?Y si nos estamos equivocando con Polaino?
No se asusten. Ni demasiada coca de Sant Joan con exceso de az¨²car refinado, ni una alegr¨ªa monumental de Oporto Vintage para celebrar la noche del fuego y el estruendo. No he visto la luz as¨ª, de golpe, y me he convertido a la fe de san Acebes, patr¨®n de los desviados con vocaci¨®n de enmienda y penitencia. Creo que la luz s¨®lo la veo cuando mi se?or navarro y servidora tenemos un d¨ªa espl¨¦ndido (o una noche) y nos da por subir al Everest, versi¨®n horizontal. Pero la otra luz, la que nos salva de ir a las bodas de nuestros amigos gays, nos cura para siempre ese amor enfermizo por la libertad, nos permite penetrar en el conocimiento profundo de ese sabio llamado don Aquilino y hasta nos salva de esa man¨ªa enfermiza por el orgasmo, esa luz es s¨®lo para elegidos. Hay que ser mucha Ana Botella para llegar tan lejos. As¨ª pues, la pregunta que encabeza este art¨ªculo no es un aviso de mi fe renovada, sino s¨®lo eso, una pregunta. De sobras est¨¢ afirmar que Aquilino Polaino me parece uno m¨¢s de los muchos cient¨ªficos que, a lo largo de los tiempos, han puesto su conocimiento al servicio del prejuicio. La historia de la discriminaci¨®n est¨¢ llena de tipos como ¨¦ste, que nos ense?aba que los negros no eran capaces de hacer poes¨ªa, o que los jud¨ªos ten¨ªan el cerebro m¨¢s peque?o, o que las mujeres eran personas disminuidas. Por mucho que uno haya estudiado, cuando un prejuicio obsesivo contamina las paredes del cerebro, no hay ilustraci¨®n que valga. Carlos Alberto Biendicho recordaba el otro d¨ªa, en can Sard¨¢, que el psiquiatra Rojas Marcos tipifica esta actitud como "trastorno de p¨¢nico homosexual", curiosa enfermedad que parece atacar, con especial ah¨ªnco, a militantes del PP y a legionarios de la fe verdadera.
Nada que objetar, pues. Comparto la indignaci¨®n de todos los que estamos por una sociedad sin exclusiones, cuando o¨ªmos, en sede parlamentaria, despreciar de forma humillante a las personas que aman al pr¨®jimo en el sentido m¨¢s literal del t¨¦rmino. No me trago, adem¨¢s, la escandalosa sorpresa del PP, porque creo que los populares sab¨ªan perfectamente qui¨¦n era Aquilino Polaino, qu¨¦ pensaba y contra qui¨¦n pensaba as¨ª. ?O no era don Aquilino el psiquiatra invitado a congresos de familia cristiana, el mismo que entrevistaban en todas las publicaciones de orden, el mismito que intentaba curar a los ni?os de bien desviados? ?Cu¨¢ntas v¨ªctimas pasaron por sus manos? ?No era el ide¨®logo de los sectores m¨¢s militantes de la familia unida jam¨¢s ser¨¢ vencida? ?No le consideran su padrino algunas de esas fantasmales asociaciones de telespectadores? Puede que entre la canallesca Aquilino Polaino s¨®lo pareciera un nombre con vocaci¨®n de chiste. Pero para la sociedad apost¨®lica y romana era un s¨®lido referente. De ah¨ª que el bueno del portavoz del PP hiciera de ¨¦l una glosa encendida. No nos vendan, pues, la moto. O lo llevaron al Senado porque alguien tiene que verbalizar p¨²blicamente el odio que muchos llevan dentro y Polaino es un impasible con arrojos, o les creci¨® el monstruo, micr¨®fono en mano, y les jodi¨® el invento.
Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, me preocupa el clima que estamos creando. Tengo la impresi¨®n, desde hace mucho tiempo, de que lo pol¨ªticamente correcto se est¨¢ convirtiendo en una losa que no corrige el pensamiento represivo, sino que lo esconde en las catacumbas, lo enquista y, quiz¨¢, le permite una larga vida en la clandestinidad. Estoy a favor de luchar contra las tesis de don Aquilino y de regular las leyes que desmientan sus miedos y sus prejuicios, y de que pierda en todos lo frentes. Pero tambi¨¦n estoy a favor de que su pensamiento aflore a la superficie, de que sepamos qu¨¦ piensa la sociedad, m¨¢s all¨¢ de lo que le parece correcto decir, para quedar bien. De la misma forma que no me pareci¨® pertinente el linchamiento p¨²blico del alcalde de Pontons, tampoco me parece de l¨®gica que haya organizaciones que quieran llevar a Polaino a los tribunales. Al final resultar¨¢ que tendremos una sociedad que s¨®lo se atrever¨¢ a decir lo que queda bien en los salones p¨²blicos, pero que ahondar¨¢ m¨¢s en sus prejuicios y en sus miedos callados, sencillamente porque los hemos ignorado. ?De verdad creemos que, de golpe, la sociedad espa?ola machista, hom¨®foba y contrarreformista de siglos se ha convertido, por arte de magia, en una sociedad librepensadora? Sin duda han cambiado radicalmente los paradigmas que nos defin¨ªan, pero quedan resortes profundos donde arraigan los estigmas de siempre. La forma de combatirlo, desde mi punto de vista, no es con la demonizaci¨®n de los pocos que se atreven a verbalizar el pensamiento de muchos. La forma de combatirlo es venciendo dial¨¦cticamente y convenciendo. Yo no quiero Aquilinos en las esquinas de la clandestinidad incorrecta. Yo quiero Aquilinos p¨²blicos para poder desmontar sus miedos y destruir sus prejuicios. Si lo pol¨ªticamente correcto se convierte en una dictadura del pensamiento y los Aquilinos bajan a las catacumbas, no habremos vencido, s¨®lo habremos escondido.
Y por mucho que hoy los propios le nieguen el pan y la sal, porque no ha quedado bien pasearlo bajo el sol, don Aquilino no es menos fuerte porque haya sido quemado en la hoguera. S¨®lo es menos p¨²blico, lo cual puede convertirlo en m¨¢s peligroso.
En fin, pensemos en ello. La correcci¨®n del pensamiento no puede ser una obligaci¨®n tir¨¢nica ni una impostaci¨®n. Porque entonces, s¨®lo conseguiremos la felicidad de los bobos: enga?arnos escondiendo lo que no nos gusta.
Pilar Rahola www.pilarrahola.com
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