Ruidos
Convendr¨¢n conmigo que el ruido nos acosa y asalta. Aullidos, rugidos, berreas, humanas o de otros animales son el pan de cada d¨ªa. Forman parte al parecer del urbanicidio consentido y aupado por los palmeros de una supuesta idiosincrasia. Lo constatan estudios y an¨¢lisis: el decibelio es el bacilo de nuestro tiempo y a la vez vector de la transmisi¨®n de la enfermedad. El silencio, ant¨ªdoto que nadie o casi nadie quiere recetar y menos administrar o ingerir. Apl¨ªquese quien esto lea a reconocer la agresi¨®n sonora en domicilio, calle, plaza, o campo. El estruendo injustificado siempre ser¨¢ la colecta de la experiencia.
La inmisericorde agresi¨®n se prodiga con tenacidad de pandemia en hogar, lugar de trabajo y presuntos espacios de ocio o de convivencia. Nada sin gritos, aullidos de animales encarcelados y estresados por sus ignorantes due?os y cuidadores hasta conseguir ensordecer a las v¨ªctimas inocentes o simples mortales que gozan todav¨ªa con la ausencia del ruido. Nada que nadie pueda aducir que desconoce. ?Modernidad? En absoluto. El ruido es un producto de la estupidez, y acaso el resultado de quienes pasaron de defecar en cuadra o pocilga a manejar sin miramiento m¨¢quinas que parecen convertirlos en ¨¦mulos de la pantalla televisiva. Si la instrucci¨®n y la cultura sin renta conducen al conflicto, la renta sin instrucci¨®n conduce a la barbarie. Y en eso estamos, cualquier descerebrado, y son multitud, se convierte en energ¨²meno a bordo de un quad o de un 4x4, devastando naturaleza u ocupando aceras, que tanto les da.
Y el ruido instalado como patolog¨ªa social y pol¨ªtica. Ruido edilicio, de ediles y de edificaci¨®n. Con gentes rasg¨¢ndose las vestiduras cuando tuvieron oportunidad, medios, recursos y responsabilidades para prevenir y evitar desmanes. Emergen los resultados ahora, un poco por todas partes, al comp¨¢s de atenciones medi¨¢ticas m¨¢s o menos fugaces, y siempre inconstantes. Atenciones interesadas, pues al cabo los medios tambi¨¦n se nutren de la savia pujante de las especulaciones, aclaraci¨®n innecesaria cuando se contempla la publicidad. El ruido edilicio, de N¨¢quera, El Puig, Cabanes o el golf de los golfos no son siempre obra de "el burgu¨¦s implacable y cruel": sin c¨®mplices y sin cobertura legal anacr¨®nica la figura resultar¨ªa esperp¨¦ntica.
Ruido que no rumor de aguas cuando la ausencia de lluvias se tiene por buen tiempo. El agua reducida a SPA o a alegres y m¨ªticos destinos; o necesidad de hortalizas y c¨ªtricos, por cierto imprescindibles para salud y alimentaci¨®n. ?Tirar de la cadena forma parte del ciclo? Proponer, y educar a la ciudadan¨ªa, la relaci¨®n entre la nube, la lluvia, y el acto elemental ahora de la ducha, ?es tan imb¨¦cil? Este ruido alcanzar¨¢ la m¨¢s alta cota de estupidez cuando se achaque a uno o varios gobiernos la ausencia de precipitaciones. O, al rev¨¦s, piove, porco governo!, en colecci¨®n de insensateces acumuladas.
Ruido de infraestructuras inacabadas o ausentes. Trenes europeos, de velocidad continental, que no enlazar¨¢n Alicante, Valencia y Barcelona. La antigualla de la radialidad madrile?a, y la estupidez provinciana, ajenas a Europa y la globalidad. Y entre tanto el raca-raca falsamente identitario por parte de quienes no s¨®lo no usan las se?as, la lengua por ejemplo, sino que sencillamente la desprecian.
Ruido jerem¨ªaco ante una crisis industrial, productiva, anunciada y sabida por actores y analistas. Inermes y sin recursos para afrontarla en medio de la alegr¨ªa edilicia. Lo se?al¨¦ en su d¨ªa: ni I, ni D, ni i. Pagando impuestos, y sin discutir para qu¨¦, o lo que es lo mismo, sin que nadie procure una explicaci¨®n...o que la pida, y exija.
Ruido territorial. Y nueva rasgadura de vestiduras. La normalidad democr¨¢tica, ?o acaso es excepcional?, requiere de revisiones. Llevo a?os insistiendo en ello, con escasa fortuna, todo hay que decirlo. El compromiso de 1978 fue de m¨¢ximos para los herederos de la dictadura franquista, y de m¨ªnimos para quienes siempre nos opusimos a la abyecci¨®n. El modelo de transici¨®n se debe m¨¢s a los vencidos que a los vencedores de la Guerra Civil: desde el "olvido" de la represi¨®n y persecuciones a los pactos de La Moncloa o los acuerdos con una Iglesia que bendijo la cruzada. La inserci¨®n efectiva en el espacio continental o en las alianzas y organizaciones internacionales es producto de aquella izquierda que super¨® golpistas y majaderos, alguno de cuyos sucesores pretende erigirse en cancerbero de las esencias patrias, guardi¨¢n de las libertades, y dep¨®sito de esencias.
?Un Estatut-et? Para ese viaje no se requieren alforjas. La crisis industrial, la devastaci¨®n del territorio, la amenaza de la exclusi¨®n -las familias monoparentales, el crecimiento de la miseria urbana, la igualdad efectiva de g¨¦nero-, los retos de la competitividad, el conocimiento como recurso, constituyen entre otras cuestiones el n¨²cleo de la revisi¨®n estatutaria y constitucional. Y la relaci¨®n de esfuerzo fiscal y solidaridad: la cultura de la subvenci¨®n permanente habr¨¢ que encerrarla bajo las siete llaves regeneracionistas. Como la necesidad, aplazada siempre, y con responsables pol¨ªticos de diverso signo, de coordinar los instrumentos financieros propiedad de la ciudadan¨ªa, caso de las Cajas de Ahorro, en un objetivo com¨²n de vertebraci¨®n efectiva del territorio valenciano, de Morella a Elx. Esto y el respeto a la historia, a la cultura, y a la ciencia en lo que concierne a lengua y se?as de identidad: un exceso, todo ello, para la indolencia acomodaticia de dirigentes pol¨ªticos, sociales, sindicales, y a¨²n para opinadores.
Lo que sucede es que se trata de ensordecer el entendimiento, y como resultado, acallar la raz¨®n. Todo con ruido y pocas o ninguna nuez, que de haberla alg¨²n patriota esencial la pondr¨ªa a buen recaudo...el suyo.
Ricard P¨¦rez Casado es doctor en Historia.
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