El dolor es una pasi¨®n in¨²til
Cualquier m¨¦dico de familia te receta calmantes suaves para un esguince de tobillo, pero todav¨ªa quedan cirujanos investidos de la misi¨®n dolorosa que lleva al paciente a rabiar durante horas antes de suministrarle un remedio poderoso
Columnistas
Javier Mar¨ªas es un escritor de diversas funciones simult¨¢neas: reivindicar la figura de su padre, escribir novelas farragosas y algo innecesarias de gran ¨¦xito en Alemania, y ejercer de columnista en EPS (El Pa¨ªs Semanal, el color¨ªn, para entendernos), donde se queja una y otra vez de las zanjas o de las procesiones que asolan Madrid y que le impiden llegar hasta su casa cuando lo desea. Todo ello muy sensato. El otro d¨ªa arremet¨ªa, sin citarlos, contra Fernando Savater, a cuenta de su reiterado art¨ªculo anual sobre los fastos del derby de Epson, y contra Manuel Vicent, por su columna de primavera contra las corridas (corridas) de toros. Cada columnista de vocaci¨®n repite siempre el mismo escrito, con muy ligeras variantes, salvo cuando se ponen po¨¦ticos. Y si no, que se lo digan a Umbral o a Jim¨¦nez Losantos. ?Se queja de vicio Javier Mar¨ªas? Se ve que, en lo que a incomodidad de circulaci¨®n se refiere, nunca ha sufrido Valencia en Fallas.
Antrop¨®logos
Me parece que vi una vez a Julio Caro Baroja en la casa de Madrid de Juan Benet, donde se recib¨ªa a tanta gente que Blanca Andreu ten¨ªa que ir administrando los espacios a fin de que las visitas no se mezclaran de una manera acaso inconveniente. Con su pajarita, su bigote y, seg¨²n terciara, su sombrero entre panam¨¢ y de paja deshilachada, Julio Caro era un antrop¨®logo de mucha enjundia, m¨¢s entretenido con entender algunos rasgos b¨¢sicos del presente que deudor, aunque tambi¨¦n, de los ritos de la antig¨¹edad, cl¨¢sica o no. Cuando escribo esta columna todav¨ªa no se dispone de otros datos sobre las elecciones vascas que los sondeos sobre intenci¨®n de voto. Pero sorprende que ning¨²n candidato, que yo sepa, haya tenido el menor recuerdo hacia una figura intelectual de una altura infrecuente en cualquiera de los pa¨ªses de este mundo. Tan vasco como tantos otros, pero mucho m¨¢s viajado y sobrepuesto.
Escaparatistas
Nadie lo tome por ofensa, pero es cierto que el arte del escaparatismo, por as¨ª decir, en la zona noble de Valencia, dando por supuesto que tal territorio existe, es una curiosa mezcla entre ostentaci¨®n de lujo y propensi¨®n fallera. En otros escaparates m¨¢s sencillos, sobre todo de prendas de vestir confeccionadas, no hay met¨¢fora ni adorno alguno, ya que la mercanc¨ªa expuesta aspira a expresarse por s¨ª misma. Pero en los de lujo, ay, en los de lujo. El creativo de escaparate a?ade un toque personal, entre cursi y po¨¦tico, mediante el cual un vestido sin otro inter¨¦s que su elevado precio aparece enmarcado en una r¨²stica puerta de madera, sacada de contexto, que se muestra espolvoreada de florecillas lilas de mucha esperanza. Est¨¢ por hacer una historia del escaparatismo valenciano al hilo de la evoluci¨®n de los comercios. Y eso sin hablar de los escaparates de aeropuerto de las farmacias m¨¢s evolucionadas.
Concejales
Aqu¨ª basta con que cualquier pat¨¢n m¨¢s o menos de pueblo con suelo edificable sea designado concejal de Urbanismo para que autom¨¢ticamente se convierta en un ladrillo andante de sal¨®n enmoquetado. Que en el camino se traicione tantas ideas como amigos viene a ser lo de menos, y tampoco cuenta mucho que de paso se destroce el entorno, ya que el flamante novio del cemento encontrar¨¢ pronto otro h¨¢bitat m¨¢s en consonancia con su floreciente nivel de ingresos. El dinero -ya me lo dec¨ªan de peque?o mis hermanas- es como el aceite, que por donde pasa, deja. ?Y qu¨¦ es lo que deja? Los que tienen m¨¢s pelas de las que podr¨¢n gastar en cinco generaciones ?de verdad creen estar construyendo el futuro, esa entelequia hecha de expectativas m¨¢s que de certidumbres, malbaratando el presente?
Doloridos
Todav¨ªa quedan cirujanos, y lo s¨¦ por experiencia propia, que consideran natural el padecimiento del enfermo como colof¨®n inexcusable de una intervenci¨®n quir¨²rgica. Ignoro qu¨¦ tendr¨¢ que ver una operaci¨®n de hernia inguinal bilateral con estar rabiando de dolor durante tres o cuatro d¨ªas como si la farmacopea estuviera todav¨ªa en mantillas o como, lo que viene a ser peor, si se atribuyera al paciente no se sabe bien qu¨¦ clase de culpa por su mal que debe purgar mediante el alarido incontrolable. No se trata ya de remedios paliativos en situaciones de enfermedades terminales, sino de la creencia m¨¦dica en que el dolor f¨ªsico contribuye tanto a templar el car¨¢cter como ponerse delante de un toro o escuchar a ?ngel Acebes en sesi¨®n parlamentaria. ?O es que el dolor, esa experiencia in¨²til si no es deseada (y entonces entramos en el vasto territorio de las psicopatolog¨ªas), tambi¨¦n ser¨¢ de derechas o de izquierdas seg¨²n quien lo administre?
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