La guerra civil fr¨ªa
Del principio al fin, el Congreso ha mostrado a unos rebeldes, insumisos, facciosos, en plena guerra civil contra los principios de discusi¨®n y debate. Desde las elecciones hasta ac¨¢, el clima ha ido calent¨¢ndose hasta llegar al rojo vivo de ahora. No creo que haya llegado al final, pero tampoco creo que pueda llegar a m¨¢s disparate. No estamos solos en el mundo, ni tampoco los espa?oles con armas est¨¢n dispuestos a empu?arlas contra otros. Los que hay ni siquiera se definen como espa?oles, y llevan dos a?os sin atentar. Pero es preciso advertir que este lenguaje es muy parecido al que precedi¨® la Guerra Civil y se mantuvo durante ella y a su final. Algunos son las mismas personas; otros, sus hijos. No es de extra?ar: Franco revolvi¨® las clases sociales que se hab¨ªan formado durante los primeros a?os del siglo, sustituy¨® una burgues¨ªa republicana, abierta y laica, reparti¨® las riquezas en ese sentido y esos valores -lo que ellos llaman "los valores" como si fueran ¨²nicos y fueran buenos y realmente v¨¢lidos- conservadores, confesionales y tradicionales subyacen en la punta derecha de la naci¨®n. Los han aprendido hijos y nietos, han heredado, al mismo tiempo que una empresa o un paquete de acciones y unas fotos del abuelo en traje de guerra, un lenguaje: y es el suyo.
Hasta los reci¨¦n llegados, los comunistas conversos, aprenden ese lenguaje t¨ªpico. "Personajes t¨ªpicos en situaciones t¨ªpicas", dec¨ªan los te¨®ricos marxistas rusos definiendo el realismo. Por eso alguna vez tiendo a ver lo eternamente repetido en un momento en que parece nuevo. Mal hecho, porque nada es igual: esta situaci¨®n de hoy con 155 congresistas lanzando palabras como las de traici¨®n a los muertos o a Espa?a es semejante, pero no igual a la de 1936. No igual, porque est¨¢n solos. Como se han quedado en el Congreso, se van quedando en el total de la naci¨®n. Solos con las plumas gruesas que escriben con grumos, enganchadas en el papel barato de los peri¨®dicos afines, que tambi¨¦n han ido heredando desde la guerra civil caliente. Diezmos y primicias. Toda esa ideolog¨ªa y aquellos uniformes y capas pluviales, y los enormes m¨ªtines de Hitler y Mussolini, y la decadente Sociedad de Naciones, no existen ya. Ni se estilan.
Y ni siquiera hay rojos contra los que esgrimir las pistolas herrumbrosas: alg¨²n soldado perdido queda todav¨ªa, sin ning¨²n riesgo para nadie, en su larga trinchera, apedreado. Pero satisfecho.
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