Los copistas de Flaubert
El rastreo de la estirpe cervantina en la ya larga historia de la novela suele encontrar en Madame Bovary uno de sus hitos m¨¢s sobresalientes y, a la vez, m¨¢s indiscutibles. Al igual que en el caso del hidalgo manchego, la peripecia del personaje de Flaubert se describe como un trastorno de la raz¨®n, como una aut¨¦ntica intoxicaci¨®n literaria, cuyo s¨ªntoma m¨¢s caracter¨ªstico se manifiesta en la dificultad psicol¨®gica para compatibilizar el alto ideal que destilan algunas obras de g¨¦nero, consumidas con obsesiva devoci¨®n por ambos personajes, con la vulgaridad y la miseria de la vida cotidiana, de toda vida cotidiana. El paralelismo entre la fantas¨ªa caballeresca de Alonso Quijano y la inflamaci¨®n amorosa de Emma Bovary resulta, a este respecto, inequ¨ªvoco, lo mismo que el origen libresco de sus respectivas ambiciones y esperanzas. Incluso el abrupto desenga?o que padece el personaje de Flaubert, su desgarradora rendici¨®n ante la realidad, s¨®rdida a sus ojos, de que el amor y los instintos se asemejan hasta resultar indistinguibles, parece albergar ecos di¨¢fanos del parlamento con el que Don Quijote se despoja, ya frente a la inminencia de la muerte, del extravagante disfraz que ha consumido sus d¨ªas y sus fuerzas.
Al recoger un cabo concreto de los muchos que el Quijote tiende a sus lectores, al reutilizar uno de sus innumerables artificios con preferencia sobre todos los dem¨¢s, Flaubert no s¨®lo contin¨²a la empresa literaria de Cervantes, confirmando que la ofuscaci¨®n acerca de que el ideal es s¨®lo eso, ideal, sabotea el sosiego y hasta la felicidad de quien lo abraza. Flaubert, adem¨¢s, singulariza esa empresa y, en la medida en que la singulariza, la destaca sobre otras empresas posibles, contribuye a darle forma y a crearla, reordenando la manera en la que se reciben y se interpretan series completas de obras a partir de la suya. Gracias en buena parte a que Flaubert concibe la inflamaci¨®n amorosa de Emma Bovary seg¨²n el modelo de Alonso Quijano y su arrebato por el ideal caballeresco, es posible percibir con creciente nitidez, no ya el v¨ªnculo que une entre s¨ª novelas como Ana Karenina, Effi Briest, O primo Bazilio, La regenta y, en general, las m¨¢s destacadas entre las que trataron del amor ad¨²ltero durante el siglo XIX, sino su discreta filiaci¨®n cervantina. Ahora bien, en tanto que textos literarios, en tanto que obras abiertas a m¨²ltiples lecturas, cabr¨ªa leg¨ªtimamente preguntarse si el ideal al que se refieren los diferentes autores, el ideal que se vuelve contra el sosiego y la felicidad de quien lo abraza, es s¨®lo el del amor rom¨¢ntico que profesan invariablemente sus hero¨ªnas o, tambi¨¦n, el que late bajo una instituci¨®n como el matrimonio, seg¨²n las convenciones bajo las que se conceb¨ªa entonces. Concertado por razones muchas veces s¨®rdidas o por simple inter¨¦s entre familias, los contrayentes hab¨ªan de confiar, sin embargo, en que una inexplicable alquimia habr¨ªa de convertirlo en fuente de mutuo respeto, de afecto compartido y, en ¨²ltimo extremo, de aut¨¦ntico amor.
