La aver¨ªa francesa
1. La participaci¨®n pol¨ªtica incomoda a los gobernantes porque complica su tarea. Francia tiene posiblemente la ciudadan¨ªa m¨¢s politizada de Europa. No es de extra?ar que de ella venga el primer gran sobresalto, cuando se ha decidido transferir a la ciudadan¨ªa las decisiones de un proceso, el de construcci¨®n europea, que se ha desarrollado casi siempre desde arriba. En este sentido, el resultado del refer¨¦ndum puede ser negativo para los intereses de Europa y de la propia Francia, pero es positivo para la democracia. Que el no haya ganado una batalla desigual contra los principales partidos y la mayor¨ªa del aparato medi¨¢tico que apoyaba el s¨ª es un motivo de confianza en un sistema que es capaz de tomar en consideraci¨®n la palabra de millones de ciudadanos que discrepan de los planteamientos de las ¨¦lites pol¨ªtico-medi¨¢ticas. Que los franceses se hayan movilizado masivamente despu¨¦s de un intenso debate, que ha llegado a las mesas camillas de las hogares franceses, es un signo indudable de vitalidad democr¨¢tica. S¨®lo los partidarios de una democracia de baja intensidad, que reduzca el papel de los ciudadanos a votar cada cuatro a?os, pueden sentirse descontentos por la movida francesa. Por eso ahora es muy importante la capacidad de respuesta de los dirigentes pol¨ªticos, tanto franceses como europeos. Porque si no se recogen de alg¨²n modo las se?ales emitidas por los ciudadanos, la frustraci¨®n no tardar¨¢ en reaparecer. Y son estas frustraciones las que aumentan la distancia entre gobernantes y gobernados y ocasionan la p¨¦rdida de calidad de la democracia. Una democracia realmente participativa tiene estos problemas: los dirigentes no pueden decidir a su antojo. Y, a veces, los pueblos tienen razones que la raz¨®n pr¨¢ctica no entiende. En democracia hay que saber escuchar y hay que saber convencer, y esto es lo que hace tiempo que no saben hacer los dirigentes pol¨ªticos franceses. La Uni¨®n Europea ha entrado en la v¨ªa de la prueba democr¨¢tica. No les ser¨¢ f¨¢cil asumir esta situaci¨®n a quienes estaban acostumbrados a organizar y pactar todos los procesos desde arriba. Pero no les queda otro remedio si no quieren que Europa encalle definitivamente. Sin duda, aparecer¨¢ ahora la tentaci¨®n de volver a cerrar los procedimientos, de volver a dejar al margen a la ciudadan¨ªa. Ser¨ªa un error. Porque Europa tendr¨¢ el consenso masivo de sus ciudadanos o no ser¨¢.
La sensaci¨®n de que hace tiempo que Francia no sabe a d¨®nde va es cada d¨ªa m¨¢s patente
2. Y, sin embargo, el refer¨¦ndum franc¨¦s tiene algo de salto en el vac¨ªo. Los representantes del s¨ª ten¨ªan un punto de acuerdo: la Constituci¨®n europea. Los representantes del no carecen de denominador com¨²n, representan incluso ideolog¨ªas opuestas e incompatibles. Y carecen, por tanto, de proyecto de futuro. Otra Europa es posible. ?Cu¨¢l? ?La de Le Pen y los suyos con la bandera de la independencia nacional y el rechazo a Turqu¨ªa y a los inmigrantes? ?La de uno de los ¨²ltimos partidos comunistas de Europa? ?La del soberanismo de izquierdas del impenitente estatalista Jean-Pierre Chev¨¨nement? ?La de los movimientos sociales antiglobalizadores? ?La del trotskismo irredento? ?O la del ex liberal Laurent Fabius convertido al no a la b¨²squeda de una ¨²ltima oportunidad para acceder a la presidencia de la Rep¨²blica? El voto del no es una sacudida, pero no contiene una propuesta. Y la prueba de ello es que el denominador com¨²n de todas estas facciones era un eslogan que parece venido de fuera de la realidad: contra la Europa liberal. Un eslogan que confirma que el liberalismo de izquierdas ha sido el gran perdedor de estas elecciones. Dominique Strauss-Kahn lo dijo la noche electoral: "Es una grave derrota, que confirma una crisis identitaria de Francia, y nosotros, los socialistas, no hemos sido capaces de plantear una alternativa".
