El coraje de Zapatero
Hace ya varios a?os (el 18 de enero de 1998) publiqu¨¦ un art¨ªculo titulado El coraje de Blair. Elogiaba en aquel entonces la decisi¨®n del premier brit¨¢nico de negociar con el movimiento terrorista IRA para alcanzar la paz, porque as¨ª conven¨ªa al inter¨¦s del Reino Unido, al mantenimiento de su integridad, a su cohesi¨®n pol¨ªtica y a su prestigio internacional. Blair tuvo que saltar por encima de muchos arraigados y comprensibles prejuicios para conseguir su objetivo. "No puedo dejar de reconocer y de admirar -dec¨ªa yo entonces- el coraje pol¨ªtico, fruto de un no menor valor c¨ªvico, del que est¨¢ dando muestras en uno de los puntos m¨¢s sensibles de la pol¨ªtica brit¨¢nica de nuestros d¨ªas: el conflicto del Ulster". Hoy, gracias a aquella actitud, la paz se ha restablecido y avanza con dificultades y lentitud, pero irreversiblemente la normalizaci¨®n pol¨ªtica. Y no es el Reino Unido el que se ha resquebrajado, ni siquiera debilitado; antes al contrario.
Ahora, felizmente, pueden repetirse las mismas palabras del presidente del Gobierno, que ha demostrado saber muy bien lo que es el valor c¨ªvico al anunciar su disposici¨®n a llevar adelante una pol¨ªtica de pacificaci¨®n en el Pa¨ªs Vasco, incluso mediante la negociaci¨®n con los violentos si a ello ha lugar. A m¨ª, que me desagrada el radicalismo "progre" cultivado en diversos campos por el se?or Rodr¨ªguez Zapatero, tanto como a un conservador brit¨¢nico puede irritar el de Tony Blair, no me duelen prendas, antes al contrario, en apoyar la anunciada opci¨®n pol¨ªtica presidencial y reconocer su valerosa actitud. Porque el se?or Zapatero se juega en el envite su futuro pol¨ªtico, y en eso consiste el verdadero sentido del Estado y el m¨¢ximo patriotismo. En preferir el inter¨¦s estatal al del propio yo y la propia clientela, y apostar por ¨¦l pese a lo incomprendido y denostado e incluso peligroso que ello pueda resultar. ?Ojal¨¢ semejante actitud resultase contagiosa e impregnase a la clase pol¨ªtica espa?ola por encima de divisiones partidistas, y tambi¨¦n a los fautores de opini¨®n y otros grupos dirigentes e influyentes!
A Espa?a, a su integridad y normalidad institucional, conviene en extremo la paz. Y si el milagro de la paz lo hace ZP, no ya todos los ciudadanos, sino la historia de Espa?a, deber¨¢n agradec¨¦rselo. As¨ª parecen haberse entendido por la opini¨®n p¨²blica, atendiendo a la valoraci¨®n mayoritaria que se ha hecho del ¨²ltimo debate sobre el estado de la naci¨®n. Y ya que se invoca tanto y tan irrespetuosamente a los muertos, conviene recordar que la ¨²nica manera de honrarlos eficazmente no es veng¨¢ndolos al modo de los primitivos, sino evitando que haya m¨¢s. Para eso sirve una pol¨ªtica civilizada, para buscar racionalmente la paz y no para satisfacer impulsos primarios. La justicia de la mafia es vindicativa: la del Estado de derecho debe ser pacificadora.
Pero es claro que el camino no va a ser f¨¢cil. Habr¨¢ incomprensi¨®n en la oposici¨®n pol¨ªtica, social y medi¨¢tica, fronda entre los propios partidarios y resistencias entre los violentos a los que no faltar¨¢ la tentaci¨®n, ya de seguir la lucha criminal, ya de elevar el list¨®n de sus exigencias pol¨ªticas. Tambi¨¦n aqu¨ª la experiencia comparada, nunca imitable porque las condiciones raramente son id¨¦nticas, puede ser fuente de inspiraci¨®n para no dejarse desanimar por la respuesta de unos y otros y continuar avanzando hacia la paz en cuatro frentes.
