Todas las naciones
?Es posible un Estado plurinacional en Espa?a? Creo que s¨ª. Pero s¨®lo veo al federalismo con la capacidad de avanzar hacia este objetivo, y no al nacionalismo, aunque ¨¦ste sea democr¨¢tico. El nacionalismo y el Estado nacional son compa?eros inseparables y, por lo tanto, no hay forma de representar la plurinacionalidad sin la renuncia previa al nacionalismo de Estado o, lo que es lo mismo, a la identificaci¨®n entre el Estado y la naci¨®n cultural dominante.
Un malentendido recorre todas las discusiones sobre la definici¨®n de naci¨®n: la naci¨®n que se corresponde con el Estado se da por supuesto y como axioma de partida, la naci¨®n que no se corresponde con el Estado tiene que demostrar que lo es. As¨ª, las naciones sin Estado justifican su cualidad nacional por medio de su singularidad hist¨®rica, que incluye normalmente el territorio y la lengua como elementos identitarios. Si observamos la diversidad cultural del g¨¦nero humano y la divisi¨®n territorial de los Estados se comprobar¨¢ lo dif¨ªcil que es conciliar uni¨®n pol¨ªtica y uni¨®n cultural si pretendemos llamar naci¨®n a toda uni¨®n territorial estatal.
Mientras se mantega la idea nacionalista de que debe haber correspondencia entre estado y naci¨®n o entre naci¨®n y estado viviremos en el c¨ªrculo vicioso de los nacionalismos enfrentados sin soluci¨®n final posible. No existe una definici¨®n objetiva de naci¨®n, todas las definiciones se estrellan en su subjetividad. Lord Acton ten¨ªa raz¨®n al decir: "El mayor adversario de los derechos de la nacionalidad es la teor¨ªa moderna de la nacionalidad. Al hacer que el estado y la naci¨®n coincidan una con la otra en teor¨ªa, reduce pr¨¢cticamente a la condici¨®n de s¨²bditos todas las otras nacionalidades que puedan existir dentro de las fronteras. No puede admitirlas a una igualdad con la naci¨®n dirigente que constituye el estado, porque el estado entonces cesar¨ªa de ser nacional, lo cual ser¨ªa una contradicci¨®n del principio de su existencia" (Nationality, 1862).
La inmensa mayor¨ªa de los Estados son realmente plurinacionales, como es el caso del Estado espa?ol, lo que en sentido democr¨¢tico y pluralista exige la necesidad de la representaci¨®n plurinacional sobre la base de la igualdad de derechos entre los ciudadanos. La diversidad puede ser representada aunque la modernidad se haya caracterizado por la imposici¨®n de la uniformidad nacional como fundamento de la representaci¨®n pol¨ªtica. ?C¨®mo se puede avanzar hacia el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado? La soluci¨®n ideal pasar¨ªa por la separaci¨®n entre Estado y naci¨®n, del mismo modo que en su d¨ªa se acab¨® con la identificaci¨®n entre Estado y religi¨®n oficial. Es evidente que esta soluci¨®n exigir¨ªa tambi¨¦n la separaci¨®n entre autogobierno y naci¨®n. Porque no se puede exigir al Estado lo que no se quiere para el propio territorio convenido como naci¨®n. ?Por qu¨¦ no puede haber un concepto comunitario y no territorial de naci¨®n? Al fin y al cabo, ¨¦sta es la realidad cuando observamos la sociedad sin construcciones imaginarias ni nacionalismos territoriales interesados. Ciudadanos espa?oles que vivimos en Barcelona, Alicante o Manacor pertenecemos a la misma comunidad nacional en sentido ling¨¹¨ªstico y cultural. Basta con comunicarnos y comprobar que hablamos la misma lengua, aunque alg¨²n poder pol¨ªtico tenga inter¨¦s en proclamar lo contrario. Lo mismo se puede decir de las otras nacionalidades del Estado espa?ol. Alg¨²n d¨ªa ser¨¢ posible en el derecho lo que la realidad social est¨¢ se?alando: el reconocimiento en la igualdad de derechos de las distintas lenguas y culturas que identifican la plurinacionalidad comunitaria de Espa?a.
