Los impostores
En el oscuro caso de Enric Marco, el representante de deportados que nunca fue deportado a un campo de concentraci¨®n, han sido muchos los que han tirado la primera piedra para su lapidaci¨®n moral, pero ?es f¨¢cil estar libre de pecado cuando se habla de impostura? Podr¨¢ decirse que aquel caso pertenece a la regi¨®n m¨¢s delicada de la historia moderna. Con raz¨®n. Sin embargo, no deja de resultar chocante la impunidad con que se habla de la impostura. Est¨¢ claro que el impostor es siempre otro, del que se descubre repentinamente una falsa identidad.
?Hay alg¨²n hombre que en alguna u otra media no lo sea? No lo creo. A veces incluso lo ignora con la misma ignorancia de esos pueblos que crean grandes cr¨®nicas nacionales atendiendo exclusivamente a la luz y no a la sombra. Somos impostores porque reinventamos continuamente nuestro pasado. Si hurg¨¢ramos en la herida, antes o despu¨¦s encontrar¨ªamos el fraude, sin quedar evidente, seguramente, si la impostura estaba en el ayer o es cosa del presente.
El caso de Enric Marco, que se invent¨® un pasado falso, pone sobre la mesa el tema de la impostura. ?Qui¨¦n est¨¢ libre de pecado?
?El impostor es el millonario de intachable reputaci¨®n o el que un d¨ªa convirti¨® aquella estafa en una oportunidad?, ?el impostor es el revolucionario transformado en conservador o aquel rebelde que quiz¨¢ ya ten¨ªa miedo de su propia rebeld¨ªa?, ?el impostor es el que va por este camino habiendo proclamado el camino contrario? A estos virajes en la pol¨ªtica, la econom¨ªa o la moral no los acostumbramos a llamar impostura, sino evoluci¨®n. Y no obstante, hubo una identidad que muchos mantienen en secreto porque creen que afecta a la que ahora presentan p¨²blicamente.
Incluso en la esfera m¨¢s ¨ªntima es dif¨ªcil trazar una n¨ªtida frontera entre la evoluci¨®n, propia, seg¨²n decimos, de la experiencia, y la impostura, que juzgamos como un enga?o inaceptable. ?Somos impostores o simplemente hemos evolucionado cuando nos olvidamos de aquellos ideales, cuando renunciamos a aquellos horizontes, cuando nos mentimos sobre lo que fuimos? Es dif¨ªcil contestar y afortunadamente, por lo general, nadie nos obliga a hacerlo. No hay un centinela de la impostura que controle nuestros movimientos a lo largo de la vida. Si lo hubiera, su poder y su responsabilidad no tendr¨ªan parang¨®n.
Tengo un amigo que azarosamente pudo erigirse en centinela de la impostura. Por razones que ahora no vienen al caso, un abogado, al morir, le leg¨® una extra?a herencia: el documento con las diligencias policiales de una gran redada ocurrida en Barcelona en los ¨²ltimos a?os del franquismo. Como a mi amigo le pes¨® desde el principio un legado tan peculiar, quiso compartir conmigo la carga y acced¨ª a leer el documento. Era un texto extenso y farragoso, con una redacci¨®n tan s¨®rdida como su propio contenido en la que se pod¨ªa apreciar la altura intelectual de los interrogadores. En el laberinto de nombres correspondientes a detenidos (siempre desagradable: el "sujeto", el "susodicho", el "mentado", "alias"...) aparecieron ante mis ojos los de varias personas que, tantos a?os despu¨¦s, se hab¨ªan convertido en personajes. La turbadora particularidad era que un par de ellos aparec¨ªan en el documento como delatores de los dem¨¢s detenidos.
A mi amigo el documento le quemaba porque no s¨®lo sab¨ªa qui¨¦nes eran estos dos hombres, sino que los conoc¨ªa personalmente. Con respecto al primero, un profesional de gran prestigio -no diremos en qu¨¦ campo-, no albergaba ninguna duda puesto que era alguien que nunca daba lecciones de moral. Era un hombre que hab¨ªa sufrido una dura prueba, pero no lo ten¨ªa por impostor. El caso del segundo le llevaba a las conclusiones opuestas. El personaje en cuesti¨®n era un hombre p¨²blico -tampoco diremos en qu¨¦ ocupaci¨®n-, con importantes responsabilidades, y por a?adidura alguien que s¨ª daba lecciones de moralidad con una arrogancia s¨®lo explicable, desde luego, por aquel episodio que el maldito documento relataba.
Mi amigo, un individuo pac¨ªfico y proclive a la conciliaci¨®n, tuvo, a su vez, sus dudas morales. ?Deb¨ªa callar, aceptando la mentira de un tipo que, por otra parte, se le hac¨ªa insoportable o, por el contrario, deb¨ªa ejercer el papel de centinela de la impostura que una herencia hab¨ªa puesto en sus manos?
Durante mucho tiempo vacil¨®; mientras, el peso del documento aumentaba tanto que amenazaba con aplastarle. Viendo lo que le ocurr¨ªa, le aconsej¨¦ que prendiera fuego al documento, una decisi¨®n que escandalizar¨¢ a cualquier historiador que ahora lea estas l¨ªneas. El ¨¢nimo de mi amigo mejor¨® r¨¢pidamente y adem¨¢s, como en los cuentos orientales, el antiguo delator, al que nunca denunci¨®, fue apartado de su cargo y dej¨® de dar lecciones de moralidad.
Cuando recordamos el tema mi amigo dice: "Tampoco yo estaba libre de pecado".
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