Los ni?os-brujos
En noviembre de 2003, el se?or Agbo, guardi¨¢n de un bloque de edificios municipales de Hackney, un suburbio de Londres donde viven muchos inmigrantes, encontr¨®, encogida en una escalera, tiritando, a una ni?a de ocho a?os. Iba descalza, semidesnuda, llena de cicatrices, heridas e hinchazones, y paralizada por el terror. A lo largo de las semanas siguientes, con ayuda de psic¨®logos y trabajadores sociales, la polic¨ªa consigui¨® reconstruir su historia.
La ni?a, procedente del Congo o de Angola, hab¨ªa sido sometida a torturas sistem¨¢ticas los quince meses precedentes por su madre, su t¨ªa Sita Kisanga y un amigo de ¨¦sta, Sebasti¨¢n Pinto, desde que una noche un hijo peque?o de Sita se despert¨® llorando y jurando que la ni?a se le hab¨ªa aparecido en el sue?o y amenazado con llev¨¢rselo volando de vuelta al Congo. La familia concluy¨® que la ni?a estaba pose¨ªda por un esp¨ªritu maligno, un ndoki, y deb¨ªa ser exorcizada. La hicieron ayunar tres d¨ªas y luego procedieron a tratar de expulsar al demonio que la habitaba. La abofeteaban, la azotaban, le frotaban en los ojos chilis picantes, le punzaron todo el cuerpo y la cara con la punta de un cuchillo, y la tuvieron muchos d¨ªas encerrada en una bolsa de ropa en la que la amenazaban con tirarla al r¨ªo o desbarrancarla desde el balc¨®n del edificio. Al final, como el ndoki se resist¨ªa a marcharse, la expulsaron del hogar a puntapi¨¦s. Los m¨¦dicos de la polic¨ªa detectaron 43 heridas en el cuerpo de la criatura.
El caso de esta ni?a, que no puede ser nombrada por razones legales, es apenas la punta de un iceberg. Richard Hoskins, profesor de Religiones Africanas en el King's College de Londres, que ha investigado muchos a?os este tema en el Congo, y que asesora a la polic¨ªa brit¨¢nica en este y otros cinco casos de exorcismos contra ni?os-brujos sometidos a torturas y crueldades en las comunidades de inmigrantes, ha revelado que centenares de ni?os de origen africano desaparecen cada a?o en Inglaterra sin que las autoridades consigan averiguar las razones de su desaparici¨®n. En parte por falta de efectivos para efectuar una vigilancia cuidadosa en aquellas comunidades y en parte por prudencia, dada la extrema susceptibilidad que existe en todo lo que concierne a las creencias y costumbres de las minor¨ªas ¨¦tnicas, las autoridades reconocen su impotencia para frenar lo que parece un fen¨®meno en el que centenares o acaso millares de menores son sometidos en Gran Breta?a a indecibles brutalidades para exorcizarlos de los malos esp¨ªritus.
Hace poco m¨¢s de tres a?os se encontr¨® en el T¨¢mesis el torso mutilado de un ni?o africano. El caso Adam origin¨® una investigaci¨®n en la que, entre otras cosas, la polic¨ªa descubri¨® que de 300 ni?os africanos llegados al aeropuerto londinense de Heathrow en un periodo de tres meses, s¨®lo dos de ellos pudieron ser localizados. De los 298 restantes no quedaba la menor huella. Por otra parte, varias asociaciones de protecci¨®n a la infancia han se?alado que cada a?o el n¨²mero de ni?os de origen africano que deja de asistir a las escuelas en que est¨¢n inscritos sin que medie la menor explicaci¨®n es de varios millares. El profesor Hoskins sostiene que esas desapariciones revelan, adem¨¢s de las pr¨¢cticas religiosas violentas que pueden terminar en cr¨ªmenes, la existencia de redes bien establecidas que trafican con menores inmigrantes, vendi¨¦ndolos como esclavos dom¨¦sticos o sexuales.
Contrariamente a lo que a primera vista parecer¨ªa, que el salvajismo de que hacen gala en las comunidades de inmigrantes los supuestos exorcistas ha sido importado con ellas del ?frica, el profesor Hoskins asegura que no es as¨ª, que se trata de un fen¨®meno local, resultante de una perversa aleaci¨®n de creencias y supersticiones primitivas y del fanatismo con que la mir¨ªada de iglesias evang¨¦licas fundamentalistas informales se han implantado en el Reino Unido y reclutan pros¨¦litos entre los inmigrantes. De hecho, una de las torturadoras de mi historia, Sita Kisanga, pertenec¨ªa a una de estas microiglesias evang¨¦licas de su barrio, llamada la Iglesia del Combate Espiritual, que promueve el exorcismo y cuyos pastores son todos exorcistas profesionales. ?sta y otras congregaciones parecidas, surgidas de manera informal, como desprendimientos a menudo extravagantes y groseros de las iglesias protestantes tradicionales, para ganar una r¨¢pida aceptaci¨®n entre los inmigrantes han incorporado a las doctrinas cristianas creencias y pr¨¢cticas como la del ndoki y los rituales exorcistas cuya mezcla, seg¨²n Hoskins, ha resultado explosiva. Seg¨²n ¨¦l, en las distintas comunidades ¨¦tnicas que ha estudiado en el Congo muy rara vez se ejerce violencia contra los ni?os, y las ceremonias exorcistas, que abundan, suelen ser benignas. No s¨¦ si esto es ciencia estricta o ciencia matizada por la correcci¨®n pol¨ªtica, pero en todo caso lo que parece cierto es que la manera como esos grup¨²sculos evang¨¦licos informales que, sin el menor control ni registro del Estado, operan en los barrios marginales de las grandes ciudades europeas, predicando doctrinas fan¨¢ticas y delirantes, producen a veces consecuencias tan tr¨¢gicas como la que se abati¨® sobre la ni?a de Hackney.
