Elogio de Adolfo Su¨¢rez
En momentos de dificultad extrema para Adolfo Su¨¢rez, quienes hemos coincidido con ¨¦l en momentos importantes para la historia de Espa?a -con la transici¨®n a la democracia y la elaboraci¨®n de la Constituci¨®n-, hemos compartido esperanzas y hemos tambi¨¦n discrepado en ocasiones, estamos obligados a dar testimonio de su aportaci¨®n a la convivencia libre entre los espa?oles. Su figura cordial, dialogante, siempre dispuesta a intervenir para pacificar y para comunicar posiciones encontradas y distantes, ha generado simpat¨ªas generalizadas de todas las personas de bien y un sentimiento de gratitud por su entrega y por su esfuerzo ingente al servicio de la paz y de la libertad.
Su¨¢rez recibi¨® el Gobierno en 1976, en un momento muy delicado, y supo con sentido com¨²n, prudencia y moderaci¨®n, conducir a nuestro pueblo hasta las elecciones del 15 de junio de 1977, cambiando el sistema pol¨ªtico del franquismo, sin ruptura, para afrontarlas con imperio de la ley y con respeto a los derechos fundamentales. Es necesario recordar tambi¨¦n a alguna de las personas que le acompa?aron en aquella aventura, como Fernando Abril Martorell, Rodolfo Mart¨ªn Villa, Landelino Lavilla, Leopoldo Calvo Sotelo y los ya desaparecidos P¨ªo Cabanillas y Juan Jos¨¦ Ros¨®n, entre otros. Todos ellos le ayudaron a recorrer aquel espinoso y dif¨ªcil camino.
Despejadas las dudas y abiertas las v¨ªas de comunicaci¨®n, conectaron con todos los que ven¨ªamos desde la orilla de la oposici¨®n democr¨¢tica y, desde las elecciones del 15 de junio, que nos integraron en el Congreso de los Diputados y en el Senado, recorrimos juntos el camino de la concordia con una idea de Espa?a y de la democracia que pudieran ser generalmente compartidas. Coincidimos todos entonces con Paul Valery cuando se?alaba que "para las comunidades humanas como para los individuos el olvido no es menos esencial que la memoria".
Eran palabras coincidentes con las del presidente Aza?a, que pronunci¨® en el Ayuntamiento de Barcelona el 18 de julio de 1938, cuando se dirigi¨® a las generaciones futuras para lanzarles el mensaje de los muertos que, desde la luz tranquila de las estrellas, transmit¨ªan las palabras de la patria eterna: "Paz, piedad y perd¨®n".
Desde esos par¨¢metros intelectuales, Su¨¢rez impuls¨® y contribuy¨® a una cultura del di¨¢logo, del pacto y de la tolerancia y fue uno de los motores, no el ¨²nico, pero s¨ª de los m¨¢s relevantes, de esa mentalidad de la generaci¨®n del cambio. Gentes de diversas procedencias ideol¨®gicas e incluso de distintas edades se fundieron para realizar un ideal com¨²n de convivencia, desde la semilla cultural que arrancaba de la obra de generaciones anteriores y con una memoria hist¨®rica para no repetir los errores del pasado. Dec¨ªa Condorcet que una "sociedad que no es iluminada por fil¨®sofos corre el peligro de ser manipulada por charlatanes". Su¨¢rez no era un intelectual, pero supo escuchar y comprender que era necesario integrar en la transici¨®n la mejor tradici¨®n espa?ola, que no era s¨®lo "rastrojos y escurrajas", como dec¨ªa Unamuno. Arrancaba de nuestro Siglo de Oro, se desarrollaba con el padre Feijoo del Teatro Cr¨ªtico Universal, con los ilustrados en torno a Carlos III y, en el siglo XIX, la impulsaron los liberales y los educadores de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, con Francisco Giner de los R¨ªos -"el viejo alegre de la vida santa", como lo llamaba Antonio Machado- a la cabeza. Tuvieron presente a aquella generaci¨®n de 1914, a Ortega, a Unamuno y a Aza?a, y a todos los que so?aban con la Espa?a civil, la Espa?a plural que superase la humillaci¨®n del 98. Adolfo Su¨¢rez ha impulsado, junto con otros muchos, pero con un protagonismo central, una concepci¨®n de la pol¨ªtica como raz¨®n y di¨¢logo, una idea del Estado como motor de la reforma en la mejor tradici¨®n liberal y social, desde Louis Blanc a Fernando de los R¨ªos.
