La pol¨ªtica es de los vivos
Tadeusz Borowski, un superviviente polaco de Auschwitz, cuenta que al regresar del trabajo vieron c¨®mo descend¨ªan de un cami¨®n a mujeres desnudas que a gritos ped¨ªan ayuda porque las llevaban a la c¨¢mara de gas. Ninguno de los diez mil prisioneros movi¨® un m¨²sculo. Y es que, comenta ¨¦l, "los vivos siempre tienen raz¨®n; los muertos -como esas mujeres ya seleccionadas-, nunca".
Eso es verdad dentro del campo de concentraci¨®n y fuera de ¨¦l. ?No dec¨ªa el gran Hegel que para hacer avanzar las ruedas de la historia "hab¨ªa que pisotear algunas florecillas al borde del camino"? Ese ego¨ªsmo de los vivos funciona incluso cuando el hombre se pone muy solemne condoli¨¦ndose, por ejemplo, con las v¨ªctimas de una cat¨¢strofe. Decimos y repetimos hasta la saciedad que "hay que recordar los horrores pasados para que la historia no se repita". Lo que estamos diciendo realmente es que hay que tener presente ese pasado fatal para que no se repita en nosotros, para que no nos pase lo mismo. No son las v¨ªctimas lo que nos preocupa, sino nuestra propia supervivencia.
La an¨¦cdota del escritor polaco le sirve para explicar los comportamientos de los hombres en situaciones tan extremas que, como dice Wiesel, no dejan lugar para la humanidad. Hay un punto de tormento a partir del cual no hay dignidad, ni santidad, ni heroicidad posible. Pero su reflexi¨®n viene a cuento ahora que el final del terrorismo etarra parece posible: ?qu¨¦ va a pasar con las v¨ªctimas, es decir, qu¨¦ va a pasar con los delitos de sangre? Descartada la negociaci¨®n pol¨ªtica con ETA, lo negociable es la suerte de los prisioneros: ?ser¨¢n los muertos el precio de la paz de los vivos? La pregunta est¨¢ ah¨ª y dif¨ªcilmente puede escamotearse una pregunta de este tama?o en aras de la discreci¨®n necesaria para que la operaci¨®n llegue a buen puerto. Convendr¨ªa, en cualquier caso, alejar de estas preocupaciones el tinte partidario porque lo que est¨¢ en juego es la salud moral de toda la sociedad. Invocar la "traici¨®n a los muertos", como esgrimi¨® Rajoy contra Rodr¨ªguez Zapatero cuando ¨¦ste habl¨® de tantear la posibilidad del fin de las armas, s¨®lo se sostiene, como bien han dejado aqu¨ª escrito Eduardo Madina y Juan Aranzadi, si la causa defendida por los asesinados hubiera sido la misma y ¨¦l fuera su testaferro. Eso no puede significar, sin embargo, que las v¨ªctimas no tengan nada que decir, ni que se pueda pasar p¨¢gina sin contar con ellas. El que Gregorio Ord¨®?ez, del PP, y Ernest Lluch, del PSC, tuvieran opiniones opuestas sobre el modo de solucionar el terrorismo etarra no significa que carezcan de un punto com¨²n. Hay algo irrenunciable en ellos, algo que les une en una fraternidad que trasciende toda sangre y toda opini¨®n: el ser v¨ªctimas, esto es, la injusticia de sus muertes. Se les mat¨® porque sus asesinos entend¨ªan el crimen como arma pol¨ªtica.
La injusticia hecha a las v¨ªctimas se mantendr¨¢ moralmente vigente mientras no sea saldada, por mucha prescripci¨®n que genere el derecho, por mucha amnist¨ªa que decrete el Estado, por m¨¢s que el autor sea insolvente para pagar la deuda (la vida). La injusticia permanece mientras no haya justicia. El Estado puede suspender la aplicaci¨®n de las penas previstas en esos delitos y el derecho puede por mor de la convivencia inventarse la figura de la prescripci¨®n del delito tras un tiempo. Nada de eso empece, empero, que la injusticia siga mientras no sea reparado el mal hecho.
Ahora bien, dado que el mal es irreparable, ?habr¨¢ que concluir que no se puede hacer nada y que toda soluci¨®n pol¨ªtica, animada por el sentido com¨²n de la convivencia, ser¨¢ inmoral?
Todo depende de que aclaremos en qu¨¦ consiste el mal hecho. Tenemos, por un lado, la vida robada y, por otro, una herida social, una quiebra en la convivencia. Por lo que respecta a la vida truncada, no hay reparaci¨®n posible ni por parte del criminal ni por parte de la sociedad. La ¨²nica forma de justicia, como dir¨ªa Primo Levi, es el reconocimiento, gracias a la memoria, de la permanencia de la injusticia cometida. Cuando al final de Si esto es un hombre dice a sus lectores que "los jueces sois vosotros" est¨¢ se?alando que el lector administra la justicia en la medida en que mantiene en su memoria la injusticia que ¨¦l, el testigo directo, le transmite. Es poca cosa -aunque si tir¨¢ramos del hilo de la memoria ir¨ªamos lejos-, pero es lo que el hombre puede hacer.
