La voluntad descompuesta
En lo que el mundo conf¨ªa, incomprensiblemente, es en que las cosas tengan sentido, que puedan explicarse de manera racional, sin fisuras, para dormir tranquilos despu¨¦s y despertar con la bendita sensaci¨®n del orden inmaculado. Los amores confiados pone a prueba algo parecido a esa verdad, porque deben de existir personas sensatas que esperan cumplir los sue?os de la juventud o que conf¨ªan en que las cosas, alg¨²n d¨ªa y en alg¨²n lugar, pueden llegar a ir pasablemente bien en asuntos sentimentales. Las hay, sin duda, y contra ellas escribe el autor esta novela, con su propio nombre y a partir de una experiencia autobiogr¨¢fica, que da por cierta, y otros episodios sucedidos a un pu?ado de bien trabajados personajes. No quiere desanimar a nadie; todo lo contrario: quiere entender qu¨¦ pasa cuando se descompone la voluntad (es una frase de la novela, y es exacta) y eso sucede en el enardecimiento amoroso y en cualquiera de sus restantes y no tan confortables estados posibles: la deslealtad y la celotipia, el despecho y la traici¨®n, el delirio y la obnubilaci¨®n.
LOS AMORES CONFIADOS
Luisg¨¦ Mart¨ªn
Alfaguara. Madrid, 2005
298 p¨¢ginas. 17,50 euros
Pero Luisg¨¦ Mart¨ªn no escri-
be un tratado sobre los sentimientos sino una novela, y por eso trata y no trata del amor y de los celos, aunque sean exactamente esos los argumentos de las tramas, con protagonistas homosexuales (como el propio narrador, y autor de La dulce ira, que fue una estupenda novela de 1994) o heterosexuales y con pasados complicados, medio fabulados, medio inventados. La novela toca sobre todo el coraz¨®n del fracaso de las expectativas o el fin de la paz, la caducidad de lo feliz frente a la ilusa, inexperta, pat¨¦tica confianza en el bien incorruptible: y toca sobre todo lo que empieza a suceder despu¨¦s, como en una cadena de montaje humana enloquecida.
El narrador trabaja aqu¨ª como un entom¨®logo
decidido a entender lo suyo, su vida, en las conductas perturbadas o extraviadas de otros. Por eso se pega al libro con toda intenci¨®n el tono de informe (y cuenta con un psiquiatra que dice cosas, inveros¨ªmilmente, sensatas), porque nace del descaro de un escritor que se desnuda y se explica desde el principio como el novelista que es en busca de espejos que le expliquen a ¨¦l y le curen, o aten¨²en, futuras desolaciones: lecciones de vida. La novela investiga meticulosa -por qu¨¦ y c¨®mo pas¨® lo que pas¨®-, y se ilumina en otras vidas que funcionan novelescamente tan bien como las del protagonista: perturbaciones de la conducta alimentadas por casi nada, por destellos, falsos automatismos, nader¨ªas que pueden ser definitivas y arrasar con todo (por nada). Porque es una buena novela, y el autor un excelente narrador, todo tiene aire fiable de informe racional y estricto aunque casi todo sea una cadena de desvar¨ªos irracionales (y ah¨ª funciona la parodia de las novelas basadas en hechos reales, conveniente y confesadamente adaptados).
El efecto es veraz, incluso cuando la precisi¨®n cl¨ªnica de la prosa, su met¨®dica cordura, toca estados de descoyuntamiento moral en el l¨ªmite -venganza, ira y otros desarreglos regulares de los libros de Luisg¨¦ Mart¨ªn-. La novela perder¨ªa una parte de su calidad si se quedase en lecci¨®n de madurez sobre los riesgos de la vida desatada, o invitaci¨®n a vigilar lo que uno hace con sus sentimientos. ?sa es s¨®lo una pauta narrativa para pensar sobre otra cosa, quiz¨¢ sobre la impotencia com¨²n para percibir rectamente los datos de los sentidos cuando se ofuscan de sentimientos (o sea, siempre).
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