Planetas diamantinos
La ciencia suele ser un reducto de magia. La luna prodigiosa y l¨ªrica que nos describi¨® el hiperb¨®lico Cyrano de Bergerac no es m¨¢s l¨ªrica ni m¨¢s prodigiosa que esa luna que vemos cada noche a trav¨¦s de la ventana, esa luna mutante y vagabunda que juega a la geometr¨ªa consigo misma: de repente mengua, de improviso crece... Hay noches en que parece una cimitarra fantasmag¨®rica, noches en que simula ser una hoz de marfil, noches en que toma la apariencia de ojo ciego de c¨ªclope. Y as¨ª va: disfraz¨¢ndose. La dama indefinida.
Vladimir Nabokov sospechaba que en la obra de arte se produce una especie de fusi¨®n entre la precisi¨®n de la poes¨ªa y la emoci¨®n de la ciencia pura.
El caso es que unos cient¨ªficos han conjeturado que algunos planetas extrasolares pueden estar hechos de diamante, al haberse condensado a partir de gas y de polvo rico en carbono. Esos planetas podr¨ªan tener la corteza de carb¨®n casi puro, su capa m¨¢s exterior ser¨ªa de grafito, pero, m¨¢s abajo, resulta probable que la presi¨®n haya transformado ese grafito en la forma m¨¢s prestigiosa del carbono: el diamante.
Se imagina uno esos planetas, no s¨¦, como inmensas joyer¨ªas flotantes por el universo, como la inmensa caja fuerte de un Tiffany?s ultragal¨¢ctico, como el sue?o codicioso de un maharaj¨¢.
Alfonso X, en su Lapidario, da por hecho que el diamante es una piedra que se halla en el r¨ªo llamado Barabicen, que corre por la tierra conocida como Horacim. Seg¨²n el rey sabio, nadie puede llegar al lugar en que nace ese r¨ªo, al haber all¨ª muchas serpientes y otras muchas bestias ponzo?adas, entre ellas unas v¨ªboras que matan s¨®lo con mirar. Por venir el diamante de este medio, dice el rey que es piedra venenosa: si alguien la mantiene en la boca durante un rato, se le caer¨¢n los dientes; si la muelen y hacen mortero de ella con esta?o, se convierte en t¨®sigo mortal, de modo que le ver¨¢ la cara a la muerte quien tenga la desventura de ingerirlo. Por lo dem¨¢s, nos dice aquel rey de Castilla que el diamante, al ser de naturaleza fr¨ªa y seca, convierte a quien lo lleva en persona susceptible de enojarse enseguida, inclinada a re?ir "y hacer toda otra cosa que sea de atrevimiento y esfuerzo".
Las pintorescas convenciones mercantiles han convertido el diamante en un s¨ªmbolo del amor duradero. Regalar un diamante es como regalar el coraz¨®n. Un coraz¨®n transparente, un coraz¨®n muy caro, un coraz¨®n de carbono hecho cristal. El diamante, piedra seca y fr¨ªa, seg¨²n se?ala el rey ge¨®logo, se ha convertido en met¨¢fora del coraz¨®n caudaloso y candente, del voluble coraz¨®n, del m¨²sculo sangu¨ªneo y tornadizo. Una piedra preciosa, arrogante y perfecta sobre el fondo aterciopelado del estuche, se transforma en embajadora de un coraz¨®n, y el coraz¨®n que recibe ese coraz¨®n metaf¨®rico y cristalizado se conmueve. Es el poder esot¨¦rico del carbono, supongo. Es la magia del prisma. Es la fuerza ancestral y caprichosa de los s¨ªmbolos.
Por ah¨ª, fuera de nuestro sistema solar, puede haber planetas de entra?a diamantina, errantes por el silencio corp¨®reo de las regiones et¨¦reas. Y todo parece, en fin, el sue?o delirante de un joyero.
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