Los puritanos
La prensa sensacionalista brit¨¢nica ha armado cierto revuelo a prop¨®sito del ¨²ltimo cuadro de Lucian Freud, un autorretrato titulado El pintor sorprendido por una admiradora desnuda, provisionalmente expuesto en la National Portrait Gallery de Londres. El artista, de 82 a?os, entre otras cosas ha sido acusado pr¨¢cticamente de pederasta porque la muchacha que aparece en la obra es "muy joven" y se ha recordado, como si fuera una extra?a maldici¨®n, con consecuencias inquietantes, que Lucian era nieto de aquel otro Freud, Sigmund. Curiosamente, dado el nacionalismo m¨¢s bien primitivo de este tipo de prensa, se ha dejado de lado el hecho de que Lucian Freud sea el m¨¢s conocido de los pintores brit¨¢nicos, con una dilatada trayectoria art¨ªstica refrendada en todo el mundo.
Los nuevos puritanos no pertenecen a ning¨²n pa¨ªs, son representantes de la 'moral ¨²nica' que todos debemos aceptar con la misma naturalidad con que asumimos que el capitalismo es el ¨²nico modelo aceptable
He visto el cuadro de Freud en la National Portrait Gallery y, aparte del t¨ªtulo, en la l¨ªnea de muchos de los suyos anteriores, no he podido apreciar el menor motivo de provocaci¨®n o esc¨¢ndalo, ni siquiera retrocediendo unos cuantos siglos en la historia del arte. La obra, de las mejores de la ¨²ltima etapa de su autor, es una singular variaci¨®n del tema del pintor y la modelo en la que est¨¢n presentes los cuatro grandes componentes de esta tradici¨®n: la atm¨®sfera del taller, el lienzo en proceso de ejecuci¨®n, el artista autorretratado y el cuerpo, generalmente desnudo, de la modelo. Freud ha modificado el protagonismo pasivo habitual de esta ¨²ltima convirti¨¦ndola en una suerte de ensimismada adoradora, una composici¨®n que recuerda el motivo renacentista de Mar¨ªa Magdalena a los pies de Jes¨²s.
Quiz¨¢ el narcisismo de Lucian Freud pod¨ªa resultar excesivo a los ojos de algunos creyentes pero el reproche no ha venido del lado religioso sino del sexual, una acusaci¨®n incomprensible si tenemos en cuenta los numerosos precedentes del tema tratado por el pintor, desde el gran cuadro manifiesto El taller, de Courbet, hasta los sexualmente radicales abordajes de Picasso. Naturalmente todo esto le ha tra¨ªdo sin cuidado a la prensa amarilla brit¨¢nica, que ha visto en la obra de Lucian Freud un "peligro para la moral p¨²blica" y ha pedido su exclusi¨®n de la National Portrait Gallery, una instituci¨®n mantenida con el dinero de los contribuyentes.
La extravagancia de los argumentos utilizados no descarta su parad¨®jico peso social: la "pederastia" de Lucian Freud, una estupidez, encajar¨ªa hoy bien con la acusaci¨®n que deber¨ªa arrastrar, por ejemplo, Paul Gauguin si tratara de exponer, por primera vez, sus pinturas polinesias, o Vladimir Nabokov si a¨²n debiera publicar el manuscrito de Lolita. Las dificultades que tuvieron estas obras en su momento seguramente aumentar¨ªan en una ¨¦poca como la nuestra, en la que se ha forjado un nuevo puritanismo en el yunque de lo moralmente correcto
Como siempre es de esperar, las opiniones m¨¢s puritanas provienen de las bocas, o de las plumas, m¨¢s obscenas. No deja de ser divertido comprobar que los medios de comunicaci¨®n que acusan tan esperp¨¦nticamente a Lucian Freud son los mismos que alientan la peor pornograf¨ªa, ya no s¨®lo en el ¨¢mbito del sexo, sino en cualquier otro. Los que vac¨ªan y manipulan las palabras, los que reducen las im¨¢genes a basura idol¨¢trica, los que someten la pol¨ªtica a perpetuo pillaje, son los que, a trav¨¦s del poder de sus mensajes, se erigen en fiscales de la intimidad personal y en centinelas de la moral p¨²blica. No es, desde luego, un fen¨®meno exclusivo del Reino Unido, aunque la prensa brit¨¢nica sensacionalista est¨¦ a la vanguardia en el aliento espiritual de la chusma.
Los nuevos puritanos no pertenecen, en realidad, a ning¨²n pa¨ªs en concreto, sino que ejercen como representantes de la moral ¨²nica, aquella que todos debemos aceptar con la misma naturalidad con que asumimos que el capitalismo es el ¨²nico modelo aceptable. Para ese nuevo puritanismo, es perfectamente l¨®gico sustentar la gigantesca industria de la pornograf¨ªa mientras se decide qui¨¦n debe ser reo de inmoralidad. El nuevo puritano sabe distinguir n¨ªtidamente entre la depravaci¨®n y el mercado, siendo este ¨²ltimo, por esencia, inocente de todo cargo.
Lo aut¨¦nticamente insoportable para la alianza entre puritanismo y pornograf¨ªa es el erotismo, o la libertad e incertidumbre que ¨¦ste comporta frente a la obscenidad del manique¨ªsmo moral. En nuestros medios de comunicaci¨®n el cuerpo oscila entre la presentaci¨®n en la carnicer¨ªa y el sometimiento en el tribunal, entre la utilizaci¨®n y la condena. La prensa amarilla y la televisi¨®n container lo exhiben y lo destrozan con igual facilidad. La inmediatez que se exigen al puritano y al porn¨®grafo choca con la complejidad del descubrimiento er¨®tico.
Y quiz¨¢ sea este antisensualismo de nuestra sociedad, camuflado en un asfixiante exhibicionismo mercantil, el que explica hechos en apariencia tan rid¨ªculos como el de la acusaci¨®n contra el perverso Lucian Freud por su ¨²ltimo cuadro. Pero al puritano porn¨®grafo que lo desee se le podr¨ªa dar, adem¨¢s de los nombres de Gauguin y Nabokov, una larga lista de pervertidos: S¨®crates -?recuerdan a Fedro?-, Dante y Petrarca -?recuerdan a Beatriz y a Laura?-, y la mayor¨ªa de los pintores del Renacimiento.
Para el puritano todo es sospechoso de perversi¨®n, menos la pornograf¨ªa.
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