Respecto a la quiebra que el crimen origina en la sociedad, podemos hacer mucho m¨¢s. No basta reconducir al criminal al redil del Estado de derecho, canjeando su libertad por el reconocimiento del imperio de la ley democr¨¢tica, que es lo que normalmente se pide como precio por la reinserci¨®n. Se puede hacer algo m¨¢s. Ese plus fue objeto de una pol¨¦mica de altura entre Hegel y Kant. Para ¨¦ste lo malo del crimen era el atentado a la autoridad de la ley. Como sin leyes no se puede vivir hab¨ªa que restaurar inmediatamente su autoridad. El castigo es el arma del Estado para hacer sentir por las malas el peso de la ley a aquel que se niega a acatarla por las buenas. Hegel pensaba, sin embargo, que as¨ª no se iba muy lejos porque lo grave del crimen no era el da?o que hac¨ªa a algo tan abstracto como la ley, sino la ruptura de la convivencia, la sima que abr¨ªa en una sociedad entre las v¨ªctimas y sus allegados, por un lado, y el criminal y los suyos, por otro. La justicia deber¨ªa consistir entonces en resta?ar esas heridas. ?C¨®mo? Hegel propon¨ªa una medicina que ha sido luego ampliamente desarrollada por las Comisiones de la Verdad y de la Reconciliaci¨®n, a saber, el arrepentimiento y el perd¨®n.
No perdamos de vista que incluso en los casos de amnist¨ªa o indulto a los delitos de sangre se exige el arrepentimiento. La l¨®gica y exigible renuncia a la violencia por parte del indultable implica la aceptaci¨®n de las reglas de juego democr¨¢ticas en las que se persigue el crimen como arma pol¨ªtica. Es una forma de reconocer que lo que hicieron estaba mal y por eso renuncian a practicarlo en el futuro. Bueno, pues de lo que se trata es de que todos esos sobreentendidos se hagan expl¨ªcitos y tengan como interlocutores no al Estado, sino a la sociedad a la que han hecho da?o. La reconciliaci¨®n es un acto social y no burocr¨¢tico e implica el encuentro de dos movimientos en sentido opuesto: por parte del autor del delito de sangre, reconocimiento del da?o hecho a las v¨ªc
timas y demanda de perd¨®n a quien puede perdonarles, que son las v¨ªctimas y no el Estado y, por parte de las v¨ªctimas, perdonar si lo estiman oportuno. Tan libre como la solicitud del perd¨®n es su concesi¨®n. La escenificaci¨®n p¨²blica de ese doble movimiento parece inevitable y deber¨ªamos aplicarnos todos a crear la cultura que le haga posible.
Y ah¨ª vemos ya lo complicado del asunto. El entorno etarra tendr¨¢ que empezar a distinguir entre la bondad de la causa pol¨ªtica que defiende ETA (la independencia, por ejemplo) y el crimen como arma pol¨ªtica en una democracia. Sin esa distinci¨®n, a la que tendr¨ªa que aplicarse la intelligentzia de ese entorno, dif¨ªcilmente habr¨¢ arrepentimiento y, por tanto, perd¨®n. Las v¨ªctimas, por su lado, deber¨¢n sacudirse la instrumentalizaci¨®n partidaria. Su autoridad les viene de una terrible experiencia: lo injusto que es defender en democracia unas ideas matando. Tienen entonces autoridad moral no s¨®lo para denunciar el crimen pol¨ªtico, sino cualquier forma de hacer pol¨ªtica que asuma como normal "pisotear algunas florecillas al borde del camino", una pr¨¢ctica que a distintas escalas frecuentan todos los partidos pol¨ªticos porque est¨¢ en los genes del motor de la vida moderna, llamado progreso. No tiene el hombre otra forma de expresar la fidelidad a los asesinados que record¨¢ndoles, es decir, reconociendo la vigencia de la injusticia que se les hizo, como dec¨ªa el citado Levi. Ese gesto moral tiene, sin embargo, una peligrosa carga pol¨ªtica, ya que no podemos recordar la injusticia pasada sin denunciar toda forma de hacer pol¨ªtica que asuma como normal avanzar sacrificando a los m¨¢s d¨¦biles. Lo que preocupa de unas negociaciones con ETA en las que se plantee paz por libertad de los presos es la banalizaci¨®n del crimen de anta?o y de unas pr¨¢cticas pol¨ªticas hoga?o que progresan sobre nuevas v¨ªctimas, aunque no sean cruentas. Porque esa tentaci¨®n amenaza a toda formaci¨®n pol¨ªtica es por lo que no deber¨ªan dejarse instrumentalizar por ninguna. La mejor prueba de que ejercen su autoridad es que cuestionan a todos.
Reyes Mate es profesor de investigaci¨®n en el Instituto de Filosof¨ªa del CSIC.
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