El 'cicl¨®n Mugabe' en Zimbabue
Una clara conciencia es lo que m¨¢s humildes nos hace con respecto a las aut¨¦nticas posibilidades de nuestro hacer y a nuestro verdadero poder. Es efectivamente dudoso que con "los mimbres torcidos" de que est¨¢ hecha la humanidad se pueda llegar alguna vez a erradicar el sufrimiento y el dolor evitables del mundo. Parece m¨¢s a nuestro alcance no agravar artificial y voluntariamente esos males. Y, sin embargo, a veces ni siquiera logramos este aligeramiento m¨ªnimo de la carga del mundo.
En lo relativo a la adquisici¨®n de unas condiciones m¨ªnimas de habitabilidad -como parte sustantiva de la lucha inveterada por erradicar la pobreza- parec¨ªa haberse alcanzado ya internacionalmente hace m¨¢s de una d¨¦cada este consenso meramente facilitador: no agravar nunca con expulsiones la situaci¨®n de los pobladores m¨¢s desfavorecidos, autoconstructores de su propio cobijo que, frente a los sin techo, han mostrado el coraje de hacer por s¨ª mismos todo lo que pueden.
Efectivamente, si bien resulta harto dif¨ªcil que los diversos poderes p¨²blicos y administraciones puedan llegar nunca a solucionar definitivamente a los pobres sus problemas de residencia, infraestructuras y servicios, a dichos poderes y administraciones les cabe, al menos, no empeorar las condiciones generales de habitabilidad y facilitar en lo posible a estos pobladores su propio hacer espont¨¢neo de autoconstructores sin recursos. No impedir, pues, mientras no haya una alternativa viable, las intervenciones que, en materia de cobijo y habitabilidad, los pobres se han decidido a hacer por s¨ª mismos con sus escas¨ªsimos medios.
Con un esp¨ªritu opuesto al de facilitar la vida de esas personas ha procedido extempor¨¢neamente, al parecer, la brutal campa?a de demoliciones -y de desplazamientos de poblaci¨®n consecuentes, m¨¢s de 400.000 personas- emprendida por Robert Mugabe en los asentamientos urbanos marginales de Zimbabue. A tenor de la escasa informaci¨®n recibida, tales demoliciones no hacen sino dificultar a¨²n m¨¢s la infravida de esas gentes, cuando no impedirla.
El acontecer hist¨®rico est¨¢ lleno de decisiones criminales tomadas en nombre de la racionalidad y de una justicia universal -nunca jam¨¢s instaurada sobre la faz de la tierra- que, sin embargo, hubieran sido autom¨¢ticamente evitadas desde la m¨¢s elemental de las piedades, desde la compasi¨®n mutua que todos nos debemos. No cabe la menor duda de que, si esa virtud individual de la piedad se hubiera dado en quienes han tomado esas decisiones porque detectan ahora el poder en Zimbabue, al menos esta cat¨¢strofe se hubiera evitado.
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