Jokin y los matones
La sentencia dictada por el Juzgado de Menores de San Sebasti¨¢n en relaci¨®n al caso Jokin me ha causado una alarma personal, que, sumada a las producidas en varios de mis mejores amigos, tal vez constituya alarma social; el concepto deber¨ªa estar mejor definido. Si yo y los m¨ªos, afectados s¨®lo lejanamente por el impacto de una tragedia le¨ªda, hemos reaccionado as¨ª, me pregunto qu¨¦ sentir¨¢n los padres y allegados del muchacho ante este dictamen judicial tan constructivo, tan misericordioso, tan social. La clemencia -puso Shakespeare en boca de una inteligente heredera disfrazada de magistrado en la escena del juicio de El mercader de Venecia- "bendice al que la da y al que la obtiene", a?adiendo a continuaci¨®n la Porcia shakesperiana que "m¨¢s poderosa es en los m¨¢s poderosos".
La sentencia de la juez de San Sebasti¨¢n (a quien yo supongo la mejor intenci¨®n y con quien comparto el principio de lo que ella misma denomina la "meta educativa" complementaria, en cualquier castigo penal, a la punitiva) podr¨ªa bendecir y aun engrandecer a la justicia, empe?ada en el objetivo de que, en los 18 meses de libertad vigilada a que han sido condenados, los ocho muchachos "trabajen su responsabilidad" y "la capacidad de empat¨ªa para conectar con el sufrimiento del otro". A tal efecto, los ocho de Hondarribia tendr¨¢n la obligaci¨®n de seguir un tratamiento psicol¨®gico y participar en sus tiempos libres, que, record¨¦moslo, son todos los del d¨ªa, en actividades tendentes a conseguir que act¨²en y se relacionen con los dem¨¢s (los otros, es de suponer) "sin utilizar la agresividad". Con todo, lo m¨¢s llamativo de la sentencia es que esta tan llevadera libertad vigilada (?habr¨¢ un vigilante las 24 horas por cada delincuente?, ?les vigilar¨¢ la polic¨ªa, una empresa de seguridad, un psic¨®logo desarmado?) ha sido dictada en consideraci¨®n a que los imputados pertenecen a "familias estructuradas", gravemente contritas, queda impl¨ªcito en los considerandos, si se optara por "aplicar una medida de internamiento en un centro educativo". La salvaguardia de las ocho familias estructuradas por encima de la justicia a una familia destrozada.
A juzgar por la sensacional clemencia de la juez de menores se dir¨ªa que estamos s¨®lo ante un "delito contra la integridad moral". Que yo sepa, sin embargo (y ¨¦ste ha sido un suceso del que intento leer todo lo publicado), Jokin sufri¨® tambi¨¦n, como sostienen los abogados de la familia, "lesiones psicol¨®gicas". Y algo de mayor gravedad: antes de tomar la desesperada decisi¨®n de quitarse la vida el 21 de septiembre del 2004, Jokin fue v¨ªctima de reiteradas agresiones f¨ªsicas a manos de quienes -seamos nosotros no menos legalistas citando la sabidur¨ªa de Mar¨ªa Moliner- responden inequ¨ªvocamente a la acepci¨®n de la palabra mat¨®n: "El que se jacta de valiente y provoca a otros o trata de intimidarles". Matones de 14 a?os que, no en un juvenil pronto irreflexivo, sino de forma sostenida a lo largo de doce meses, practicaron contra su compa?ero de instituto la humillaci¨®n, el escarnio, la tortura corporal; el procedimiento intimidatorio que nuestros diccionarios, igual de humanos que los c¨®digos penales, llaman matonismo.
Matones estructurados, eso s¨ª. En lo que constituye un elemento preocupante de su decisi¨®n, la juez bonifica la pertenencia social de los ocho inculpados, dictando algo que me atrevo a considerar como sentencia de clase. Entender¨ªa yo una magnanimidad tan extrema si se tratara de sujetos que proceden del lumpen, la marginaci¨®n racial o laboral y los n¨²cleos familiares brutalmente desestructurados que tanto abundan en nuestra sociedad. Los siete chicos y la chica son, por el contrario, hijos de familias de clase media acomodada que no han sabido ense?ar a su aguerrida prole ese respeto al otro que ahora, con fat¨ªdica tardanza, la ley quiere inculcarles.
En el siglo XIX la ni?ez, no s¨®lo en la Inglaterra victoriana, ten¨ªa un estatuto virginal, silencioso, incons¨²til. Las reglas han cambiado, para bien y para mal. Los ni?os aman antes, sufren antes, se drogan y beben antes que los de antes. Tambi¨¦n son criminales antes, y los mayores estamos mejor dispuestos a entenderles y m¨¢s desorientados a la hora de castigarlos. La comprensi¨®n borra a veces los l¨ªmites de la debida reprimenda. Se pensar¨ªa en una nueva m¨ªstica de la infancia al observar (en un vag¨®n de tren, en una pizzer¨ªa, andando por las calles un d¨ªa de fiesta) el comportamiento de muchos pre-adolescentes acompa?ados de sus familiares: la indisciplina y el griter¨ªo raramente son reprendidos como violaciones del orden c¨ªvico por unos padres o abuelos embobados con las gracietas, la groser¨ªa vocal y el descarado aplomo de sus reto?os. No creo ser vindicativo al pedir que, si la Audiencia Provincial de Guip¨²zcoa acepta la apelaci¨®n ya anunciada por los abogados de la familia de Jokin, se revise no ¨²nicamente el fallo de la juez de Menores en lo concerniente a la conexi¨®n -ahora desestimada- entre el mat¨®n y la muerte, sino tambi¨¦n la co-responsabilidad por dejaci¨®n de educadores, directivos escolares y padres (?la ha habido en los dos nuevos casos de matonismo infantil destapados, el del "amariconat" de Mollerussa a quien sus compa?eros de 14 a?os ridiculizan con tacones de aguja en un panfleto vejatorio repartido por todo el instituto, el de los peque?os de Vallecas obligados por sus mayores de 13 a hacer felaciones y diversos tipos de lametones?).
Termino con una imagen que no ha salido de mi cabeza desde que se conoci¨® la tr¨¢gica noticia: el lugar donde Jokin quiso morir. Al igual que tantos otros seres humanos de car¨¢cter o modales diferentes, de distinta piel o distinta creencia, el chico se sinti¨® insoportablemente aislado del grupo dominante. Odiado por ser ¨¦l. Cuanto m¨¢s ajeno a los ritos de la tribu, m¨¢s acosado. Hasta que Jokin se fue a las murallas que rodean el elevado y hermoso casco antiguo de Fuenterrab¨ªa y desde all¨ª se tir¨®. Fuera de la ciudad, como un excluido de la mayor¨ªa indiferente.
Vicente Molina Moix es escritor.
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