El tambor de Oscar a¨²n redobla
El premio Nobel G¨¹nter Grass se encuentra en Polonia con traductores de su obra
Catorce personas, la mayor parte de ellas traductores de todo el mundo, se sentaban ayer por la ma?ana en la sala grande de un hotel de Gdansk, en Polonia, para terminar de leer uno de los grandes libros del siglo XX, El tambor de hojalata.
Empezaron a leer una semana antes, en este mismo sitio, presididos por su autor, G¨¹nter Grass, que naci¨® aqu¨ª y que aqu¨ª situ¨® el origen de su personaje, Oscar Masenrath, que romp¨ªa vidrios con su voz, expresaba sus pensamientos y sus deseos tocando fren¨¦ticamente su tambor de hojalata, y se neg¨® a crecer cuando, al cumplir los tres a?os, su madre le regal¨® aquel instrumento.
En una atm¨®sfera casi monacal, "concentrada, en medio de una disciplina alegre", seg¨²n el propio Grass, el autor acompa?¨® a los traductores en la lectura del libro, escuchando sus interrogantes y sus propuestas para que la obra aparezca traducida de nuevo en numerosos pa¨ªses del mundo. En su versi¨®n espa?ola, El tambor de hojalata tiene 650 p¨¢ginas; Grass la escribi¨® cuando ten¨ªa treinta a?os y viv¨ªa en Par¨ªs.
"No parece una reuni¨®n de escritores; para m¨ª es como un regalo", dice Grass
Cada d¨ªa han le¨ªdo 100 p¨¢ginas, con detenimiento, ma?ana y tarde
Cuando los traductores acaben su labor (probablemente en 2007), estar¨¢n a punto de cumplirse los cincuenta a?os de la aparici¨®n de este libro, el propio Grass tendr¨¢ 80 a?os, pero Oscar se mantendr¨¢ en los tres a?os que quiso tener cuando decidi¨® que el mundo de los adultos era demasiado repugnante como para unirse a ¨¦l.
La atm¨®sfera de las sesiones, que acaban hoy, es la de una mesa rodeada de cirujanos que se reunieran para diseccionar un cuerpo. En este caso, el cuerpo es El tambor de hojalata, y los reunidos han decidido que precisa del tratamiento que ha de afectar a todo libro que se ha convertido en cl¨¢sico: "Limpiarlo un poco; est¨¢ muy vivo, pero a todo cl¨¢sico le cae polvo encima".
No es la primera vez que Grass re¨²ne a sus traductores; pero s¨ª es el ¨²nico autor que lo hace. El premio Nobel alem¨¢n comenz¨® a hacerlo en los setenta, cuando escribi¨® otro de sus libros famosos, El rodaballo. Desde entonces ha completado el rito en reuniones como ¨¦stas en lugares que ¨¦l consideraba emblem¨¢ticos para sus novelas. Y esta vez se fij¨® en Danzig por razones obvias.
La idea de que El tambor de hojalata deb¨ªa tener este tratamiento hospitalario fue de Grass, cuando le advirtieron (entre ellos, su traductor espa?ol, Miguel S¨¢enz, y su veterano editor, Helmut Frielinghaus) que quiz¨¢ el cincuentenario de una novela tan esencial de su bibliograf¨ªa merec¨ªa una traducci¨®n revisada.
La convocatoria la ha cumplido una quincena de traductores de todo el mundo. Nosotros estuvimos con ellos durante este fin de semana y damos fe de que lo que dice Grass es cierto: "No parece una reuni¨®n de escritores: hay paz y disciplina; para m¨ª es como un regalo". El sonido de un m¨®vil, o de una mosca, en esta atm¨®sfera parec¨ªa un sacrilegio.
Cada d¨ªa han le¨ªdo cien p¨¢ginas, con detenimiento, ma?ana y tarde; Helmut Frielinghaus ha llevado la batuta, con una convicci¨®n: "Estamos ante un libro fundamental, acaso el m¨¢s grande de Grass; ley¨¦ndolo ahora seguro que ¨¦l se divierte, pero tambi¨¦n se remueve por dentro".
La disciplina se rompe en la noche; pero durante el d¨ªa Grass ha querido trabajo y conocimiento: ha llevado a sus traductores a la casa en la que naci¨®, les ha mostrado los astilleros donde se produjeron varias revueltas polacas (la ¨²ltima, con Walessa), y tambi¨¦n, como hizo hace alg¨²n tiempo con sus nietos mayores, el edificio de Correos donde tuvo efecto una de las matanzas de la II Guerra Mundial, central en El tambor de hojalata.
El jueves por la noche le homenajearon en el Ayuntamiento de Danzig, y a ¨¦l lo que m¨¢s le import¨® de la ceremonia fue que, en primera fila, junto a su mujer, Ute, estuvieran sus parientes cachubos, de la regi¨®n humilde de la que ¨¦l mismo proviene. ?l, y Oscar, el protagonista de su novela, son de Cachubia; Grass no es Oscar, pero tambi¨¦n quiso quedarse alguna vez, para siempre, ni?o.
Un restaurante, El Rodaballo, rinde pleites¨ªa en Danzig a Grass; el propietario, Maciej Krainski, ha anotado todas las recetas que hay en las numerosas novelas del autor de El tambor de hojalata, y estos d¨ªas le prepar¨® platos que hay en este libro: ri?ones con salsa de mostaza, ri?ones con salsa de pimiento, arenques y carpa en salsa de cerveza con pasas. ?Con esa comida, qu¨¦ raro que no creciera Oscar! "Oscar no creci¨® porque se opuso a ello", nos dijo Grass; "probablemente todos nosotros tuvimos alguna vez el mismo deseo, pero ¨¦l lo sac¨® adelante y nosotros no pudimos".