3. El malestar franc¨¦s ha emergido en forma de no. Hace tiempo que se viene expresando con inesperados golpes electorales. Los franceses han adquirido la costumbre en cada elecci¨®n de echar al que gobierna. Y las fuerzas que ahora han votado no fueron en gran parte responsables de que Lionel Jospin no pudiera disputar la presidencia de la Rep¨²blica a Chirac. Si ahora hemos asistido a la traici¨®n de Laurent Fabius, que ins¨®litamente no ha respetado la decisi¨®n tomada por su partido en refer¨¦ndum, entonces fue la defecci¨®n de Chev¨¨nement. La sensaci¨®n de que hace tiempo que Francia no sabe a d¨®nde va es cada d¨ªa m¨¢s patente. Y la necesidad de una renovaci¨®n de instituciones y de personas es manifiesta. Pero el problema es profundo y no parece que las soluciones vengan del no. El sector que dirige pol¨ªticamente Francia puede estar obsoleto, empezando por el presidente de la Rep¨²blica, superviviente de mil batallas, desde 1968, en que tuvo ya un papel importante en la firma de los acuerdos de Grenelle, que pusieron fin a las movilizaciones de mayo. Es incomprensible que Chirac no dimita -como hizo De Gaulle- despu¨¦s de recibir una descalificaci¨®n tan dura. Ser¨ªa el mejor camino para encauzar la crisis. Pero viendo los tenores del no, no parece que all¨ª est¨¦ la renovaci¨®n: ?la familia Le Pen? ?Los veteranos soberanistas Henri Emmanuelli o Jean-Pierre Chev¨¨nement? ?O el ex primer ministro Laurent Fabius? Todos ellos pertenecen a la misma ¨¦lite dirigente, los mismos m¨¦todos, los mismos t¨®picos que gobiernan Francia desde hace 30 a?os. ?D¨®nde est¨¢ entonces la renovaci¨®n? ?En los trotskistas que de j¨®venes s¨®lo tienen la edad de algunos de sus dirigentes? ?En el coraje de la l¨ªder comunista? ?En los intelectuales de Attac? Francia est¨¢ averiada, pero no hay recambios a la vista.
4. Esta panor¨¢mica lo que revela es que la crisis de Francia es profunda: crisis cultural, crisis social, crisis pol¨ªtica. La crisis cultural del Estado-naci¨®n por excelencia, que siente como una p¨¦rdida insoportable todo lo que sean procesos de transferencia de soberan¨ªa. Entre la huida hacia la globalizaci¨®n y la regresi¨®n nacionalista, para seguir el dilema que planteaba Olivier Roy, Francia tiene siempre la tentaci¨®n de encerrarse en casa. Pero la crisis cultural tambi¨¦n es la del provincianismo de lo universal, para decirlo al modo de Kundera. Francia, tan convencida siempre de la universalidad de sus valores, es incapaz de situarlos en un contexto que vaya m¨¢s all¨¢ de las fronteras mentales del hex¨¢gono y, por tanto, de compartirlos, de reconocer que no son exclusivos. Crisis social, de unas clases populares desvertebradas, sobre las que pesa un paro creciente en una econom¨ªa r¨ªgida, que soportan mal la presi¨®n de la inmigraci¨®n y a las que es muy dif¨ªcil aceptar, por la autoafirmaci¨®n de la ideolog¨ªa francesa, que los ciudadanos del resto del mundo son sus iguales. Pero tambi¨¦n crisis de un sistema que no ha sabido encontrar el equilibrio entre el peso del Estado y la din¨¢mica modernizadora: la lucha entre lo burocr¨¢tico y la creaci¨®n de valor a?adido lastra la potencia de Francia, que es tanta que, pese a todo, ha ido superando las distintas crisis con mejores resultados que otros aparentemente m¨¢s maleables. La crisis pol¨ªtica de un r¨¦gimen hecho a medida del general De Gaulle que sigue vigente cuando la posguerra y la guerra de Argelia que lo justificaron son arqueolog¨ªa. Un sistema que tiende a la perpetuaci¨®n de los dirigentes y que dificulta enormemente la renovaci¨®n.
En esta situaci¨®n de desconcierto es preocupante ver la capacidad de contagio de la agenda que tiene la extrema derecha. La noche electoral algunos de los partidarios del s¨ª hablaban de la preferencia europea, incorporando de este modo a escala continental el concepto de preferencia francesa que tanto gusta a Le Pen. Sin duda, de la preferencia francesa a la europea hay un salto nada desde?able. Pero Francia, tantas veces capaz de generar ideas y propuestas de futuro, no encuentra el modo de conjugar un cosmopolitismo europe¨ªsta como v¨ªa de salida entre lo global y lo nacional. Sin embargo, lo que s¨ª conserva Francia es la capacidad de incidir en el mundo por encima incluso de su fuerza real. Por ejemplo, ahora, transfiere a Europa, a toda Europa, su crisis nacional. Y, a poco que nos descuidemos, nos har¨¢ sentir a los dem¨¢s europeos culpables de ella.
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