Angels Margarit y su romance con el violonchelo
Con una larga y productiva experiencia en el solo danzado, Angels Margarit (Terrassa, 1960) pasa por una buena etapa. Todo empieza con un lento y sugerente pizzicato y enseguida vemos lo buena que es la madurez para el baile de la mujer; ella se ha cortado su larga e inveterada trenza y ahora parece un chico travieso con los pelos de punta.
El aparato pl¨¢stico, base importante de Solo por placer, se despliega a partir de unos cordeles (puede pensarse en el poema hom¨®nimo de Lezama Lima: "Los cordeles / que sostienen el plato de cobre, / oscilan, trepan o sonr¨ªen / las escaramuzas del tanteo") que acotan la planimetr¨ªa y el azar, los fija y da sentido a un juego de diagonales, la espiral que le es tan cara y el uso din¨¢mico del suelo.
Compa?¨ªa Mudances / Angels Margarit
Solo por placer. Creaci¨®n e interpretaci¨®n: Angels Margarit. Violonchelo: Manuel Mart¨ªnez del Fresno. M¨²sica: Joan Saura, J. S. Bach, M. Keyrouz y Eliot Sharp-Eric Mingus. Colaboraci¨®n: Mar¨ªa Mu?oz. Vestuario: Ariadna Papi¨®. Luces: Mar¨ªa Dom¨¦nech. V¨ªdeo: Dionis Escorsa. Sala Cuarta Pared. Madrid, 12 de abril.
Entonces Margarit crea una lectura, un intento de coreolog¨ªa (vieja ambici¨®n de Feuillet a Laban) dentro de su l¨ªrica contenida, las rupturas r¨ªtmicas, el espacio como obsesi¨®n, la m¨²sica f¨ªsica.
Probablemente, Angels no necesita de tantos objetos intermediarios: su baile se basta a s¨ª mismo, a veces afectado por un nervio de dolor. Es el mismo circunloquio que estaba en Corol.la (1992: ?han pasado doce a?os!), su mejor solo, de tan buen recuerdo.
Ahora la bailarina usa de las manos como veh¨ªculo de modulaci¨®n, y hasta llegar al baile final (con un desconcertante acompa?amiento de jazz) resulta econ¨®mica. No fr¨ªa, sino con una calculada dosificaci¨®n del material cor¨¦utico.
El violonchelo se presta, creo, como ning¨²n instrumento para hacer ese ¨ªntimo desbroce. Entre m¨²sico y bailarina hay conspiraci¨®n, gui?os y es una pena que el violonchelista use, adem¨¢s del chelo convencional, uno de esos, hereje y actual, con un sonido mec¨¢nico y que interrumpe el encanto conseguido con anterioridad. Hay un momento especialmente tierno, cuando la artista se pone el tuxedo dorado: se viste de gala para entregarnos con cierta solemnidad el secreto de su proyecto que no es otro que la soledad, su soledad. Y hay placer en ello.
Babelia
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