La acumulaci¨®n de basura espacial provoca interferencias entre los sat¨¦lites
Muchos aparatos est¨¢n fuera de servicio, pero ocupan lugar - El espacio y las frecuencias disponibles en la ¨®rbita geoestacionaria son un bien escaso - El riesgo de colisi¨®n es bajo, pero el peligro de congesti¨®n es real
Vista desde el espacio, la Tierra est¨¢ rodeada por un enjambre de sat¨¦lites artificiales que describen a su alrededor un ca¨®tico ovillo de trayectorias. La mayor¨ªa se encuentran a baja altura, entre 200 y 500 kil¨®metros. Mucho m¨¢s arriba, 36.000 kil¨®metros por encima del ecuador, existe un lugar especial, una ¨²nica ¨®rbita, donde se agolpan docenas y docenas de artefactos.
La ¨®rbita ecuatorial a 36.000 kil¨®metros es la ¨®rbita geoestacionaria (GEO) u ¨®rbita de Clarke, as¨ª llamada en honor al autor de 2001, Arthur C. Clarke, quien ya apunt¨® su utilidad antes de que volase el Sputnik. Clarke observ¨® que de las ¨®rbitas posibles, a baja, media y gran altura, ¨¦sta era la ¨²nica que ofrec¨ªa un periodo de revoluci¨®n de 24 horas. Cualquier objeto situado ah¨ª girar¨ªa al un¨ªsono con la Tierra y parecer¨ªa estar fijo en el firmamento.
Esa caracter¨ªstica la hace adecuada para instalar repetidores de radio y televisi¨®n (aparte de novelista, Clarke era un t¨¦cnico electr¨®nico que durante la II Guerra Mundial intervino en el desarrollo de los primeros sistemas de aterrizaje instrumental). Con tres sat¨¦lites espaciados 120 grados bastar¨ªa para cubrir el globo, salvo las zonas polares. Clarke visualizaba su esquema como tres repetidores de televisi¨®n atendidos por t¨¦cnicos astronautas las 24 horas. Medio siglo despu¨¦s, la realidad es m¨¢s complicada. En la ¨®rbita geoestacionaria nunca ha habido humanos, pero s¨ª una poblaci¨®n creciente de sat¨¦lites autom¨¢ticos.
Hoy hay 40 naciones con presencia en la GEO, lo que supone unos 300 sat¨¦lites anclados all¨ª. El peligro de congesti¨®n es real. Si pudieran verse, aparecer¨ªan como un collar de perlas en el cielo. Entre sat¨¦lites de comunicaciones, meteorol¨®gicos y militares, corresponde uno por cada grado de circunferencia.
Muchos de ellos est¨¢n fuera de servicio, pero ocupan espacio. A tanta altura, la fricci¨®n del aire no les afecta y pasar¨¢n milenios antes de que se quemen en la atm¨®sfera. Ninguno lleva un sistema de frenado para destruirlo al acabar su vida ¨²til. Y los transbordadores tripulados no pueden subir a recoger esa basura porque la ¨®rbita sincr¨®nica est¨¢ muy por encima de su techo m¨¢ximo.
Aunque el peligro de colisiones es bajo, el problema ahora consiste en garantizar que las se?ales de estos apelotonados sat¨¦lites no se interfieran. El espacio y las frecuencias disponibles en la GEO son un bien escaso, cuya asignaci¨®n gestiona la Uni¨®n Internacional de Telecomunicaciones (UIT).
No es un trabajo f¨¢cil. Existen seis organizaciones que explotan sat¨¦lites en esta ¨®rbita. La mayor es Intelsat, que agrupa a m¨¢s de 140 miembros. Le siguen Inmarsat (telefon¨ªa m¨®vil, fax y transmisi¨®n de datos). Eutelsat (12 sat¨¦lites de telefon¨ªa y transmisi¨®n de televisi¨®n), Intersputnik (usa la constelaci¨®n rusa Express para dar servicios de TV y telefon¨ªa), Arabsat (Oriente Pr¨®ximo y norte de ?frica) y Eumelsat (propietarios del Meteosat, con cuatro sat¨¦lites). Las relaciones entre ellos se regulan por diferentes c¨®digos de derecho espacial, a veces contradictorios o con vac¨ªos legales.
Cualquiera puede solicitar alojamiento en la GEO y eso provoca conflictos. Por ejemplo, la desproporci¨®n entre el tama?o de algunos pa¨ªses y la magnitud de sus peticiones. Hace 12 a?os, el diminuto archipi¨¦lago de Tonga solicit¨® y obtuvo nueve concesiones. Tonga no fabrica ni lanza sat¨¦lites y sus necesidades son limitadas. Muchos ven esta pol¨ªtica la forma de obtener beneficios alquilando posiciones en la GEO que nunca se iban a utilizar.
