Eurochavismo y Enzensberger
Tengo, respecto de los mochileros izquierdistas europeos que ¨²ltimamente visitan Venezuela, la sensibilidad de un lirio amaz¨®nico para topar con agua: es un algo inexplicable e infuso que me pone, permanentemente, en contacto con estos observadores de p¨¢jaros que vienen a la Venezuela de Ch¨¢vez bajo el mismo trance rousseauniano y rive gauche con que Jean Paul Sartre debi¨® visitar a Fidel Castro y la "promisoria" Cuba de los a?os sesenta.
Continuamente me topo en la calle, en librer¨ªas, en mercados populares, en aeropuertos de provincia; bien varados a la orilla de una carretera andina, bien en las estaciones del metro, con "onegeros" franceses, vascos, catalanes, ingleses, holandeses, suecos, americanos o canadienses que vienen a "observar el proceso" y a dar una mano.
Algo en mi aspecto y talante -soy mestizo de canario y mulata, como millones de mis compatriotas- los anima a abordarme y, como decimos aqu¨ª, a "darme muela".
Otra tipolog¨ªa visitante, menos visible que la de los m¨¦dicos cubanos, viaja en metro, viste de guayabera o camiseta de algod¨®n y habla recio, en franc¨¦s, cuando se dirige al centro de Caracas, a sus oficinas de asesor¨ªa de esto y de lo otro, exultante en su voluntariado, revuelta -por una corta temporada, eso s¨ª- con el corrupto e inepto funcionariado criollo, contribuyendo con una "revoluci¨®n" latinoamericana.
Es cosa de re¨ªr la embobecida y a la vez t¨¢ctil mirada que estos varones echan a la proverbial belleza femenina del patio al tiempo que aroman los vagones del metro de Caracas con su humana, m¨¢s que humana, mixtura de emanaciones axilares y Gauloises. Est¨¢ prohibido fumar en los vagones del metro, pero ninguno de estos Regis Debray se da por enterado.
Hay un barcito en Caracas, una tasquita administrada por un antiguo etarra que, en tiempos de Carlos Andr¨¦s P¨¦rez, parte I, hall¨® asilo en mi pa¨ªs y devino tabernero.
La tasca est¨¢ en el conf¨ªn de los municipios Libertador y Chacao, y hasta hace poco sol¨ªa yo hacer tiempo en ella tom¨¢ndome un roncito, por las tardes, esperando que amainase el tr¨¢fico o la lluvia. Nunca me import¨® compartir la barra con compatriotas chavistas, gente de ideas inactuales proferidas a voz en cuello, pero al fin tan impecune y sin ambiciones ni conexiones reales con el poder pol¨ªtico como yo mismo.
Lo que no he aprendido a soportar en calma es a un "altermundista" que se ha hecho parroquiano de la tasca del etarra y da siempre en entablar conversaci¨®n conmigo -crey¨¦ndome chavista, pienso yo- en un espa?ol lleno de modismos mexicanos, aprendido, como cabr¨ªa esperar, a la carrera y antes de una peregrinaci¨®n ritual a Chiapas.
Cuando ya est¨¢ algo "jalado", el eurochavista entona un bolero que imagino ser¨ªa muy del gusto de Bel¨¦n Gopegui o Gaspar Llamazares.
Me refiero al planto ese de las inequidades y los "sin tierra" y las ¨¦lites blancas y las etnias ind¨ªgenas oprimidas y la perversa globalizaci¨®n que el eurochavista, en su espa?ol mostrenco, prefiere llamar "mondializaci¨®n". ?Ah!, y la solidaria aprobaci¨®n del fusilamiento de disidentes en Cuba.
El eurochavista de mi cuento -un ya no tan joven holand¨¦s que, en el colmo de la presunci¨®n, finge entender de b¨¦isbol caribe-, hace poco tuvo la gentil ocurrencia de obsequiarme un ejemplar de La izquierda despu¨¦s de Seattle, insustancial panfletillo atribuido por su editorial a la soci¨®loga chilena Marta Harnecker, gesto que agradec¨ª gustoso, luego de asegurarle que me gustar¨ªa leer alg¨²n d¨ªa algo titulado La izquierda despu¨¦s de Harnecker.
Justo aqu¨ª, creo, es donde calza la cita de Hans Magnus Enzensberger que justifica esta bagatela caraque?a. Puede hallarse en un extraordinario ensayo suyo titulado: El m¨¢s alto estadio del subdesarrollo: una hip¨®tesis sobre el socialismo real.
Fue escrito a fines de los ochenta, en tiempos del debate acerca de la "reformabilidad" del socialismo, cuando todav¨ªa abundaban pa¨ªses socialistas en el planeta y mucho antes que Ch¨¢vez nos propusiera a los venezolanos dejarnos conducir por ¨¦l a lo que llama "socialismo del siglo XXI".
Apareci¨®, estupendamente traducido por Alberto Vital, en un n¨²mero de la legendaria revista Vuelta, que fundara Octavio Paz.
He aqu¨ª lo que Enzensberger bien podr¨ªa decir hoy del Holand¨¦s Errante de la tasca del etarra y, para el caso, de tanto mochilero bienintencionado que vuelve sus ojos misericordiosos hacia mi pa¨ªs.
"Existe gente entre nosotros -a todos los conocemos bien- que cree haber redescubierto en las sociedades pobres aquello que hemos perdido en las nuestras: experiencias elementales, solidaridad, domingos sosegados, trabajo en el campo, sentimientos plenos de desinter¨¦s, igualdad en las necesidades comunitarias. Les disgusta precisamente todo eso en lo que las aventajamos. Los desborda la complejidad de nuestras relaciones; les repugna la frialdad y la deslealtad de nuestras luchas; los aterroriza el panorama de una cat¨¢strofe futura; nos destrozan los nervios con sus consabidos lamentos sobre 'el vac¨ªo' y 'la falta de sentido'. Admito que sus achaques contienen un trozo de verdad, bien que duro y tosco. Me sorprende que tal verdad nada diga sobre el segundo, el tercer y el cuarto mundo. Los descubrimientos de los buscadores de sentido no son sino proyecciones de sus propios problemas. Hablan como un ciego sobre los colores y presiento que nada podr¨ªa emprenderse con ellos. Los polacos no son ninguna tribu de indios; los cubanos tampoco son anabaptistas. En ning¨²n sitio se puede encontrar hoy, de Managua a Shanghai, ni el m¨¢s lejano reflejo de las primitivas revoluciones. Majestuosa devastaci¨®n de los deseos humanos, de la fantas¨ªa y de la productividad del hombre: quien preserva el subdesarrollo por medio de la violencia es como quien busca su salud en la locura".
Como dir¨ªan en Prado de Mar¨ªa, mi barrio natal: "Firmo al lado, Hans Magnus, brodercito".
Ibsen Mart¨ªnez es escritor venezolano.
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