Cepeda, 'torero de Madrid'

A Fernando Cepeda le ha ca¨ªdo el sambenito de torero de Madrid, y menuda faena le han hecho. Ha protagonizado momentos excelsos con el capote en esta plaza, y en su ¨²ltima comparecencia dej¨® constancia de su exquisita clase con la muleta. Y como premio lo colocan en el cartel de la goyesca con toros del Conde de la Corte. Pues con amigos como los de la empresa de Madrid, para qu¨¦ quiere Cepeda enemigos. Ayer, el torero sevillano pas¨® un aut¨¦ntico calvario ante dos toros descomunales de arboladura y con las m¨¢s aviesas intenciones que imaginarse pueda. Una aut¨¦ntica encerrona para el torero de Madrid, que a nadie ha enga?ado nunca, que no ha sido figura por su fragilidad de ¨¢nimo, pero que sigue en el inter¨¦s del aficionado m¨¢s exigente por su extrema calidad y hondura cuando los hados son propicios.

Ayer no lo fueron. La ganader¨ªa del Conde de la Corte ser¨¢ madre de muchas otras, pero en este momento s¨®lo exhibe presencia y enormes pitones astifinos como agujas, pero invalidez hasta la desesperaci¨®n, falta de casta y grandes dosis de dificultad; toros imposibles para el toreo moderno y que s¨®lo merecen una buena faena de ali?o para evitar contratiempos no deseados.

Con dos regalos de este tenor se enfrent¨® -es un decir- Cepeda, que no es, precisamente, un jabato, y naufrag¨® como no pod¨ªa ser de otra manera. Ga?afones a las nubes tiraba su primero, al que despach¨® con prontitud, pero la gran bronca, quiz¨¢ excesiva, la recibi¨® en el cuarto, un toro complicad¨ªsimo con el que perdi¨® los papeles y que a punto estuvo de que se lo devolvieran a los corrales.

Si es verdad que quien bien te quiere te har¨¢ llorar, a Cepeda deben quererle mucho en este pueblo, porque la bronca fue de las que hacen ¨¦poca. Un hombre de su cuadrilla, El Chano, puso un extraordinario par de banderillas al cuarto, por el que recibi¨® una cerrada ovaci¨®n.

Una magn¨ªfica estocada recet¨® Uceda Leal al inv¨¢lido segundo, que se desplom¨® varias veces durante la faena de muleta, y se justific¨® ante el manso y astifino quinto, que, m¨¢s que embestir, topaba y buscaba el bulto. Lo intent¨® con seriedad y se libr¨® de la cornada de puro milagro. En esta ocasi¨®n, no fue un h¨¢bil matador, sino un precavido pinchauvas.

Una lecci¨®n de pundonor imparti¨® Roble?o, que se jug¨® la vida a base de un valor seco, a veces temerario, para arrancar muletazos que parec¨ªan imposibles a su primero. Hizo vibrar al p¨²blico en el sexto, el m¨¢s potable de la corrida, y consigui¨® redondos y naturales merit¨ªsimos, pero la oreja vol¨® al fallar con el estoque.