Proceso general contra Europa
La ola de catastrofismo desatada tras el resultado de los referendos sobre el Tratado constitucional europeo celebrados en Francia y Pa¨ªses Bajos deja flotando una duda. ?No ser¨¢ que detr¨¢s de tanto pron¨®stico escalofriante, de tanto vaticinio aciago, se esconde un subrepticio mensaje acerca de la impotencia de la pol¨ªtica para dirigir la construcci¨®n de una Europa unida? Tras el rotundo pronunciamiento de franceses y holandeses se han escuchado frases que, aplicadas a un ¨¢mbito nacional, habr¨ªan resultado inaceptables, dado el desprecio con el que despachan una voluntad mayoritaria manifestada mediante el voto. No pocos l¨ªderes pol¨ªticos, y una abrumadora cantidad de observadores y expertos, se han expresado con la contenida irritaci¨®n de los adultos que ven interrumpidas sus trascendentales obligaciones por el capricho de un ni?o, en este caso una ciudadan¨ªa que se ha pronunciado en las urnas. Se diga lo que se diga, y se disfrace con los argumentos que se disfrace, esa contenida irritaci¨®n s¨®lo puede surgir de una idea propia de quienes cre¨ªan haber encontrado en la Uni¨®n el espacio pol¨ªtico donde dar curso a un ¨ªntimo deseo de actuar como comit¨¦ de sabios, como selecta y especializada nomenklatura, ampar¨¢ndose en la excusa de que Europa es una criatura tan delicada y tan compleja que se rompe al m¨¢s m¨ªnimo contacto con los europeos.
Como partidarios del s¨ª al Tratado, lamentamos el resultado de los referendos franc¨¦s y holand¨¦s. Pero este compromiso con el s¨ª no nos autoriza a manifestarnos como si Europa fu¨¦ramos nosotros, y menos a¨²n a rehabilitar, bajo nuevos ropajes, razonamientos propios de quienes anta?o defend¨ªan las m¨¢s extravagantes restricciones al sufragio universal, matiz¨¢ndolo con exigencias como la de que los votantes fuesen propietarios o estuvieran alfabetizados. No debemos olvidar bajo ninguna circunstancia que la Europa que queremos construir es una Europa en la que todos y cada uno de sus ciudadanos puedan decir s¨ª y puedan decir no, ya sea a este Tratado o a cualquier otra iniciativa, sin que por ello quede en entredicho el proyecto ni se ponga en cuarentena a quienes se inclinen por una u otra opci¨®n. Lo contrario traicionar¨ªa los principios que deseamos convertir en fundamento de la Europa unida, y eso ser¨ªa sin duda lo m¨¢s grave. Pero, junto a lo m¨¢s grave, ser¨ªa adem¨¢s lo m¨¢s inoperante, porque provocar¨ªa una confusi¨®n pol¨ªtica que nos incapacitar¨ªa para comprender que dos resultados adversos en un procedimiento de ratificaci¨®n que implica a veinticinco pa¨ªses no tienen por qu¨¦ significar ni el precipitado fin de ese procedimiento, ni menos a¨²n el fin de Europa.
Nos hemos quejado, y con raz¨®n, de que algunos Gobiernos de la Uni¨®n hayan adoptado la estrategia miope de responsabilizar a las instancias comunitarias de fracasos derivados de su mala gesti¨®n. No por volverla del rev¨¦s esa estrategia deja de ser miope y, por lo tanto, carece de sentido que se diga en estos momentos que franceses y holandeses han votado contra sus Gobiernos y no contra el Tratado. Lo que importa para quienes defendemos el s¨ª es analizar nuestros errores ahora que a¨²n estamos a tiempo de extraer consecuencias pol¨ªticas y evitar que nuestra ceguera o nuestra obcecaci¨®n, m¨¢s que los hechos en s¨ª mismos, acaben resultando irreversibles para el prop¨®sito de construir una Europa unida. La situaci¨®n es dif¨ªcil, muy dif¨ªcil, tal vez una de la m¨¢s dif¨ªciles que ha atravesado el proyecto. Pero estaba o deber¨ªa haber estado en el gui¨®n. ?O es que cuando se decidi¨® consultar a los ciudadanos, cuando se decidi¨® desmentir que la Uni¨®n padeciera algo parecido a un d¨¦ficit democr¨¢tico, se hac¨ªa con el secreto prop¨®sito de convocar referendos a la b¨²lgara?