A ¨¦l le resulta "extra?o" escuchar c¨®mo se habla de su obra; acaso no lo soportar¨ªa de cr¨ªticos, pero acepta que alrededor se hable tanto estos d¨ªas "porque lo hacen los traductores, y ellos son, como mis parientes de Danzig, mis parientes m¨¢s cercanos".
Lo que a ¨¦l le resulta ahora extra?o es que pudiera haber hecho una obra tan grande (de extensi¨®n, de ambici¨®n) "?cuando ten¨ªa treinta a?os!". Acaso, dice su traductor espa?ol, "¨¦l no sab¨ªa qu¨¦ iba a escribir, y le vino de golpe toda su experiencia en Danzig y en la guerra como un trasunto que nunca le ha abandonado".
Uno de estos d¨ªas les ense?¨® a sus traductores la iglesia en la que ¨¦l hizo su primera comuni¨®n, importante en la novela, y mientras curioseaban se acerc¨® un sacerdote con El tambor de hojalata bajo el brazo, "?como si llevara la Biblia!", para que le firmara "este libro tan blasfemo".
Es el libro de Danzig. Un joven lector, Buczhowshi Maciej, nos dec¨ªa que "esa abuela que hay en la novela, la abuela de Oscar, llena de resentimientos, es la abuela de mucha gente; y nos impresiona con cu¨¢nto amor habla de esta ciudad. Es una met¨¢fora de la historia polaca, una naci¨®n que se hace y se deshace y se vuelve a hacer, con las mezclas explosivas que ello comporta y que Grass sit¨²a entre los a?os treinta y el final de la guerra mundial, con Oscar tocando el tambor para protestar por el mundo que se est¨¢ haciendo".
Aparte del uso estridente del tambor, el ¨²nico modo que hall¨® Oscar de defenderse fue no crecer. No quer¨ªa tomar parte, ¨¦sa era su manera de luchar contra el fascismo... ?C¨®mo se ve hoy su figura? Su traductor dan¨¦s, Jan Gielkens, que asiste por quinta vez a estos encuentros, ve a Oscar "mirando desde atr¨¢s", pero lo que valora ahora es la novela, "c¨®mo la construy¨® Grass, con qu¨¦ precisi¨®n". El dan¨¦s Per Ohrgaard, que siempre acompa?¨® al novelista en estos paseos internacionales por sus propias obras, ve que lo que representa Oscar "es la locura del mundo; ¨¦l prefiere quedarse como es a los tres a?os. Y hoy el mundo sigue provocando actitudes as¨ª". S¨¢enz: "En el libro no hay una met¨¢fora. Es mucho m¨¢s ca¨®tico y casual que la construcci¨®n de un s¨ªmbolo". Grita Loebsack, traductora: "Oscar es, desde que nace, un hombre completo, y ese personaje le sirve a Grass para contar su historia, desde la perspectiva del suelo". Oili Suominen, finlandesa: "Hoy el mundo tambi¨¦n se desarrolla de una manera equivocada y necesita de que alguien use el tambor contra lo que ocurre, contra la generaci¨®n de sus padres, como hac¨ªa Oscar...".
Bruna Bianchi, italiana: "La actualidad no es como la que ve¨ªa Oscar, y el libro adem¨¢s es literatura, literatura grande. Pero si uno se fija en lo que ocurre en el mundo, claro que se imagina a Oscar tocando el tambor...". Breon Mitchell, norteamericano: "La verdad es que de este libro lo que impresiona a los lectores de mi pa¨ªs es que uno pueda leer riendo una novela alemana, y que escribiendo as¨ª Grass haya llegado al fondo de las complejidades humanas". Silvia Britce, letona: "Lo le¨ª por primera vez en alem¨¢n en 1986, y lo traduje en 2001; cuando las autoridades de la Uni¨®n Sovi¨¦tica lo prohibieron, durante tanto tiempo, ten¨ªan sus razones: y en esas razones est¨¢ el poder del libro...".
Todos consideran que est¨¢n ante "un cl¨¢sico del siglo XX", y, dice el traductor dan¨¦s, "las traducciones de los cl¨¢sicos han de cambiar de tiempo en tiempo: as¨ª pasa con Cervantes, con Shakespeare...". Otros autores contempor¨¢neos deben someterse a la misma disciplina, dice Breon Mitchel, "pero parece que Grass es el ¨²nico capaz de hacerlo posible". Dieter Stolz, editor alem¨¢n y experto en Grass, dice que Steild, su editorial, est¨¢ preparando una edici¨®n cr¨ªtica, con notas, para los cincuenta a?os del libro; Grass tampoco le quitar¨¢ "ni una coma" en su propia lengua, y a los traductores no les ha dicho lo que tienen que hacer. Claude Porcell, el traductor al franc¨¦s, que es de origen catal¨¢n, nos dec¨ªa anoche: "Cambiarlo no tiene sentido, porque de los a?os cincuenta ahora el libro parece que sigue diciendo lo mismo sobre el tiempo que vamos viviendo".
La mayor parte dice que las traducciones previas (la espa?ola es de Carlos Gerhard, ya fallecido) eran buenas, e incluso el norteamericano va a dedicar la suya a su antecesor, Ralph Mannheim. Pero todos opinan que ya no est¨¦n con nosotros los traductores antiguos les facilita las cosas; aspectos de esas traducciones se pueden mejorar: el ritmo, el lenguaje que va cambiando... Lo que no puede variar es la rabia de Oscar, que sigue fren¨¦tico golpeando su tambor.
Babelia
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