Una piedra en el zapato de Lula
El mandatario brasile?o observa con preocupaci¨®n el ascenso del nuevo presidente del Parlamento, Severino Cavalcanti
La pol¨¦mica elecci¨®n como presidente del Parlamento de Brasil -la tercera autoridad del pa¨ªs despu¨¦s del presidente y del vicepresidente de la Rep¨²blica- de Severino Cavalcanti, de 74 a?os, cat¨®lico conservador, enemigo ac¨¦rrimo de los homosexuales y defensor del nepotismo, parec¨ªa en principio s¨®lo un momento de folclor pol¨ªtico. Los vi?etistas hicieron la fiesta con ¨¦l y s¨®lo el presidente, Luiz In¨¢cio Lula da Silva, se mostr¨® preocupado. Pero en unas pocas semanas, el reci¨¦n elegido presidente del Parlamento se ha convertido en un personaje muy relevante en el escenario pol¨ªtico brasile?o.
Severino se present¨® enseguida c¨®mo un segundo Lula, popular y pol¨¦mico, alegando que proced¨ªa como ¨¦l de la regi¨®n m¨¢s pobre del pa¨ªs (Pernambuco); que como ¨¦l era de familia humilde y que por ello no hab¨ªa podido estudiar y que deseaba ser el defensor del llamado "bajo clero" de la C¨¢mara, la mayor¨ªa silenciosa de los diputados (unos 400) sin protagonismo, acostumbrados s¨®lo a obedecer a los "cardenales", es decir, a los 100 diputados que cuentan. Enseguida, la prensa acu?¨® el "severinismo", como antes lo hab¨ªa hecho con el "lulismo".
Lula recibi¨® al nuevo presidente de la C¨¢mara recordando que su nombramiento hab¨ªa sido "un ejercicio m¨¢s del juego democr¨¢tico". Cavalcanti -que pertenece al Partido Progresista (PP, un partido de derechas a pesar del nombre)-, con iron¨ªa le dijo que en realidad hab¨ªa sido elegido por el PT (Partido de los Trabajadores), la formaci¨®n del presidente. Seg¨²n una ley no escrita, la presidencia de la C¨¢mara pertenec¨ªa al PT, al ser el partido mayoritario. Pero ¨¦ste se present¨® a las elecciones dividido con dos candidatos: el oficial de Lula, Eduardo Greenhalgh, un abogado de gran prestigio pero con pocas simpat¨ªas entre los diputados, y Virgilio Guimar?es, uno de los fundadores del PT, hombre con carisma, que se present¨® por libre y a quien Lula no consigui¨® convencer para que retirara su candidatura.
Para conseguir ser elegido, en una madrugada de largos cuchillos a mediados de febrero, tras ocho horas de discusi¨®n en el Parlamento, Cavalcanti apel¨® a los deseos m¨¢s materiales de los diputados, ofreci¨¦ndoles un suculento aumento de sueldo de 10.000 euros y un coche con ch¨®fer para cada uno. Ofreci¨® adem¨¢s al "bajo clero" que llevar¨ªan parte de las comisiones m¨¢s importantes y que empezar¨ªan a viajar al extranjero en nombre del Parlamento. Defendi¨® tambi¨¦n el nepotismo. Confes¨® que hab¨ªa colocado a seis familiares en cargos p¨²blicos, sin concurso, y que seguir¨ªa haci¨¦ndolo. Defendi¨® tambi¨¦n su rechazo al matrimonio entre homosexuales alegando que "a Dios no le gusta eso", y amenaz¨® con llevar a la votaci¨®n del plenario no las leyes que gustan al Gobierno sino las que a ¨¦l le parecieran m¨¢s importantes. Y el presidente tiene el derecho de hacerlo.
Un esc¨¢ndalo
La opini¨®n p¨²blica se lanz¨® enseguida contra el aumento de sueldo de los diputados considerando un esc¨¢ndalo que, en un pa¨ªs en el que el sueldo base son 85 euros, un diputado entre sueldo y dem¨¢s privilegios llegue a ganar unos 22.800 euros al mes. Pero a pesar de sus excentricidades, de su forma populista de hablar a la gente, Cavalcanti empieza a adquirir consensos. "Por lo menos no es hip¨®crita y dice lo que piensa", comienza a decir una cierta opini¨®n p¨²blica sin excesivos an¨¢lisis pol¨ªticos. Cavalcanti se ha envalentonado. Se vanagloria de haber devuelto al Parlamento su dignidad ya que, seg¨²n ¨¦l, estaba "secuestrado por el Gobierno", sin libertad de maniobra propia.
Cuando, semanas atr¨¢s, Lula estaba listo para anunciar su tan esperada reforma ministerial preparada desde hac¨ªa cinco meses, Cavalcanti sali¨® con un ¨®rdago: "O Lula da un ministro a mi partido, el PP, que est¨¢ apoyando al Gobierno, o mi partido se sale del Ejecutivo". Fue un chantaje en toda regla, criticado por todos. Pero el efecto fue desastroso. Lula no le dio a Cavalcanti el ministro que ped¨ªa, pero tampoco hizo la reforma. "Me siento muy poderoso si Lula ha tenido que renunciar a hacer el cambio de Gobierno por mi culpa", coment¨® Cavalcanti.
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