La apertura del proceso judicial contra Flaubert constituye la prueba m¨¢s terminante de que la aproximaci¨®n a Madame Bovary admit¨ªa, al menos, esa doble perspectiva, puesto que es dif¨ªcil suponer que los censores que clamaron contra la hipot¨¦tica inmoralidad de la novela lo hicieran pensando en la invectiva contra el amor rom¨¢ntico que sin duda contiene, y no en su impl¨ªcita reprobaci¨®n del matrimonio, de cierto tipo de matrimonio. Por suerte para la historia de la literatura, pero tambi¨¦n para las mujeres sometidas a una voluntad ajena y, en definitiva, para la causa de la libertad humana, la mecha de Flaubert prendi¨® en otros escritores, lo mismo que la de Cervantes hab¨ªa prendido en Flaubert, y el g¨¦nero de la novela fue realizando su particular contribuci¨®n para que se reconocieran, primero, y se admitiesen, despu¨¦s, realidades hasta entonces dolorosamente soterradas. Por esta v¨ªa, el corrosivo contraste entre el ideal caballeresco y la realidad de la Espa?a del XVI no agot¨® de una vez su carga subversiva, sino que sigui¨® surtiendo efectos al cabo de largo tiempo, cuando sirvi¨® de inspiraci¨®n a otro contraste, no menos corrosivo, entre el amor rom¨¢ntico y la instituci¨®n del matrimonio en la Francia de Flaubert, por lo dem¨¢s sometido a usos semejantes en el resto de Europa.
Desde cierto punto de vista y, en cualquier caso, desde un punto de vista tan leg¨ªtimo como cualquier otro, la novela del siglo XIX puede entenderse como una exhaustiva prolongaci¨®n de la empresa cervantina seg¨²n la defini¨® Flaubert, como una sistem¨¢tica labor de desencantamiento, de revelaci¨®n de la inestable tramoya que suele apuntalar la precariedad de los m¨¢s grandes ideales y conceptos. Junto a ese pu?ado de obras excepcionales que, en la estela de Madame Bovary, abordan la insatisfacci¨®n de la mujer en el interior de unas convenciones matrimoniales asfixiantes, es posible advertir otro poderoso foco de inter¨¦s entre los novelistas de la ¨¦poca, a juzgar por el n¨²mero de obras que le dedican. El amor de cl¨¦rigo, el amor que quebranta la b¨¢rbara aunque reverenciada instituci¨®n del celibato, inspira toda una saga de novelas -entre las que Tormento, de Gald¨®s, o una vez m¨¢s, La regenta, de Clar¨ªn, merecen un lugar destacado- que parecen retomar los recursos con los que Flaubert aborda el amor ad¨²ltero y que no son, a fin de cuentas, m¨¢s que una genial reapropiaci¨®n de los utilizados por Cervantes. Quiz¨¢ resulte desproporcionado suponer que la onda expansiva de la literatura, o mejor, de esta literatura que halla en Cervantes lo que, con toda seguridad, Cervantes rescatar¨ªa de una tradici¨®n anterior, puede modificar el rumbo de la historia de las ideas. Pero lo que tampoco puede negarse es que esta literatura abogaba, en efecto, por reconocer "las imperfecciones de la vida", una de las condiciones imprescindibles para que, seg¨²n Isaiah Berlin, las doctrinas fan¨¢ticas que vieron la luz en el siglo XIX desembocaran, contra todo pron¨®stico, en la conciencia de que tarde o temprano es preciso "preservar un equilibrio imperfecto en cuestiones humanas".
