Un debate de humos tomar
Asistiremos en las pr¨®ximas semanas a un debate que levantar¨¢ pasiones encontradas y que subir¨¢, a m¨¢s de uno, los humos: fumar o no fumar en los espacios cerrados, p¨²blicos o privados. Es un asunto espinoso, pues los fumadores est¨¢n convencidos, en su inmensa mayor¨ªa, que los no fumadores los est¨¢n acosando ferozmente, trat¨¢ndose m¨¢s bien de una caza de brujas, cuando no es as¨ª en modo alguno. Cuando entro en un espacio cerrado, p¨²blico o privado, y hay gente fumando, yo no pido a nadie que apague su pitillo; del mismo modo, cuando alguien enciende un cigarrillo tampoco, en la inmensa mayor¨ªa de los casos, pide permiso para hacerlo; simplemente prende fuego, aspira el veneno y exhala el humo viciando el entorno f¨ªsico com¨²n. Ah¨ª radica la gran diferencia y est¨¢ el gran error. Fumar no es un derecho. Nunca lo fue el atentar contra la salud, pero s¨ª es una opci¨®n de libertad individual, perfectamente respetable, pero con la salvedad, sustantiva y sustancial, de que es un acto libre de envenenamiento personal que conlleva, en espacios cerrados, un acto de envenenamiento colectivo a trav¨¦s del aire que todos respiramos, y que vulnera un principio establecido, en este caso s¨ª, como un derecho y de ¨ªndole Constitucional: el derecho a la salud, por el que deben velar las instituciones p¨²blicas.
Cuando una persona bebe en exceso, o toma drogas de cualquier tipo, el deterioro f¨ªsico es de car¨¢cter personal, si obviamos los consabidos da?os sociales colaterales que implican las dependencias. Sin embargo, el fumar supone un menoscabo destructivo de la calidad del aire que todos respiramos. Y adem¨¢s inhalamos un humo destilado por los pulmones, ya ennegrecidos, de otras personas que lo dejan en el ambiente sin pedir permiso. No se trata pues de acosar, y s¨ª de apostar por unos espacios saludable.
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