?Para qu¨¦?
Qu¨¦ bien habla Ibarretxe, que raz¨®n tiene cuando argumenta utilizando como base los dichos y hechos de los espa?oles. Qu¨¦ pena que est¨¦ hablando de la nada. A estas alturas de la vida en la Tierra, y en esta pen¨ªnsula de continente euroasi¨¢tico, en estos momentos m¨¢ximos de la guerra de clases, la patria no es nada; ni la patria Espa?a ni la patria vasca. Casi ni la patria Europa, que se yergue con dificultad de anciana frente a EE UU, que no es ninguna patria, y ya su nombre lo dice: es un movimiento, que confunde a Bush con Alejandro Magno. Bien, hagamos el supuesto de que en las elecciones de pasado ma?ana el buen dial¨¦ctico, el excelente orador, el patriota Ibarretxe, tuviera todos los votos y proclamara su Estado. ?Y qu¨¦? Su idea de que no les mandar¨ªan los espa?oles viene a ser grotesca: los espa?oles no existen.
Son vaticanescos, eurouniditas, s¨²bditos del imperio que se va a desmoronar. Como ellos son sabinoaranescos, con una composici¨®n de sangre peculiar, cat¨®licos, con un idioma cuyas ra¨ªces son tan antiguas que ya no se encuentran. ?Para qu¨¦? Esto en lo que estamos casi todos no tiene nada que ver: est¨¢ en que seamos iguales, y no en hurgar lo diferente; est¨¢ en igualdades, y no s¨®lo de hombre y mujer, o de ni?o y viejo, o de negro y blanco, sino de personas, de derechos humanos. Qu¨¦ disparate, el nacionalismo. Qu¨¦ disparate, en un pa¨ªs de fenicios, romanos, cartagineses, ¨¢rabes, rife?os, godos y todo lo que haya venido por aqu¨ª o nos hayamos tra¨ªdo de por all¨¢, parece que lo de espa?oles es un nombre sobre el que se discute desde ha siglos, y desde luego no es una palabra del espa?ol de Nebrija ni del que habla, con tanto ¨ªmpetu y delicadeza, Ibarretxe: mucho mejor que el de Arzalluz, qu¨¦ duda cabe.
Aqu¨ª el trabajo est¨¢ en conseguir una rep¨²blica con toda la filosof¨ªa y el humanismo que apuntaron los siglos pasados y que se dirigen a un futuro nunca consumado, est¨¢ en que seamos lo m¨¢s iguales posible sin dejar de tener la mayor individualidad; que nos dejemos de ser montaraces o cavernarios y aceptemos lo que nosotros mismos hemos hecho. Cuantos menos adjetivos pongamos a nuestros nombres pol¨ªticos, mejor. La patria es otra cosa: un sabor, un color, un campo, un barrio, otras personas a las que querer, unas canciones. Pero no una manera de rechazar. Ni siquiera de gobernar.
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