Las diversas campa?as en favor del s¨ª, que todos los partidarios del Tratado deber¨ªamos asumir como propias, han adolecido de errores que explican sus repetidos fracasos. La mayor parte de ellas han menospreciado a los ciudadanos por la v¨ªa de suponer que la publicidad, con sus musiquillas, sus arcang¨¦licas im¨¢genes y sus esl¨®ganes no exentos de cierto aire kitsch, suplir¨ªa con ventaja lo que un Tratado como ¨¦ste requer¨ªa, una explicaci¨®n pol¨ªtica convencida y solvente. Frente a la banalidad de los mensajes con los que se invitaba a votar s¨ª, los partidarios del no han desplegado argumentos dirigidos a ciudadanos plenamente conscientes de que, desde hace a?os ya, el futuro se dibuja cada vez m¨¢s incierto. De esta forma, lo que en principio parec¨ªa un obst¨¢culo para quienes se opon¨ªan al Tratado -su relativa escasez de recursos publicitarios- ha terminado por convertirse en su arma m¨¢s eficaz, al punto de que su ¨¦xito en Francia y Pa¨ªses Bajos ha sido, adem¨¢s de una victoria del no sobre el s¨ª, el triunfo de los argumentos pol¨ªticos sobre la insensata preponderancia de la publicidad en un espacio por el que deambula como por territorio conquistado. Por descontado, una cuesti¨®n distinta es la naturaleza, demag¨®gica o no, populista o no, oportunista o no, de los argumentos esgrimidos por quienes se han manifestado en contra del Tratado.
El campo del s¨ª ha inventado un votante te¨®rico del no contra el que ha dirigido obsesivamente sus argumentos, y ¨¦ste ha sido el segundo error. Sucede, sin embargo, que ese votante te¨®rico no ha existido jam¨¢s, como muestra la heterog¨¦nea amalgama de partidos que se han inclinado por el rechazo, cada cual por sus propias razones. La campa?a a favor del s¨ª ha sido incapaz de desagregarlas y de oponerles mensajes espec¨ªficos. De esta manera, pocos o muy pocos ciudadanos que se han inclinado por el no durante las semanas previas a los referendos franc¨¦s y holand¨¦s se han sentido interpelados por las razones del s¨ª, que bien pod¨ªan parecer ¨¢giles y contundentes lances de esgrima, pero dirigidos contra un adversario fantasmal. La conclusi¨®n que se ha extra¨ªdo entonces desde el campo del s¨ª, la conclusi¨®n de que el no carece de mensaje en raz¨®n de la variedad e, incluso, la incompatibilidad de las fuerzas pol¨ªticas y sociales que lo han patrocinado, no deja de ser, o bien una deliberada voluntad de no enterarse, o bien una inaceptable invitaci¨®n a la defecci¨®n pol¨ªtica. Nos guste o no, nos convenga o no, el mensaje ha sido tan claro, tan meridianamente claro, como que la mayor¨ªa de los franceses y de los holandeses rechazan que Europa se rija por este Tratado, sobre elque a¨²n tienen que pronunciarse los miembros restantes. La defecci¨®n pol¨ªtica radicar¨ªa, por su parte, en el razonamiento tantas veces repetido de uno a otro extremo del espectro pol¨ªtico de que si esto es as¨ª, si los ciudadanos rechazan un texto llamado a influir poderosamente en sus vidas, entonces los representantes pol¨ªticos ya no nos representan.
Desde el principio de la campa?a, el campo del s¨ª opt¨® por un exceso de dramatismo para el caso de una victoria del no en el refer¨¦ndum franc¨¦s que ahora, cuando esa victoria es ya un hecho, al que, adem¨¢s, ha venido a sumarse el desenlace holand¨¦s, resulta dif¨ªcil desandar el camino. Sin embargo, es imprescindible hacerlo, porque ¨¦se fue el tercer error y quiz¨¢ el que puede acarrear peores y m¨¢s duraderas consecuencias. Por m¨¢s que el resultado de los referendos haya defraudado a no pocos l¨ªderes pol¨ªticos y a una abrumadora cantidad de observadores y expertos, su tarea m¨¢s urgente no consiste en seguir formulando pron¨®sticos escalofriantes y vaticinios aciagos, sino en idear v¨ªas que permitan reconstruir un consenso sobre el proyecto europeo, tanto entre los Estados miembros como, sobre todo, dentro de los propios Estados. Es hora de que la pol¨ªtica, la misma pol¨ªtica que concibi¨® la Europa unida, la misma que ha alcanzado a conducirla hasta aqu¨ª, se vuelva a poner al frente de la construcci¨®n europea. No para burlar la voluntad de los ciudadanos como se ha hecho otras veces, sino para garantizar que ser¨¢ estricta y escrupulosamente respetada; no para obtener ventajas inmediatas sobre la base de la debilidad ajena, sino para evitar que las emociones se desborden y se instale entre los europeos una sensaci¨®n tan falsa como cargada de peligros: la sensaci¨®n de que el resultado de los referendos en Francia y en los Pa¨ªses Bajos ha abierto un proceso general contra Europa en el que nada ni nadie quedar¨¢ a salvo.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es embajador de Espa?a en la Unesco.
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