A favor de la ley
EN LAS DIFERENTES tradiciones de la cultura pol¨ªtica espa?ola abundan ideas que nada tienen que ver con una concepci¨®n democr¨¢tica de la ley. Desde el pasado autoritario de la derecha (y del nacionalismo espa?ol), la ley siempre ha sido un instrumento a usar discrecionalmente: el imperio les motiva m¨¢s que la ley. La izquierda se ha despegado muy lentamente de las teor¨ªas que presentaban la ley como una simple expresi¨®n de la dominaci¨®n de clase. Y ha tardado en reconocer que, a menudo, la ley es la mejor garant¨ªa frente al abuso de poder. La tradici¨®n cat¨®lica siempre ha supeditado la ley a las exigencias del orden natural del mundo interpretado por la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica, es decir, siempre ha pretendido que su ley sea la de todos. En la mentalidad de los nacionalismos perif¨¦ricos, la ley es funci¨®n de la pertenencia: de modo que la legalidad est¨¢ siempre bajo sospecha porque es la legalidad del otro, lleva el sello de la opresi¨®n nacional. La sacralizaci¨®n del principio de autodeterminaci¨®n tiene como objetivo este cuestionamiento permanente de la legalidad, como si estuviera en falta de legitimidad.
Con estos precedentes no deben sorprender las muestras de escaso apego a la legalidad vigente que vemos, a veces, en algunos dirigentes pol¨ªticos, cuya obligaci¨®n precisamente es hacer cumplir la ley y dar motivos para que se la respete. Al fin y al cabo, no hay democracia posible sin Estado de derecho. De modo que se asume casi como normal que el lehendakari Ibarretxe invite a una organizaci¨®n ilegal -Batasuna- a una mesa de partidos oficial para discutir sobre el futuro de Euskadi. O que algunos partidos catalanes consideren como algo secundario que la reforma del Estatuto est¨¦ o no dentro del marco constitucional. O que sistem¨¢ticamente se ponga en duda la ley, como hacen aquellos que piden su endurecimiento cada vez que un juez toma una decisi¨®n que no les gusta.
El respeto a la ley no es s¨®lo cumplirla. Es tambi¨¦n ajustarse a las atribuciones que cada instancia de poder tiene. Las sociedades evolucionan y las leyes deben adaptarse a las nuevas situaciones. No conviene olvidar nunca, sin embargo, el principio kantiano reescrito por Ralf Dahrendorf en estos t¨¦rminos: "Obra de tal modo que la m¨¢xima de tu acci¨®n pueda ser considerada el principio de una sociedad que aplica universalmente el derecho". Es ¨¦sta una recomendaci¨®n necesaria para impedir la deriva autoritaria que se esconde detr¨¢s de la ideolog¨ªa de la seguridad que con tanto celo aplic¨® en sus a?os de gobierno el Partido Popular, siempre dispuesto a usar el miedo como argumento para restringir derechos.
Es cierto que vivimos tiempos en que el lema "libertad, igualdad, fraternidad" ha sido sustituido por "seguridad, prosperidad y, si queda tiempo, libertad". Pero los que entendemos que la ampliaci¨®n de las libertades es el verdadero criterio de evaluaci¨®n del progreso, nos negamos a aceptar estas tendencias reactivas como un destino. Y, en este sentido, el Gobierno de Zapatero lleva un buen saldo de leyes que dan m¨¢s libertad a m¨¢s ciudadanos. Sin ir m¨¢s lejos, esta semana han coincidido en el Parlamento la nueva ley del divorcio y la de los matrimonios homosexuales.
A los Gobiernos corresponde la iniciativa de reformas legislativas, pero ello no les sit¨²a de antemano por encima de la ley. Hay que seguir sus procedimientos y respetar el marco que el sistema democr¨¢tico establece. El Gobierno vasco puede trabajar -a trav¨¦s de sus representantes en el Parlamento- para que la ley cambie y Batasuna sea legal. Pero no puede tratarla como tal mientras no lo sea. El Gobierno catal¨¢n puede proponer al Parlamento espa?ol modificaciones de la Constituci¨®n o cambios en determinadas leyes org¨¢nicas, pero no puede imponerlas de modo bilateral desde la redacci¨®n de un Estatuto. En democracia, las apelaciones a valores trascendentales predemocr¨¢ticos -de la religi¨®n a la tierra- no excusan el cumplimiento de la ley.
Los gobernantes en Europa cada vez son m¨¢s exigentes con formas de ilegalismo popular, que, en algunos casos, no son m¨¢s que mecanismos de supervivencia, y, sin embargo, son mucho m¨¢s tolerantes contra el ilegalismo de los poderosos. Y a veces cuentan con cierta complicidad de la opini¨®n, m¨¢s preocupada por el bolso robado en la calle que por multimillonarios abusos de poder. Equidad en el cumplimiento de las leyes. Siempre con una idea regulativa muy presente: no hay progreso sin libertad.
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