La honestidad requerida
En pocas semanas, el Gobierno de Ankara ha logrado malograr gran parte de los espectaculares avances que hab¨ªa realizado en su af¨¢n por ingresar en un futuro previsible en la Uni¨®n Europea. As¨ª es, mal que nos pese a quienes creemos que la incorporaci¨®n de Turqu¨ªa a Europa es una de las grandes apuestas geopol¨ªticas del siglo que comienza y que, pese a sus dificultades y riesgos, puede suponer una baza fundamental para extender los valores de la democracia, los derechos humanos y el Estado de derecho hacia la regi¨®n del C¨¢ucaso y Oriente Medio, los dos principales focos de conflicto, de inseguridad y de terrorismo del mundo. Sin avances en la pacificaci¨®n y en la generaci¨®n de sociedades civiles en el C¨¢ucaso y Oriente Medio, el siglo estar¨¢, en todo caso para los europeos, marcado por "el discurso del odio" del que habla Andr¨¦ Glucksmann en su ¨²ltimo libro (Taurus). Es decir, las pr¨®ximas generaciones vivir¨¢n atenazadas por el terrorismo, la sangre, el miedo y la regresi¨®n en las libertades que las democracias habr¨¢n de asumir en su autodefensa, como advierte otro gran libro aparecido recientemente en Espa?a, ¨¦ste de Michael Ignatieff (El mal menor, Taurus).
El origen de este r¨¢pido desafecto entre la UE y Turqu¨ªa despu¨¦s de a?os de acercamiento est¨¢ en parte en las reacciones airadas de Turqu¨ªa a la creciente prevenci¨®n u oposici¨®n a su ingreso por parte de algunos Estados de la UE, que ha despertado un nacionalismo antieurope¨ªsta que es menos islamista que laico. Pero la causa principal est¨¢, como suele pasar tanto en el Viejo Continente, en la historia. El pasado 24 de abril se cumpli¨® el 90? aniversario del comienzo del genocidio de los armenios por parte de las tropas turcas. Murieron m¨¢s de mill¨®n y medio durante una simulada deportaci¨®n cuyo fin era el exterminio de los armenios del este de Anatolia. El hecho de que 90 a?os despu¨¦s un Gobierno democr¨¢tico turco se sienta a¨²n incapaz de reconocer y lamentar unos hechos perfectamente probados le resta mucha m¨¢s credibilidad de lo que Ankara cree. El que encima haya hecho una campa?a mundial de presiones para impedir que instituciones, Parlamentos y Gobiernos extranjeros recordaran aquel primer gran genocidio del siglo XX no ha hecho sino empa?ar a¨²n m¨¢s su imagen. Nadie va a pedir reparaciones ni territorio a Turqu¨ªa, s¨®lo se trata de que su democracia no puede ser homologada mientras se asiente sobre tama?a falsedad hist¨®rica como es la negaci¨®n de aquellos terribles hechos, igual que Alemania nunca habr¨ªa sido una democracia si no hubiera asumido la responsabilidad de Auschwitz. Muchos alemanes no quer¨ªan hacerlo, pero sus gobernantes en la posguerra sab¨ªan que sin el reconocimiento de la culpa jam¨¢s regresar¨ªan a la comunidad de naciones civilizadas. El primer ministro japon¨¦s, Junichiro Koizumi, acaba de reconocer la bestial conducta de su ej¨¦rcito durante la invasi¨®n de China y ha pedido perd¨®n. Las protestas de los nacionalistas japoneses por este gesto honesto de arrepentimiento han sido m¨ªnimas. El Gobierno turco habr¨¢ de tener el valor tarde o temprano de hacer algo similar. Honrar¨¢ as¨ª a la verdad, a la democracia turca y a sus dirigentes.
Esta honestidad requerida a una democracia que aspire a crecer sobre bases s¨®lidas se echar¨¢ probablemente de menos el d¨ªa 9 de mayo en Mosc¨² en la celebraci¨®n de la derrota de la Alemania nazi organizada por el presidente Vlad¨ªmir Putin. Despu¨¦s de honrar a sus millones de muertos durante la contienda, Putin deber¨ªa, como en su d¨ªa Willy Brandt ante el monumento del ghetto de Varsovia, arrodillarse en memoria de los millones de b¨¢lticos, centroeuropeos y balc¨¢nicos que murieron y sufrieron bajo la dictadura sovi¨¦tica que vino a reemplazar a la nazi. Y volverse a arrodillar por los centenares de miles de civiles chechenos y otros cauc¨¢sicos que sus tropas han masacrado estos ¨²ltimos a?os con su pol¨ªtica de tierra quemada. Pero esto no suceder¨¢. No s¨®lo porque evidentemente Putin no es Brandt, sino porque el presidente ruso -el chequista m¨¢s querido de Occidente- no tiene la m¨¢s m¨ªnima intenci¨®n de crear una democracia real basada en la verdad hist¨®rica. Putin hace tiempo que se ha decidido por un modelo sovi¨¦tico-zarista. Y para ser Zar no hace falta la honestidad frente a la historia que la democracia requiere como imprescindible.
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