Frente a la desesperanza del ¨²ltimo Aza?a y de la utop¨ªa unamuniana del rector de Salamanca, cuando predicaba el quijotismo en un irracionalismo que impide la s¨ªntesis y la comprensi¨®n de sus objetivos, la generaci¨®n de la transici¨®n realiz¨® una obra de organizaci¨®n y de raz¨®n que se plasm¨® en la Constituci¨®n de 1978, expresi¨®n pol¨ªtica y jur¨ªdica del esp¨ªritu del consenso. Cuando muri¨® don Miguel el 31 de diciembre de 1936, apareci¨® en las p¨¢ginas de Esprit, meses m¨¢s tarde, un art¨ªculo de Roger Leenhart. Escribi¨® que Unamuno "era un profesor liberal que se iba apartando cada vez mas de la realidad, viviendo de la contemplaci¨®n de una Espa?a ideal, hija de su esp¨ªritu y extra?a a toda Espa?a posible". Era un diagn¨®stico serio y lleno de amargura del progresivo deterioro de un pensamiento ante los sucesivos naufragios de todos los intentos de regeneraci¨®n de Espa?a. El fracaso de la hermosa aventura de la Segunda Rep¨²blica fue el detonante de esa huida de Unamuno hacia la utop¨ªa imposible.
Su¨¢rez contribuy¨® a romper ese esquema porque combin¨® el ideal con un realismo inteligente. Su utop¨ªa se demostr¨® que era s¨®lo una verdad prematura. Crey¨® en la recuperaci¨®n de la esperanza, en una convivencia racional y libre preparada por muchos a?os de lucha intelectual. No fue s¨®lo voluntarismo. La reforma que impuls¨®, con una intuici¨®n y un tes¨®n admirables, se prepar¨® con un tenaz trabajo de reconstrucci¨®n de la raz¨®n frente al recelo antiintelectual y frente al irracionalismo de inspiraci¨®n fascista de los primeros a?os del franquismo.
La comunidad de ideas y de creencias que hab¨ªan ido configur¨¢ndose en los ¨²ltimos a?os del r¨¦gimen, primero clandestinamente y despu¨¦s cada vez m¨¢s abiertamente, generaliz¨¢ndose y convirti¨¦ndose en un ¨¢mbito com¨²n donde conviv¨ªan los aperturistas del r¨¦gimen y los sectores de la oposici¨®n democr¨¢tica, facilit¨® el encuentro y ayud¨® a superar los obst¨¢culos. La hermosa aventura de Cuadernos para el Di¨¢logo, que impuls¨® mi maestro y amigo el profesor Joaqu¨ªn Ruiz-Gim¨¦nez, fue un lugar de convergencia de todos los sectores intelectuales pol¨ªticos y sociales y tampoco se explica la transici¨®n sin su existencia.
El m¨¦rito principal de Adolfo Su¨¢rez fue entender ese complejo mensaje de las generaciones que fracasaron, el lamento de los heterodoxos doloridos por la persecuci¨®n y tambi¨¦n esa reconstrucci¨®n tenaz de la mejor cultura liberal y democr¨¢tica de la Espa?a civil durante el franquismo. Mu-do y silencioso el presidente Su¨¢rez, el recuerdo de su obra y la carencia de referentes que hoy en el centro y la derecha puedan continuarla, es una dura realidad que no podemos soslayar. Su rectitud moral, su juego limpio, su amistad c¨ªvica, su talante dialogante y pactista, nos ayud¨® a recuperar el orgullo y la pasi¨®n por la libertad. Comprendi¨®, con Mar¨ªa Zambrano, que la imagen de la vida hist¨®rica, la realidad de nuestra historia, debe provenir de la m¨²sica, de ese orden que armoniza las diferencias, para que nunca m¨¢s la dial¨¦ctica amigo-enemigo siembre odio en la tierra espa?ola y que la amistad c¨ªvica sea el motor de la sociedad. Los referentes ideol¨®gicos del sector social que ¨¦l representa hacen m¨¢s hoy por destruir y oscurecer las v¨ªas de soluci¨®n que por poner luces de esperanza sobre la barricada.
El homenaje que todos debemos a Adolfo Su¨¢rez y que yo concreto hoy en estas sencillas palabras de afecto y reconocimiento, es tambi¨¦n una llamada de atenci¨®n para que su ejemplo cunda, para que las personas del centro-derecha abran los ojos y marchen con los dem¨¢s por los senderos que abri¨® la transici¨®n. ?se es quiz¨¢s el mejor homenaje que todos podemos hacer a la admirable figura silenciosa de Adolfo Su¨¢rez.
Gregorio Peces-Barba Mart¨ªnez es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho y rector de la Universidad Carlos III de Madrid
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