael Blasco Castany es consejero de Territorio y Vivienda de la Generalitat Valenciana.
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