No voy a seguir por este camino porque la hegemon¨ªa del nacionalismo territorial impide avanzar, hoy por hoy, hacia soluciones fundadas en la cultura federalista y no en la cultura nacionalista. Lo deseable ser¨ªa apaciguar el nacionalismo, conducirlo hacia su inexistencia, y no inducir al surgimiento de nuevos nacionalismos territoriales. Pero lo posible se mueve todav¨ªa en las soluciones parciales entre nacionalismos que se resisten a renunciar a su raz¨®n de ser, a sus objetivos pol¨ªticos, desde el nacionalismo espa?ol al nacionalismo vasco pasando por los dem¨¢s. Por esto me parece bienvenida la definici¨®n de Espa?a como naci¨®n de naciones porque abre la posibilidad de compartir un espacio pol¨ªtico com¨²n sin renunciar a la propia idea de naci¨®n.
Es una definici¨®n imperfecta y que se presta a muchas interpretaciones, pero reconozco que es una salida ¨²til en el presente contexto pol¨ªtico. Digo ¨²til en la medida que haya acuerdo sobre dos principios: a) Dentro del mundo nacionalista (en el que vivimos hoy) todas las naciones son pol¨ªticas. b) La Constituci¨®n espa?ola es la que delimita la distribuci¨®n territorial del poder pol¨ªtico sea cual fuere la identidad nominal (nacional o regional) de las Comunidades Aut¨®nomas.
a) Todas las naciones son pol¨ªticas. La distinci¨®n entre naci¨®n pol¨ªtica para referirse a Espa?a y naciones culturales para referirse a las naciones integrantes de la naci¨®n espa?ola es incorrecta y no describe lo que la realidad social y pol¨ªtica indica. En primer lugar, porque Espa?a, como todas las naciones pol¨ªticas que se corresponden con el Estado, ha pretendido y pretende ser tambi¨¦n una naci¨®n cultural si analizamos retrospectivamente lo que ha sucedido en la historia moderna y contempor¨¢nea espa?ola. La voluntad de conseguir la congruencia entre naci¨®n pol¨ªtica y naci¨®n cultural es una de las caracter¨ªsticas de todo nacionalismo, tal como Ernest Gellner y tantos otros especialistas han planteado repetidamente. En segundo lugar, porque es falso que las naciones integrantes de la naci¨®n pol¨ªtica sean s¨®lo naciones culturales. Haciendo una caricatura, esto es como confundir la Generalitat de Catalunya con Omnium Cultural. O peor, porque no deja de sorprender que desde un nacionalismo espa?ol que no quiere compartir el concepto de naci¨®n pol¨ªtica se pague esta exclusividad excluyente con la aceptaci¨®n de una contrapartida tan peligrosa por uniforme de naci¨®n cultural cuando se refiere a Catalu?a o Euskadi, por ejemplo.
Es cierto, como bien explica Manuel Montero (De la naci¨®n vasca, EL PA?S, 22 de junio), que existen nacionalismos ¨¦tnicos anclados en el pasado que no pueden entender otra naci¨®n pol¨ªtica que no se corresponda con el concepto de pueblo ¨¦tnicamente homog¨¦neo. Estos nacionalismos pueden derivar f¨¢cilmente hacia el autoritarismo y la exclusi¨®n. Cuando una naci¨®n es descrita como s¨®lo y homog¨¦neamente cultural se est¨¢ entrando en una pendiente muy peligrosa que no solamente falsea la realidad social, sino que conduce a la discriminaci¨®n hacia otras culturas e identidades.
