Demasiados a?os
En Catalu?a, como en todas partes, el nacionalismo nunca ha dejado de mostrar de una manera u otra su tendencia irreprimible a la exclusi¨®n. En los a?os de CiU, los representantes del PSC y del PPC tuvieron que escuchar casi todos los d¨ªas c¨®mo se negaba su legitimidad, y recuerdo un art¨ªculo aparecido en la campa?a de las auton¨®micas de 1999 en el que un periodista af¨ªn al soberanismo expresaba su inquietud por la posibilidad de que Maragall, ?un pol¨ªtico de obediencia espa?ola!, llegara a ser presidente de la Generalitat. En c¨ªrculos nacionalistas, por otro lado, se hablaba a menudo de la "Catalu?a catalana" para referirse al caladero de votos, situado m¨¢s all¨¢ del cintur¨®n urbano, en el que suelen faenar con ah¨ªnco los pescadores de la flota nacional. Sin pudor alguno, los barceloneses y su entorno fueron presentados durante a?os al resto de los catalanes como una fuente constante de infecci¨®n. Este rechazo estuvo presente de manera subliminal en los discursos pol¨ªticos y en el lenguaje de la televisi¨®n auton¨®mica, que en los a?os noventa hasta lleg¨® a sacar en un programa a grupos de j¨®venes de comarcas coreando en plena borrachera su repertorio de insultos contra los barceloneses. Era lo que se daba y hab¨ªa que mostrarlo sin m¨¢s. Ni que decir tiene que una parte muy sustancial del llamado rock catal¨¢n, tan cari?osamente subvencionado por la Generalitat, contribuy¨® como nadie a extender entre los adolescentes de la Catalu?a rural esa idea amenazante de una Barcelona espa?olizada a la que hab¨ªa que oponerse con desprecio. Es normal hasta cierto punto, y ocurre en todos los pa¨ªses, que los habitantes del interior miren con recelo a la capital, pero no puede considerarse m¨¢s que una grave irresponsabilidad que el poder pol¨ªtico fomente ese tipo de sentimientos.
El nacionalismo ha sido siempre un instrumento id¨®neo para convertir en ajenas las tensiones internas de una sociedad. Franco presentaba como una epopeya nacional la eliminaci¨®n f¨ªsica o pol¨ªtica de media Espa?a. El enemigo estaba dentro, formaba parte de lo propio, pero para justificar su exterminio se le identificaba como algo venido de fuera con el fin perturbar el orden milenario de la patria y corromper su esencia. Es el mismo discurso que encontramos en la extrema derecha francesa. En el colmo de las paradojas, Maurras, el l¨ªder de Action Fran?aise, deseaba el triunfo de Hitler para impedir que Francia volviera a llenarse de judios y masones: entregar el pa¨ªs a Alemania era la mejor forma de preservar los "intereses nacionales". Que no se me entienda mal: ser¨ªa injusto reducir todo nacionalismo a sus formas m¨¢s perversas. Concedamos a los te¨®ricos de la ideolog¨ªa identitaria la distinci¨®n entre dos tipos de nacionalismo: uno de corte agresivo y expansionista, y otro puramente defensivo. Aun admitiendo esto, reconozcamos a continuaci¨®n que las fronteras entre los dos son a menudo difusas. El caso del Pa¨ªs Vasco, con la normalizaci¨®n del asesinato, la extorsi¨®n y el acoso como instrumentos de actividad pol¨ªtica, ha dejado bien claro que algunos nacionalismos de los llamados defensivos no se diferencian de sus antecesores fascistas ni en crueldad ni en objetivos. Se trata, como se trataba con Franco y con Maurras, de deshacerse de la parte de la poblaci¨®n que entorpece los designios del clan. Y como siempre, se echa mano del viejo truco de presentar a esa parte como un cuerpo invasor. Este procedimiento suele tener gran predicaci¨®n entre ciertos sectores de la juventud muy proclives a confundir los conceptos de mito, territorio y ciudadan¨ªa, y a encontrar en esa confusi¨®n un aval para la perversi¨®n moral.
En Catalu?a nunca hemos padecido enfermedad tan grave, pero el nacionalismo catal¨¢n, tan alejado como se quiera de la tentaci¨®n totalitaria, utiliza como cualquier otro esa preciada alquimia que permite transformar al disidente o al impuro en forastero. Tal procedimiento de extirpaci¨®n permiti¨® a los sucesivos gobiernos de Pujol eludir cualquier responsabilidad en los conflictos internos: en Catalu?a nunca hubo conflictos ni sociales, ni econ¨®micos, ni culturales; s¨®lo hubo, y sigue habiendo, un enemigo exterior. Deber¨ªamos dejar a los expertos que diluciden, con la fr¨ªa precisi¨®n de
sus conocimientos t¨¦cnicos, si el declive de la econom¨ªa catalana se debe a la descompensaci¨®n de la balanza fiscal o a la desidia de un pa¨ªs que lleva a?os mortific¨¢ndose a s¨ª mismo y a los dem¨¢s, como esos amargados que no paran de contar a propios y extra?os lo ingrata que ha sido la vida con ellos. En cualquier caso, los expertos deber¨ªan explicar tambi¨¦n por qu¨¦ la Comunidad de Madrid, con parecido d¨¦ficit fiscal, ha conseguido en los ¨²ltimos a?os un crecimiento espectacular en todos los frentes. Y que no me salgan ahora con el cuento de que Madrid resta de las inversiones en su comunidad lo que corresponde a las infraestructuras pol¨ªticas y culturales del Estado. Hay que ser muy ingenuo o muy pillo para creer que esa deducci¨®n razonable justifica por s¨ª sola todos los males de la econom¨ªa catalana.
Sea como sea, habr¨ªa que dejar de intoxicar de una vez por todas a la sociedad catalana con alusiones al expolio fiscal como la que llev¨® a ERC a aumentar tan considerablemente sus votos en las ¨²ltimas elecciones. En Catalu?a, dig¨¢moslo claro para los que todav¨ªa juegan con eso, no hay persecuci¨®n alguna de la lengua castellana; lo que hay es una contumaz reticencia a asumirla como propia por parte de la Administraci¨®n y una hiperprotecci¨®n oficial del catal¨¢n que despoja a esta lengua de todos sus atractivos. En Catalu?a, deshagamos tambi¨¦n ese equ¨ªvoco, tampoco hay d¨¦ficit democr¨¢tico alguno, aunque un contingente de votantes no se ve representado en los manejos de sus pol¨ªticos. Lo que hay en Catalu?a es una exhibici¨®n permanente de malos modales, una atribuci¨®n continua de los problemas propios a causas externas y un fomento constante de la cultura del enfrentamiento entre los j¨®venes. Llevamos demasiados a?os metidos en ese pozo.
es ensayista.
Ferran Toutain
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