La globalizaci¨®n es un estado de cosas que funciona en todos los sentidos y en todas las direcciones. Lleva las buenas ideas y los conocimientos m¨¢s modernos por todos los vericuetos del planeta, y, al mismo tiempo, permite que las supersticiones m¨¢s crueles y est¨²pidas, y los prejuicios y convicciones m¨¢s anacr¨®nicas salgan de los peque?os reductos donde sobreviven y vayan a contaminar e infectar sociedades y comunidades humanas que parec¨ªan haber dejado atr¨¢s la barbarie y avanzado de manera irreversible en la ruta de la civilizaci¨®n.
Siempre que llego a Inglaterra, luego de semanas o meses, siento una gran satisfacci¨®n, como si una gran bocanada de aire fresco me aligerara los pulmones. Puede tener mil problemas que resolver y otras tantas cosas que criticarle, pero la sociedad brit¨¢nica sigue siendo, para m¨ª, un modelo de civismo, de racionalidad, de sensatez y pragmatismo pol¨ªtico, de un patriotismo sano y no deformado por taras nacionalistas. Es estimulante y grato comprobar que el taxista, la empleada de la tienda, el cajero del banco, el boletero del tren, o el peat¨®n al que uno detiene para averiguar una direcci¨®n, en vez de volcar sobre el cliente o despistado pregunt¨®n todo su malhumor y su frustraci¨®n maltrat¨¢ndolo con groser¨ªas, son amables, todav¨ªa humanos. R¨¢pidamente dir¨¦ que no conozco ninguna otra gran ciudad en el mundo que me haya parecido, como Londres, estar tan cerca de esa palabra de escurridizo significado: la civilizaci¨®n.Pues bien, en la m¨¢s civilizada de las ciudades, vaya usted a saber cu¨¢ntos ni?os padecen en estos mismos momentos el mismo martirio que la ni?a de Hackney y cu¨¢ntos otros, venidos como ella del Congo, Angola y tantos otros pa¨ªses africanos, son prostituidos o vendidos como esclavos por mafias inescrupulosas que, adem¨¢s, gracias a esos tr¨¢ficos, amasan formidables fortunas. El profesor Hoskins explica que este tr¨¢fico se ha visto facilitado por la expansi¨®n del sida, que, s¨®lo en el Congo, ha dejado hu¨¦rfanos a decenas de miles de ni?os que viven en las calles de las aldeas o en el bosque y que son presas f¨¢ciles de las mafias, que, con el pretexto de protegerlos, les fabrican papeles, les procuran padres adoptivos y los traen a Europa, a veces por medios legales y otros ilegales, donde los convierten en mercanc¨ªas. La barbarie pura en el coraz¨®n mismo de la civilizaci¨®n.
?Tiene un remedio pronto esta pavorosa realidad? En lo inmediato, ninguno, por desgracia. Ni las autoridades est¨¢n en condiciones de a?adir a sus filas los miles de miles de detectives y agentes que se necesitar¨ªan para ejercer una vigilancia m¨¢s estricta en todas las comunidades y hogares que practican el exorcismo de los ni?os pose¨ªdos por el ndoki ni las organizaciones de derechos humanos, protecci¨®n a la infancia y ayuda al inmigrante cuentan con los medios, ni con la activa colaboraci¨®n de los vecinos de los barrios marginales, para poner fin en un futuro inmediato a esa plaga secreta. El remedio, si viene, vendr¨¢ en el futuro, dentro del marco de una pol¨ªtica de integraci¨®n del inmigrante, que, a la vez que facilite la adaptaci¨®n de ¨¦ste a su nuevo ambiente y lo familiarice con los derechos y deberes inherentes a un ciudadano de una sociedad democr¨¢tica, le proporcione la ayuda indispensable para que esa reconversi¨®n cultural se lleve a cabo sin desgarramientos ni traumas. Para que eso llegue a ocurrir pasar¨¢n todav¨ªa muchos a?os.
Y, entretanto, seguir¨¢n ocurriendo muchas barbaridades en el seno de la civilizada Londres (l¨¦ase Europa). La historia de la ni?a m¨¢rtir de Hackney ha tenido un final feliz, menos mal. Se ha recuperado de todas sus heridas y ahora rehace su vida en el hogar de unos padres adoptivos que, seg¨²n la polic¨ªa, la adoran. Sus tres torturadores, su madre, su t¨ªa Sita Kisanga y Sebasti¨¢n Pinto, que han sido encontrados culpables por el tribunal de Old Bailey que los juzg¨®, recibir¨¢n en estos d¨ªas unas condenas que los mantendr¨¢n algunos a?os en la c¨¢rcel. ?Debemos alegrarnos de que, al menos esta vez, se haya hecho justicia? La verdad, no hay nada de qu¨¦ alegrarse. Se ha hecho justicia en la forma, sin duda, pero, en el fondo, no lo creo. Lo probable es que esos tres infelices est¨¦n totalmente aturdidos y sin comprender nada de lo que les ocurre. Es evidente que ninguno de los tres quer¨ªa hacerle el menor da?o a la ni?a que brutalizaron; sus golpes y ferocidades iban dirigidos contra el ndoki que se hab¨ªa instalado en ella, un ser que sin duda los hac¨ªa vivir en el terror y envenenaba cada segundo de sus vidas. Ahora, rumbo a los calabozos, deben decirse que el ndoki ya no s¨®lo se ha metido en el cuerpecito de esa criatura, que ahora sus miasmas y ponzo?as impregnan todo lo que los rodea, Londres, Europa, el mundo entero.
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