El anti-Sant Jordi
- ?En qu¨¦ se diferencia esta noche de todas las otras noches? Barcelona. Tsunami de Sant Jordi. El d¨ªa del libro se vuelve a confirmar como una Super Bowl por lo civil. Tras la batalla, el producto en lengua castellana m¨¢s vendido fue, me dicen, el Quijote, y los productos catalanes que se vendieron como polos fueron diversos t¨ªtulos previamente relacionados con diversos grandes premios. De lo que se deduce que, aparte de productos de abonados -rosas, vamos-, Sant Jordi sirve para vender productos avalados, por el Estado y otras grandes empresas culturales. De lo que se deduce, a su vez, que nuestra cultura dispone de pocos avales. De un tiempo a esta parte y de forma desorganizada -es decir, tambi¨¦n sin avales-, han empezado las cr¨ªticas ante la fe ciega en esta celebraci¨®n anual del libro que, para mayor valor simb¨®lico, este a?o coincidi¨® con P¨¦saj, la Pascua jud¨ªa, otra celebraci¨®n anual para creyentes. En Palafrugell (Baix Empord¨¤) tal vez se est¨¢ construyendo una alternativa a la celebraci¨®n. Un dato que orienta sobre el exotismo del fiestorro es que, propiamente, no acuden escritores. De los m¨¢s de mil autores invitados, declinaron la invitaci¨®n m¨¢s de mil y pico.
En Palafrugell se reunieron profesionales culturales, pol¨ªticos y ciudadanos del Empord¨¤ para leer 'El quadern gris', de Josep Pla
- Los libros 'versus' la cultura. El Ayuntamiento de Palafrugell organiza para Sant Jordi varios actos, entre los cuales uno tiene vocaci¨®n de competir con el canon Sant Jordi, tal como nos ha quedado. Se trata de algo extra?o que se hace alrededor de una lectura maratoniana de El quadern gris, de Josep Pla. La lectura es colectiva. Acuden a leer pol¨ªticos de todas las ligas -el do de pecho fue la asistencia de los consejeros Saura y Nadal, y el presidente Maragall, que leyeron, toma moreno, a uno de los mejores escritores y delatores locales del siglo XX- y de todos los partidos, salvo uno. Y fundamentalmente, profesionales y casi profesionales de la cultura, ciudadanos de Palafrugell, de la Commonwealth Empord¨¤ y de todas las zonas de habla catalana, as¨ª como ciudadanos reci¨¦n incorporados a todo eso. Palafrugell es un municipio de 21.000 habitantes, en el que cada a?o se instalan un millar de nuevos vecinos, provenientes, en su mayor¨ªa, de ¨¢mbitos ling¨¹¨ªsticos lejanos. Algunos hablan con ganchitos. Los lectores, por el mero hecho de acudir a leer a Pla en voz alta al teatro municipal, han de hablar del tiempo, de la sociedad, de que est¨¢n hasta las narices de Sant Jordi o, en fin, de la vida entre ellos mientras hacen cola. Viven el acto con ansia y nerviosismo. Algunos han de ir al v¨¢ter antes de la lectura, para as¨ª, cuando lleguen al atril, s¨®lo leerse encima. Y por el mismo precio se adhieren a un manifiesto sobre el uso del catal¨¢n. Un texto c¨ªvico, no identitario, nada m¨ªstico, en el que se reclama el uso normalizador y vehicular, y la unidad de una lengua. Mientras que la celebraci¨®n Pryca style del Sant Jordi en Barcelona este a?o ha contado con varias deserciones p¨²blicas y autores a los que les ha dado corte salir en la foto de grupo, la celebraci¨®n de Palafrugell ha contado en su segunda edici¨®n con nuevas adhesiones, como la del Institut d'Estudis Catalans y el Colegio de Periodistas de Catalu?a.
- Un libro es una rosa. Una rosa. Una rosa. Hablo con Llu¨ªs Medir, alcalde del Ayuntamiento tripartito de Palafrugell y admirador de Pla, "i d'aix¨° fa m¨¦s de 30 anys", cuando militaba en el PSUC y Pla, salvo con Montserrat Roig -"tu s¨ª que est¨¤s bona, nena", le dec¨ªa el pollo-, no ten¨ªa especial buen rollo con las izquierdas. Hacia el final de su vida, de hecho, fue relegado de Destino por su ¨²ltimo propietario, un empresario socialdem¨®crata llamado Jordi Pujol, tras sus escritos sobre la revoluci¨®n portuguesa, de un talante antidemocr¨¢tico que tiraba de espaldas. Las relaciones con Pujol fueron siempre tirantes -se comenta que cuando, ya pocho, Pujol le fue a ver al hospital, le tir¨® a la cara un "Pujol, cada d¨ªa ets m¨¦s petit"-, lo cual, en un Estado que modula lecturas -como el Quijote-, igual tiene sus consecuencias. La lectura p¨²blica de Pla y su reivindicaci¨®n -era un escritor magistral a la par que antip¨¢tico; lo contrario que el canon del escritor contempor¨¢neo- tiene, por tanto, su miga. Bueno. Hablamos de Sant Jordi. "Un libro son p¨¢ginas encuadernadas, que pueden ser escritas hasta por Boris Izaguirre. Comienza a haber una corriente de rechazo a una fiesta del libro consistente en s¨®lo vender libros. Yo, claro, compro el libro y la rosa, pero tendr¨ªamos que volver un poco a los or¨ªgenes de la fiesta, que no es tanto el libro como la cultura y la lengua". "Me enter¨¦ tarde del manifiesto de Porcel" -nota: un escritor parecido a Pla: a) cuesta un huevo comulgar con ¨¦l, si bien b) es uno de los mejores autores del siglo XX, lo que es c) un bot¨®n de muestra de que un escritor, al contrario que un vendedor de crecepelo, no tiene por qu¨¦ ser simp¨¢tico ni vender simpat¨ªa non-stop-. "Nosotros tambi¨¦n vamos en esa direcci¨®n".
- El caso de la cosa. La lectura, que dur¨® 12 horas y cont¨® con m¨¢s de 300 lectores, finaliz¨® con Rosa Reg¨¤s, directora de la Biblioteca Nacional, que ha reunificado la clasificaci¨®n de los libros catalanes y valencianos -"la izquierda consiste en llamar a las cosas por su nombre", me dijo, hablando del tema, este verano-, y el presidente Maragall. Antes de irnos todos de cop¨®n, el alcalde vendi¨® la moto de su Sant Jordi a Maragall. Maragall, usuario de la adjetivaci¨®n planiana -adjetivos que no tocan y que provocan estupor en el lector, por ejemplo: "un 3% fabul¨®s"-, elogi¨® la obra de Pla y contest¨® al alcalde con un "molt bona idea. La Generalitat estar¨¤ al costat".
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