El espacio como materializaci¨®n del tiempo
A partir del 8 de junio, el Museo Guggenheim, de Bilbao, contar¨¢ con una instalaci¨®n permanente del escultor estadounidense Richard Serra (San Francisco, 1939), titulada La materia del tiempo y formada por ocho piezas monumentales, que ocupar¨¢n la antes llamada galer¨ªa Fish y que, a partir de ahora, en homenaje al patrocinador, se denominar¨¢ Arcelor. Antes de nada, hay que resaltar la audacia y el alto valor de este gesto por parte del Museo Guggenheim, de Bilbao, que no s¨®lo acalla los fundados rumores del comienzo de su andadura acerca de ser s¨®lo un edificio deslumbrante, arropado por una importante franquicia, pero, en el fondo, sin colecci¨®n propia sustantiva, un mero "escaparate", sino, sobre todo, en tiempos de tibieza y desconcierto, demuestra haber sabido apostar fuerte por el "contenido" de la instituci¨®n, eligiendo para ello a un artista vivo indiscutible, que, en cierto sentido, puede ser considerado como el ¨²ltimo gran escultor. Por lo dem¨¢s, no ha sido ¨¦sta una decisi¨®n improvisada, puesto que el museo ya contaba con una importante obra, titulada Snake (Serpiente, 1996), que, enseguida, capt¨® el inter¨¦s del masivo p¨²blico. Junto a ello, hay que recordar la exposici¨®n Richard Serra. Escultura 19851999, que se exhibi¨® all¨ª entre marzo y octubre de 1999, comisariada, como la actual, por Carmen Gim¨¦nez.
RICHARD SERRA
'La materia del tiempo'
Museo Guggenheim. Bilbao
Desde el 8 de junio
En arte, la generosidad tiene
un alto precio, pero tambi¨¦n una recompensa equivalente. Hay que decirlo con ¨¦nfasis, porque La materia del tiempo es, a mi juicio, la instalaci¨®n del conjunto unitario de escultura m¨¢s relevante, a escala internacional, que se ha producido en d¨¦cadas y, por tanto, ya, de entrada, por s¨ª misma ha hecho historia, que no es s¨®lo, en este caso, lo referente en comparaci¨®n con el pasado, sino, principalmente, con el porvenir. Por otra parte, pienso sinceramente que un desaf¨ªo semejante s¨®lo pod¨ªa ser asumido hoy con ¨¦xito por Richard Serra, que, adem¨¢s de estar en un momento de madurez y en¨¦rgica inspiraci¨®n, antes he calificado, no en balde, como quiz¨¢ "el ¨²ltimo escultor" vivo. Lo es, en primer lugar, porque Serra no s¨®lo no ha dimitido de la identidad hist¨®rica de la escultura, que no es otra que afrontar art¨ªsticamente la gravedad, sino que, simult¨¢neamente, lo ha hecho someti¨¦ndola a todos los desaf¨ªos, conceptuales, f¨ªsicos y materiales, de la revoluci¨®n contempor¨¢nea; esto es: por un lado, se ha planteado los problemas derivados del peso y lo colosal, pero tambi¨¦n, por otro, los de la ligereza m¨¢s danzarina del dise?o.
En este sentido, las ocho piezas monumentales que componen La materia del tiempo, con su imponente masividad de acero, se asientan, en sucesi¨®n recorrible y penetrable, no s¨®lo en un dram¨¢tico equilibrio, sino que lo hacen con una escanci¨®n basada en los m¨¢s atrevidos juegos curvil¨ªneos, de tal manera que "caen" sin frustrar su a¨¦rea movilidad: son como una flota de acorazados bailando un vals en medio del oc¨¦ano. M¨¢s: la profunda espacialidad que dimana de estas pesantes estructuras el¨ªpticas, que, abordada desde las alturas, nos dan la sensaci¨®n de un oleaje encadenado, nos introducen, al pie de su base, en un laberinto de pasillos ondulantes, cuyo recorrido trastoca y revuelve nuestra percepci¨®n. De esta manera, se puede afirmar, tras vivir esta experiencia, que la materia del tiempo es el espacio, pero, asimismo, que la materia del espacio es el tiempo.
El propio Serra nos ha ex-
plicado con admirable claridad la g¨¦nesis de este grupo de m¨®viles moles eruptivas, recordando el valor que tuvo para ¨¦l la revisi¨®n de la elipse contra¨ªda de San Carlo alle Quattro Fontane, del barroco Francesco Borromini, a partir de la cual surgi¨® la innovadora forma de la pieza titulada Torsi¨®n el¨ªptica (2003-2004), cuya extra?a e imponente belleza no s¨®lo es en s¨ª misma de fascinante complejidad, sino que establece la diferencia entre arquitectura y escultura, entre la inteligencia estructural recubierta y ornamentada con una n¨ªtida separaci¨®n entre el dentro y el fuera, y sin que ¨¦sta tenga lugar; es decir: cuando todas las fuerzas trabajan en lo mismo, porque son lo mismo, y, si¨¦ndolo, se nos revelan como puras formas, aunque las veamos desde el interior o el exterior.
No voy ahora a entretenerme en explicar los pormenores de la investigaci¨®n y experimentaci¨®n f¨ªsicas de esta formidable experiencia, que obviamente ha supuesto un derroche de imaginaci¨®n, energ¨ªa y obstinaci¨®n por parte del escultor, as¨ª como de las incre¨ªbles dificultades t¨¦cnicas que ha requerido su monumental materializaci¨®n. Esto es algo que da que pensar cuando el visitante se recupera de la experiencia espacio-temporal ¨²nica que ha vivido al contemplar y recorrer esta asombrosa instalaci¨®n. Ciertamente, se puede especular al respecto lo que se quiera. Pero lo verdaderamente inolvidable es la experiencia en s¨ª, a la que se nos permite acceder, que no dudo en calificar como la de uno de los acontecimientos escult¨®ricos m¨¢s impresionantes y cruciales de nuestra ¨¦poca. ?sta ha sido al menos mi vivencia, una vivencia tan fuerte y esencial que no la dejar¨¦ de revivir.
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