Pocos a?os antes de su muerte, Flaubert emprender¨¢ los preparativos para redactar el que ser¨¢ su ¨²ltimo y sugerente manuscrito, Bouvard et P¨¦cuchet, en el que, de nuevo, parece volverse sobre la obra de Cervantes para prolongar su empresa de demolici¨®n. Autor ya maduro, novelista en pleno dominio de su arte, Flaubert prefiere ahora recoger otros cabos de los muchos que el Quijote tiende al lector, otros artificios no ensayados en Madame Bovary. La cr¨ªtica advirti¨® desde muy pronto la estirpe cervantina de estos dos personajes ardorosamente persuadidos de que la ciencia conlleva la felicidad, de estos dos caballeros andantes del saber. Como Alonso Quijano, como Emma Bovary, la extravagante peripecia de Bouvard y P¨¦cuchet resulta incomprensible sin el respaldo de una bien nutrida biblioteca, al punto de que la sucesi¨®n de aventuras caballerescas o amorosas se convierte aqu¨ª, en este sobrevenido testamento literario de Flaubert, en sucesi¨®n de estudios y experimentos invariablementeconcluidos en fracaso, fiel tambi¨¦n en esto al remoto modelo establecido por Cervantes. Pero a diferencia de Madame Bovary, a diferencia de ese texto en el que se contrapone con dram¨¢tica circunspecci¨®n, aunque no sin destellos de ¨¢spera iron¨ªa, la llamarada del amor rom¨¢ntico a la ingrata realidad del matrimonio, Bouvard et P¨¦cuchet exhibe un tono par¨®dico que remite, por directo, al que Cervantes emplea en el Quijote contra las novelas de caballer¨ªa.
Por alguna extra?a raz¨®n ha sido escasa, por no decir nula, la curiosidad por descubrir qu¨¦ actitudes, qu¨¦ g¨¦neros o qu¨¦ obras caricaturiza la que ser¨ªa la ¨²ltima gran novela de Flaubert. Como si se tratase de ese raro prodigio consistente en un texto sin contexto, Bouvard et P¨¦cuchet parece haber quedado varada, desde el momento mismo de su publicaci¨®n, en el vasto territorio de la excentricidad que algunos autores de genio suelen frecuentar al margen de sus obras m¨¢s conocidas. Tal vez sea debido a que, entre 1850 y 1860, Flaubert expresa ya en su correspondencia el deseo de "emmerder l'humanit¨¦ qui nous enmmerde", de reaccionar contra "la b¨ºtise" de toda una ¨¦poca, y ese exasperado sentimiento se considera un est¨ªmulo suficiente para explicar la g¨¦nesis de la novela. Acceder a la ingente documentaci¨®n que requer¨ªa la escritura de Bouvard et P¨¦cuchet -vagamente concebida, en principio, como la historia de una pareja de copistas que se propone elaborar una enciclopedia de la estupidez- le tom¨® varios a?os, en los que ley¨® de manera m¨¢s o menos sistem¨¢tica tratados acerca de las m¨¢s variadas disciplinas. Y aunque desde 1863 tiene trazado el plan de la novela, su efectiva redacci¨®n no comenzar¨ªa hasta el primero de agosto de 1874, seg¨²n confiesa en una carta dirigida a Turgenev.
Por descontado, es posible imaginar que el proyecto fue madurando en el esp¨ªritu de Flaubert al margen de cualquier influencia exterior. Pero resulta de igual modo veros¨ªmil imaginar que, como Madame Bovary y, en general, como cualquier obra literaria de envergadura, Bouvard et P¨¦cuchet se fue perfilando por interacci¨®n y por contraste con otras obras y con los diversos est¨ªmulos que alcanzaban a su autor. La fe obtusa en la ciencia, la convicci¨®n de que su extraordinario desarrollo auguraba ¨¦pocas de necesaria felicidad, se fue apoderando poco a poco de las sociedades europeas, y encontr¨® en las revistas, y sobre todo en las novelas de divulgaci¨®n, un firme aliado. A la luz de esta evoluci¨®n, que acabar¨ªa desembocando por uno de sus extremos en la empresa colonial y por el otro en la generalizaci¨®n de las pol¨ªticas eugen¨¦sicas, antesala de las grandes matanzas perpetradas en el siglo XX, los personajes que Flaubert hab¨ªa concebido vagamente como una pareja de copistas resultan, de pronto, menos artificiales, menos criaturas de un delirio surgido de la nada. En realidad, el exc¨¦ntrico proyecto de Bouvard y de P¨¦cuchet consist¨ªa en hacer lo mismo, exactamente lo mismo, que decenas, tal vez centenares de redactores empleados en las revistas y enciclopedias populares que proliferaron en la ¨¦poca; lo mismo, exactamente lo mismo, que ese concurrido g¨¦nero de autores que, convencidos de instruir deleitando, se limitaban muchas veces a reproducir en forma de di¨¢logo manuales enteros de geograf¨ªa, f¨ªsica, qu¨ªmica, zoolog¨ªa, bot¨¢nica y, en fin, de las m¨¢s diversas y abstrusas ramas del saber. En relaci¨®n con ellos, con todos ellos, Bouvard y P¨¦cuchet no fueron una fantas¨ªa extravagante; fueron una certera caricatura.
