Pedro Bravo Gala, letrado del Tribunal Constitucional
El pasado d¨ªa 21 muri¨® calladamente en Madrid, en donde hab¨ªa nacido hace ya 78 a?os, Pedro Bravo Gala. Un hombre modesto y honesto, de ideas firmes y car¨¢cter recto. Nada amigo de componendas y disimulos y mal dotado por tanto para la lucha por la vida.
La primera imagen que guardo de ¨¦l, al comienzo de una amistad que se ha prolongado hasta su muerte, por m¨¢s de cincuenta a?os, me lo muestra derribado en el suelo de un aula, en el primer piso de la vieja Facultad de San Bernardo. Tumbado por el feroz pu?etazo con el que un mat¨®n del SEU respondi¨® a las cr¨ªticas que hab¨ªa hecho de no s¨¦ qu¨¦ proyecto. Algo relacionado, me parece, con un viaje colectivo de quienes hac¨ªamos por entonces los cursos de Doctorado.
Quiz¨¢s fue el ¨²ltimo de los que recibi¨®, pero probablemente no el ¨²nico, pues aunque no milit¨® jam¨¢s en partido alguno, ni tuvo actividades espec¨ªficamente pol¨ªticas, era por aquel entonces algo as¨ª como un rojo oficial, un disidente del franquismo que no recataba la expresi¨®n de lo que pensaba y que en consecuencia concitaba f¨¢cilmente las iras de los integristas. As¨ª sigui¨® hasta el final de sus d¨ªas, aunque no fueran siempre los mismos a los que irritaba su actitud de castellano viejo.
Muy joven a¨²n, y a trav¨¦s de su hermano mayor, que era amigo entra?able de Garc¨ªa Pelayo, Pedro Bravo entr¨® en relaci¨®n con ¨¦ste. Una relaci¨®n que se mantuvo a todo lo largo de la vida del maestro y a¨²n m¨¢s all¨¢, pues a Pedro debemos la preparaci¨®n de la excelente edici¨®n de sus obras completas. Con ¨¦l march¨® a Puerto Rico y m¨¢s tarde a Venezuela, en cuya Universidad Central trabajamos juntos durante seis o siete a?os. All¨ª public¨® dos antolog¨ªas excelentes, una de los socialistas premarxistas y otra de Bodino, precedidas ambas de estudios introductorios ejemplares en su meticulosa y honrada claridad.
A su vuelta a Espa?a, en 1965, sin dejar la Universidad, cuyas puertas le abri¨® D¨ªez del Corral, trabaj¨® en la industria editorial, en la que impuls¨® la publicaci¨®n de libros importantes. Al margen de esa labor, continu¨® traduciendo (a Hannah Arendt, por ejemplo) y preparando ediciones cr¨ªticas, como la ¨²nica que tenemos en castellano del Nuevo cristianismo de Saint Simon.
Cuando Garc¨ªa Pelayo fue elegido presidente del Tribunal Constitucional, Pedro Bravo, en contra por cierto de mi consejo, dej¨® su puesto de profesor titular de Historia de las Ideas Pol¨ªticas, para ocupar la jefatura del gabinete de aqu¨¦l.
Despu¨¦s de la dimisi¨®n de Garc¨ªa Pelayo, en 1986, Bravo continu¨® en el Tribunal Constitucional como letrado encargado de la biblioteca y de la edici¨®n de la jurisprudencia. Una labor callada, pero indispensable, que mantuvo hasta su jubilaci¨®n en 1999 y de cuya calidad podemos dar testimonio cuantos utilizamos la una y la otra.
Lejos de las bambalinas, que despreciaba de todo coraz¨®n, Pedro se ha ido dej¨¢ndonos los frutos de un trabajo con el que nunca pretendi¨® otra gloria que la de la obra bien hecha. Su obra queda en beneficio de todos; su recuerdo, en la memoria de cuantos le quisimos, su familia y sus amigos.
Francisco Rubio Llorente es presidente del Consejo de Estado
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