El nacionalismo democr¨¢tico en sociedades multiculturales no puede basarse en la idea de naci¨®n culturalmente homog¨¦nea y uniforme sobre un territorio determinado. La pr¨¢ctica totalidad de las corrientes del catalanismo, sean nacionalistas o federalistas, coinciden hoy con la idea de Catalu?a como naci¨®n pol¨ªtica, que nace de la voluntad libremente expresada por los ciudadanos en una sociedad que en la actualidad es culturalmente y ling¨¹¨ªsticamente plural.
b) La Constituci¨®n espa?ola y la distribuci¨®n territorial del poder pol¨ªtico. Cuando un pueblo se define como naci¨®n es que tiene la voluntad de autogobierno. A esto se le llama naci¨®n pol¨ªtica, tanto si el autogobierno se concreta en la autonom¨ªa pol¨ªtica, en un Estado federado, como si se pretende el objetivo de un Estado propio e independiente. Es as¨ª y no de otra manera. La historia del catalanismo pol¨ªtico lo ha dejado suficientemente claro. El mismo pre¨¢mbulo del Estatuto de Catalu?a de 1979 termina con estas palabras: "Por fidelidad a estos principios y para hacer realidad el derecho inalienable de Catalu?a al autogobierno [la cursiva es m¨ªa], los parlamentarios catalanes proponen...". Es evidente que se est¨¢ hablando de Catalu?a como naci¨®n pol¨ªtica y no como naci¨®n cultural. Todas las naciones que afirman su derecho al autogobierno son naciones pol¨ªticas. Y cuando la Constituci¨®n espa?ola, en su art¨ªculo 2, se refiere a la autonom¨ªa pol¨ªtica en relaci¨®n con las nacionalidades y regiones, est¨¢ reconociendo y garantizando el principio pol¨ªtico del autogobierno de las naciones (pol¨ªticas) y de las regiones (pol¨ªticas).
Por lo tanto, el problema no est¨¢ en el nombre, sino en la cosa. ?De qu¨¦ estamos hablando cuando decimos que Catalu?a es una naci¨®n? Con la Constituci¨®n espa?ola de 1978 en la mano, estamos hablando de autonom¨ªa pol¨ªtica. Esto no es incompatible, sino todo lo contrario, con que cada partido catalanista tenga sus propias propuestas nacionales orientadas a soluciones autonomistas, federalistas o independentistas. Lo ¨²nico que hay que tener jur¨ªdicamente claro es que todo lo que se proponga y est¨¦ fuera de la Constituci¨®n exige la reforma constitucional. No hay m¨¢s. ?Se puede proponer el derecho de autodeterminaci¨®n de las naciones? S¨ª, por supuesto. S¨®lo hay un problema: que para aplicarlo se necesita la reforma previa de la Constituci¨®n. Lo que no exige en ning¨²n caso la reforma constitucional es decir y proclamar que Catalu?a es una naci¨®n pol¨ªtica con el derecho inalienable al autogobierno. Esto la Constituci¨®n espa?ola lo reconoce y lo garantiza. Y hace algo m¨¢s y fundamental: establece las bases para una divisi¨®n territorial del poder pol¨ªtico. Porque un Estado compuesto, como es el Estado Auton¨®mico, se concibe como una divisi¨®n territorial del poder pol¨ªtico y no como un poder pol¨ªtico central que se descentraliza administrativamente.
En resumen, todo es cuesti¨®n de democracia y de pluralismo. Hay que compartir m¨¢s las palabras y los s¨ªmbolos sin exclusivismos nacionalistas. Estamos lejos todav¨ªa de separar Estado y naci¨®n, o bien autogobierno y naci¨®n. La naci¨®n ha sido y es en todos los Estados del mundo un concepto demasiado patri¨®tico y glorificado como para pretender sin tr¨¢nsito alcanzar un mundo laico donde se pueda prescindir de la educaci¨®n nacionalista y del "todo por la patria". Ya es un paso de gigante si conseguimos compartir democr¨¢ticamente y pluralmente la palabra y el concepto naci¨®n, aunque sea por la v¨ªa de dividirlo federalmente para todos dentro de una naci¨®n pol¨ªtica de naciones pol¨ªticas.
Miquel Caminal es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad de Barcelona y autor de El federalismo pluralista.
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