Si el testamento literario de Flaubert hubiera surtido unos efectos similares a los de Madame Bovary, si la prolongaci¨®n de la empresa cervantina que lo inspira se hubiese comprendido cabalmente, tal vez la valoraci¨®n de lo que en su d¨ªa prosper¨® como literatura popular, y hoy como literatura para j¨®venes, ser¨ªa m¨¢s atinada de lo que ha sido hasta el presente. En 1869, esto es, apenas cinco a?os antes de la publicaci¨®n de Bouvard et P¨¦cuchet, Julio Verne obtuvo uno de sus ¨¦xitos m¨¢s resonantes con Veinte mil leguas de viaje submarino. Flaubert pudo o no conocer la obra, pudo o no estar al corriente del ¨¦xito que tribut¨® a su autor. De lo que no cabe duda, sin embargo, es de que, tras la publicaci¨®n de Bouvard et P¨¦cuchet, pocos lectores estar¨¢n en condiciones de regresar a las p¨¢ginas de Verne con la inocencia y la ingenuidad de la primera vez. Embebidos de la parodia, casi podr¨ªa decirse que intoxicados por ella como Emma Bovary por las novelas de amor, les resultar¨¢ dif¨ªcil apartar de la mente la imagen de una esperp¨¦ntica granja en Normand¨ªa cada vez que se enfrenten a las descripciones admirativas del Nautilus, y apenas podr¨¢n contener la risa cuando, acord¨¢ndose de los dos aplicados copistas de Flaubert, recorran las p¨¢ginas de Verne en las que el capit¨¢n Nemo y el profesor Aronnax entablan sesudos di¨¢logos acerca de las ciencias m¨¢s diversas.
Quiz¨¢ resulte, una vez m¨¢s, desproporcionado suponer que la onda expansiva de la literatura, de esta literatura inspirada por la empresa cervantina, pueda modificar el rumbo de la historia de las ideas. Pero lo que tampoco puede negarse, como suced¨ªa en el caso del Quijote, como suced¨ªa en el de Madame Bovary, es que el desencanto de Bouvard y P¨¦cuchet abogaba por "las imperfecciones de la vida". Despu¨¦s de arduas y extenuantes investigaciones, la ¨²nica conclusi¨®n firme que lograron extraer es, seg¨²n una de las primeras rese?as que aparecieron del libro, la de que "la verdad de hoy se convierte en error ma?ana, de que todo es precario, variable y contiene en proporciones desconocidas tanto de cierto como de falso". Lejos de resultar decepcionante, el hallazgo de Bouvard y P¨¦cuchet constituye una de las condiciones imprescindibles para comprender, siempre en palabras de Berlin, que nuestra felicidad o nuestra infelicidad, individual o colectiva, es una responsabilidad que nos corresponde por entero, sin que podamos trasladarla "a algo objetivo", sean leyes de Dios, de la naturaleza, de la econom¨ªa o del pasado. Precisamente lo que intentaron hacer con la ciencia tantos copistas como los de Flaubert que nunca, ni siquiera hoy, habr¨ªan dejado de tomarse en serio.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es embajador de Espa?a en la Unesco.
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