Historia de la elecci¨®n papal
Existe la infundada creencia de que el procedimiento de elecci¨®n del Papa es secreto. Pero oficialmente s¨®lo son secretas las deliberaciones y votaciones en el c¨®nclave; aun as¨ª hay muchos datos publicados sobre las sucesivas rondas de votaciones en la mayor parte de los c¨®nclaves desde el siglo XIII. Hasta llegar al procedimiento actual, la Iglesia pas¨® por azarosas y conflictivas pruebas y errores, en parte provocadas por su renuencia a pensar en t¨¦rminos pr¨¢cticos y estrat¨¦gicos sobre una elecci¨®n que, seg¨²n la doctrina, deber¨ªa ser inspirada por el Esp¨ªritu Santo. Inicialmente, el obispo de Roma era elegido como los dem¨¢s obispos, es decir, por aclamaci¨®n asamblearia de los fieles. Sin embargo, ya en los tiempos de las catacumbas, antes de que el cristianismo fuera oficialmente aceptado por el emperador Constantino, los desacuerdos en la elecci¨®n provocaron numerosas protestas, tumultos violentos y cismas. Hasta el siglo XII, al menos treinta y un "antipapas" fueron proclamados en pugna con otros ganadores y reconocidos por algunas facciones. En apenas cien a?os en torno al a?o 1000, 12 papas fueron expulsados del trono, cinco fueron enviados al exilio y cinco fueron asesinados. Esta debilidad institucional interna de la Iglesia para elegir a su m¨¢ximo pont¨ªfice estuvo en la base de la protecci¨®n a que fue sometida por los sucesivos emperadores romanos y germ¨¢nicos, los cuales a menudo arbitraron en las disputas entre candidatos enfrentados o nombraron sin m¨¢s al Papa de turno.
Los cardenales en c¨®nclave eran privados de la paga y ve¨ªan restringida su dieta
Inicialmente, el obispo de Roma era elegido por aclamaci¨®n asamblearia de los fieles
La Iglesia s¨®lo pudo conquistar una mayor autonom¨ªa e incluso imponer su relativo dominio al emperador mediante la adopci¨®n de un sistema electoral m¨¢s efectivo. La primera reforma, en el siglo XI, consisti¨® en eliminar a los fieles y al bajo clero de la elecci¨®n y ponerla en manos de los cardenales. Sin embargo, la elecci¨®n continu¨® siendo concebida como una v¨ªa para conocer la voluntad de Dios, por lo que requer¨ªa una inequ¨ªvoca decisi¨®n por unanimidad. Ante los frecuentes desacuerdos, se intent¨® dar prioridad a la "parte m¨¢s sensata y mayor", lo cual sol¨ªa significar que los cardenales-obispos se impusieran sobre los cardenales-sacerdotes o los cardenales-di¨¢conos. Pero la persistencia de los conflictos finalmente decidi¨® al papa Alejandro III, quien hab¨ªa competido tambi¨¦n con un antipapa, a establecer, desde 1179, la regla de la mayor¨ªa cualificada de dos tercios, a¨²n vigente en la actualidad. El abandono del requerimiento de unanimidad, que hab¨ªa sido identificado con la inspiraci¨®n divina, y su sustituci¨®n por una regla de mayor¨ªa cualificada se inspir¨® en algunos procedimientos de elecci¨®n de gobernantes usados en la ¨¦poca en varias ciudades italianas, incluido el duque de la rep¨²blica de Venecia. La regla de los dos tercios permite esperar que el elegido no sea cuestionado por ning¨²n rival cre¨ªble, ya que ello requerir¨ªa que cambiara de opini¨®n una mayor¨ªa de aquellos que hubieran apoyado originalmente al ganador. Esto permiti¨® a la Iglesia postular que tambi¨¦n el elegido mediante esta regla reflejar¨ªa la voluntad divina. Seg¨²n dijo el papa P¨ªo II sobre su propia elecci¨®n a mediados del siglo XV: "Lo que se hace por dos tercios del Sacro Colegio (de cardenales) est¨¢ hecho sin duda por el Esp¨ªritu Santo, y no cabe oponerse". La regla de los dos tercios tambi¨¦n fue adoptada para las elecciones de obispos por los sacerdotes de la di¨®cesis, que no fueron oficialmente suprimidas hasta principios del siglo XX, y de los abades y abadesas por los monjes y monjas, todav¨ªa en vigor.
Sin embargo, la regla de los dos tercios requiere un acuerdo muy amplio entre cardenales que, en muchos casos, no han tenido apenas oportunidades de interactuar, por lo que, inicialmente, tendi¨® a provocar morosas negociaciones y duraderas vacantes en la Santa Sede de hasta varios a?os. Estas demoras indujeron al papa Celestino V, que no hab¨ªa sido cardenal y era conocido como "el ermita?o octogenario", a imponer, en el siglo XIII, el encierro de los cardenales hasta que tomaran una decisi¨®n. Este procedimiento, asimismo copiado de varias ciudades italianas y de la orden de los dominicos, vino a llamarse c¨®nclave, del lat¨ªn con llave. Inmediatamente despu¨¦s de imponer tan dr¨¢stica medida, Celestino V dimiti¨®, convocando as¨ª el c¨®nclave, pero esto no le salv¨® de ser perseguido y encarcelado hasta su muerte por su sucesor.
Durante varios siglos, los cardenales reunidos en el c¨®nclave eran privados de la paga, compart¨ªan los aseos, dorm¨ªan en camastros y ve¨ªan gradualmente restringida su dieta (la cual, a partir del noveno d¨ªa, se limitaba a pan, agua y vino). Como puede imaginarse, ten¨ªan muchos incentivos para llegar r¨¢pidamente a un acuerdo y abandonar el lugar. Pero una decisi¨®n tomada bajo unas condiciones tan apremiantes puede ser precipitada y ha sido a menudo inesperada y sorprendente. Los cardenales en el c¨®nclave proceden a votar cuatro veces al d¨ªa, dos por la ma?ana y dos por la tarde, en papeletas cerradas y an¨®nimas, hasta que un candidato obtiene los dos tercios requeridos. Los pactos expl¨ªcitos, el soborno y la coerci¨®n est¨¢n formalmente prohibidos bajo pena de excomuni¨®n y anulaci¨®n de la elecci¨®n. Normalmente, los cardenales observan atentamente los resultados de cada ronda y tienden a decantarse hacia los candidatos que aparecen con mayores probabilidades de ganar, tratando de provocar una bola de nieve a favor de alguno de ellos -lo cual puede dar la impresi¨®n de una repentina "inspiraci¨®n" colectiva-. As¨ª, muchos candidatos mencionados como "papables" en los c¨ªrculos eclesi¨¢sticos y period¨ªsticos antes de la elecci¨®n pueden quedar eliminados. Como se ha dicho tradicionalmente: "Quien entra en el c¨®nclave como Papa, sale como cardenal". En el pr¨®ximo c¨®nclave, los cardenales no dormir¨¢n en la Capilla Sixtina, sino que usar¨¢n por primera vez una c¨®moda residencia, lo cual puede facilitar los intercambios de informaci¨®n y las negociaciones. Pero la reducci¨®n del apremio tambi¨¦n podr¨ªa retrasar la decisi¨®n.
Josep M. Colomer es profesor de investigaci¨®n en Ciencia Pol¨ªtica del CSIC y autor de C¨®mo votamos. Los sistemas electorales del mundo: pasado, presente y futuro (Gedisa).
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