Nacer o no nacer
Parece que la mujer espa?ola ha tenido alg¨²n inter¨¦s mayor del habitual en tener hijos: aun as¨ª, no llega a la tasa de reposici¨®n. Ni con la ayuda de la inmigrante, que es mas paridora, obedeciendo a una ley universal: las poblaciones con mayor riesgo de muerte por hambre, guerras, territorio, exterminios, dan m¨¢s hijos para cubrir las bajas; las de mayor confort paren menos, se estabilizan. La noticia se publica en los peri¨®dicos en lugares y con t¨ªtulos satisfactorios: hay un arrastre mental de natalismo que no corresponde a la realidad. En parte es t¨ªpico de los pa¨ªses cat¨®licos, que creen que es una orden divina: creced y multiplicaos. Tambi¨¦n los marxistas piden demograf¨ªa alta para dar proletarios a la revoluci¨®n. Aparte de eso hay modificaciones de especie, lo mismo entre los humanos que entre las hormigas o la tan se?alada mosca del vinagre. Sin embargo, el natalista oculto, y a veces editorialista, se congratula de ello: de que en un pa¨ªs sin viviendas, sin trabajo, con las ciudades ahogadas por los transe¨²ntes, sin agua y con un futuro de mayor sequ¨ªa se insista en la natalidad.
M¨¢s bien convendr¨ªa un descenso de poblaci¨®n. Ya no se nutren de hombres las guerras ni las f¨¢bricas ni la agricultura. Para lo necesario, importamos clase baja de pa¨ªses vecinos. Son una bendici¨®n, como el man¨¢ en la traves¨ªa del desierto. Nos hacen los trabajos desagradables, nos paren, y hasta nos dejan un aire de arist¨®cratas con respecto a sus razas. Son m¨¢s baratos, m¨¢s c¨®modos, menos sindicados, gastan menos en educaci¨®n que nuestros se?oritines. Y nos permiten alardear de un cierto humanismo. Somos buenos, y tendremos una parcelita en el cielo del Buen Dios. Ellos nos ayudar¨¢n a construirla, a limpiarla, a cocinar.
Es posible que lo que se llam¨® "revoluci¨®n sexual" en la d¨¦cada de los sesenta haya sido, sin que nosotros lo sepamos, por un movimiento de especie, una revoluci¨®n de la natalidad, tan sabia que deja a un lado los deseos, los colma con anticonceptivos, de forma que hasta la libertad individual, sobre todo la de la mujer, quede colmada y f¨ªsicamente completada sin necesidad de ahogar la tierra y los pa¨ªses c¨®modos. Ojal¨¢ se propagara tanto el uso de anticonceptivos que desterrase el horror del aborto, que forma parte de la revoluci¨®n sexual y de la necesidad de la especie; pero sigue siendo odioso.
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