Primero, prescindir cuanto sea posible de condiciones previas por razonables que estas puedan parecer. As¨ª, como es sabido, en el caso brit¨¢nico las negociaciones se iniciaron con espectaculares gestos por parte gubernamental en campos tan diversos como el penitenciario, el diplom¨¢tico o el estrictamente pol¨ªtico (que condicionaron desde la sociedad y la opini¨®n la respuesta de los violentos), y se prescindi¨® de condiciones previas a primera vista indeclinables, como la deposici¨®n unilateral y la entrega de las armas por los violentos. En lugar de supeditar la negociaci¨®n al cumplimiento de previas condiciones, se opt¨® por irlas creando a trav¨¦s de la negociaci¨®n. En restablecer la paz al hilo de hablar sobre la paz.
Segundo, la implicaci¨®n de las fuerzas pol¨ªticas en la negociaci¨®n, de manera que cuantas est¨¦n dispuestas a participar lealmente en el proceso puedan contribuir a ¨¦l asumiendo los riesgos, los costes y tambi¨¦n los beneficios pol¨ªticos que ello supone. Una gran pol¨ªtica de Estado debe ser liderada por el Gobierno, pero, para ser de Estado, no puede ser patrimonializada por aqu¨¦l. Y no cabe duda de la actitud generosa, al menos inicialmente, que en este punto han mostrado tanto el Gobierno como la mayor¨ªa de los grupos parlamentarios.
Tercero, todo ello en un marco democr¨¢tico, porque los que creen en la fuerza de los votos no tienen empacho en confiar en ella y, en consecuencia, no pueden descalificar a un sector del electorado y negarse a reconocer sus opciones por ingratas que ¨¦stas puedan resultar.
Cuarto, ofreciendo, en todos los planos, incluso el psicol¨®gico, puentes de plata a quienes abandonen la violencia. Cuando es el Estado democr¨¢tico de derecho el vencedor, puede y debe abrir cauces para que los derrotados, aun sabi¨¦ndose vencidos, no se sientan tales, sino que puedan sustituir frustraci¨®n por sublimaci¨®n.
Aunque pacificaci¨®n y normalizaci¨®n institucional sean procesos diferentes y deba evitarse su mutua confusi¨®n y consiguiente adulteraci¨®n, de la misma manera que la violencia ha obstaculizado la normalizaci¨®n, la pacificaci¨®n debe culminar en ella. Y en tal sentido resulta de suma importancia, si llega a plasmar en actitudes concretas, el reconocimiento que el presidente Zapatero ha hecho de la plurinacionalidad espa?ola. Una asunci¨®n de la realidad tan arriesgada como imprescindible, porque la Espa?a Grande, la que debiera procurar el verdadero espa?olismo, s¨®lo puede ser la resultante viva y poderosa de la integraci¨®n voluntaria de todos sus pueblos.
Si, como Blair en el caso irland¨¦s, Zapatero consigue la paz y, tras ella, la normalidad institucional auton¨®mica que da estabilidad al Estado todo, se mostrar¨¢ que la fortuna sonr¨ªe a los valientes y nada m¨¢s valeroso que la imaginaci¨®n y la resoluci¨®n necesarias para superar la inercia de los t¨®picos que se pretenden principios inconmovibles. Pero, incluso si no lo consiguiese, merecer¨ªa la admiraci¨®n que se debe a quienes est¨¢n dispuestos a arriesgar todo, incluso el propio prestigio y fama, por la salud del pueblo como ley suprema. ?ste es el verdadero valor c¨ªvico y Rodr¨ªguez Zapatero demuestra que lo tiene.
Miguel Herrero de Mi?¨®n es miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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