En 1993 surgi¨® el primer conflicto cuando un sat¨¦lite rebautizado TongaStar 1 (en realidad, un viejo Gorizont ruso, alquilado a una empresa norteamericana) fue movido desde su posici¨®n hasta los 134 grados este, asignados a Tonga. All¨ª empez¨® a interferir con su vecino indonesio, el Palapa Pacific 1. La UIT intervino para llegar a una soluci¨®n. En 2002 Tonga adquiri¨® otro sat¨¦lite pr¨®ximo al fin de su vida ¨²til, el Comstar D4, para ofrecer servicios de cobertura entre Europa, Oriente Pr¨®ximo y Asia Occidental. Estacionado a 70 grados este, m¨¢s all¨¢ de Sri Lanka, queda muy lejos de Tonga.
No es el ¨²nico caso. Vietnam posee ocho licencias, pero ning¨²n sat¨¦lite. Ir¨¢n tiene tres reservas desde los a?os setenta. En principio pensaba utilizar una y alquilar las otras dos. Ahora, tras varios a?os de negociaciones, acaba de contratar con Rusia la construcci¨®n del sat¨¦lite Zhoreh.
A todo esto hay que a?adir las compa?¨ªas que se preparan para entrar en nichos de mercado m¨¢s espec¨ªficos. Ellos tambi¨¦n pugnan por conseguir su ranura en la GEO. WorldSpace, por ejemplo, ofrece servicios de audio y texto digital en transmisi¨®n directa, usando terminales de bajo coste. Tiene dos sat¨¦lites, AfriStar y AsiaStar, y otro construido, pero pendiente de lanzamiento, que servir¨ªa al Caribe e Iberoam¨¦rica.
Hay otros usuarios que no divulgan sus actividades. Son los sistemas militares de comunicaciones, alarma temprana o espionaje electr¨®nico. Que se sepa, Estados Unidos ha enviado al menos 110 sat¨¦lites (la mayor¨ªa, inactivos). Probablemente Rusia supera la cifra, aunque es dif¨ªcil asegurarlo porque sus lanzamientos se hacen bajo la denominaci¨®n gen¨¦rica de Cosmos.
Algunos, destinados a escucha electr¨®nica, captan las se?ales emitidas por m¨®viles o port¨¢tiles militares. Para ello, usan antenas monstruosas, de hasta 150 metros de di¨¢metro, hechas con una malla fina que se env¨ªa al espacio plegada en la proa del cohete y s¨®lo se abre en ¨®rbita. Son tan grandes que pueden ser vistos cuando, por casualidad, pasan ante el telescopio de alg¨²n observatorio.
El caso Iridium
Por debajo de la GEO se mueven familias a¨²n m¨¢s numerosas de sat¨¦lites. ?stos cambian de posici¨®n continuamente y s¨®lo quedan al alcance de las estaciones terrestres durante decenas de minutos. Para garantizar una cobertura continua, hay que disponer de muchos para que al ocultarse uno, otro tome el relevo.
La familia m¨¢s conocida es el sistema Iridium: 66 sat¨¦lites id¨¦nticos (66 es el n¨²mero at¨®mico del iridio), agrupados en 6 planos orbitales. Entre todos, garantizan la cobertura del globo, incluyendo los polos, desde donde no se ven los sat¨¦lites en ¨®rbita ecuatorial. En su lanzamiento se usaron cohetes norteamericanos, rusos y chinos. En 1998 el proyecto estaba completado, con los 66 sat¨¦lites en posici¨®n m¨¢s 6 repuestos. Pero sucesivos fallos obligaron a lanzar m¨¢s ejemplares. Hoy se han enviado casi 100.
Comercialmente, los inicios del programa fueron catastr¨®ficos. La demanda no se materializ¨® y la compa?¨ªa quebr¨®. Adquirida por un grupo inversor, consigui¨® un contrato del Departamento de Defensa de Estados Unidos que garantizaba su supervivencia hasta 2010. Hoy, Iridium y sus competidoras Global Star y Orb Comm (tambi¨¦n con problemas econ¨®micos) ofrecen servicios de acceso telef¨®nico desde zonas remotas.
Iridium no est¨¢ al alcance de todos. Un tel¨¦fono por sat¨¦lite cuesta 1.500 euros y puede alcanzar los 10.000 euros. El coste por llamada llega a 1,50 euros el minuto. Su uso se justifica cuando no hay cobertura de m¨®viles. Usan estos equipos explotaciones agropecuarias o madereras, ONG que trabajan en ¨¢reas aisladas, servicios de emergencia en cat¨¢strofes, alpinistas, embarcaciones de altura y algunas organizaciones estatales o militares. Pero es dudoso que la telefon¨ªa por sat¨¦lite llegue a generalizarse.
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