De Pakist¨¢n a Palestina
La hiperpotencia norteamericana, tal como la bautiz¨® Hubert Vedrine, domina o ejerce una influencia decisiva en la mayor parte del arco de pa¨ªses isl¨¢micos que va desde el Punjab, a la puerta del subcontinente indost¨¢nico, hasta el Mediterr¨¢neo oriental. Esa hegemon¨ªa, directa o a trav¨¦s de aliados interpuestos, abarca, de este a oeste, Pakist¨¢n, Afganist¨¢n, Irak, la pen¨ªnsula Ar¨¢biga, Jordania, Egipto y el antiguo mandato de Palestina, que controla Israel.
En esa extensi¨®n, cuyo dominio muchos consideran esencial para la buena salud del Siglo Americano -la segunda mitad del XX y lo que va del XXI-, Estados Unidos ha tomado importantes posiciones tan s¨®lo en el ¨²ltimo tr¨¢nsito de siglo. Afganist¨¢n e Irak, o lo que queda de ellos, han a?adido a ese arco continuidades arduas, pero prometedoras, tras sendas guerras que, militarmente, no pod¨ªan ser sino favorables a Washington.
Irak es una terrible guerra, que la ocupaci¨®n norteamericana hace casi imposible de ganar, y la eventual retirada podr¨ªa hasta condenar a la derrota
Y en esa operaci¨®n, b¨¢sicamente exitosa, Estados Unidos ha invertido sumas perfectamente costeables, con un desembolso en vidas francamente modesto. V¨¦ase c¨®mo el control, directo o indirecto, de los mayores campos petrol¨ªferos del planeta; el ojo todav¨ªa puesto en Suez; la seguridad de Israel, que se superpone a la propia de Estados Unidos en el ¨¢rea; la derrota del Estado talib¨¢n-afgano que proteg¨ªa al architerrorismo de Bin Laden, y el establecimiento en Bagdad de un Gobierno elegido que al menos hoy tiene el mayor inter¨¦s en ser la correa de transmisi¨®n de Washington, se han conseguido con apenas una fracci¨®n de la inmensa riqueza que genera la emprendedora sociedad norteamericana, m¨¢s unos miles de nacionales muertos en combate. A eso, la reina-emperatriz Victoria o Felipe II lo habr¨ªan calificado, sin dudar, de ¨¦xito. Y si comparamos la performance del segundo Bush con la de sus antecesores, el contraste es a¨²n mayor. En Corea, hace 50 a?os, un empate militar cost¨® 30.000 bajas mortales, y otra guerra que 20 a?os m¨¢s tarde Washington perder¨ªa en Indochina, casi 60.000. Y, sin embargo, la protesta crece en Estados Unidos contra el coste del imperio.
Los tiempos est¨¢n cambiando
De un lado, juega un factor que acostumbramos a llamar s¨ªndrome de Vietnam, pero que ya desborda aquella infeliz coyuntura. No es s¨®lo el recuerdo de una sangr¨ªa innecesaria lo que gravemente limita el entusiasmo de la opini¨®n por las aventuras exteriores, sino un sentimiento a¨²n m¨¢s generalizado y profundo que es el car¨¢cter pos-heroico del mundo occidental. Morir en la guerra es s¨®lo cosa de pobres y, a ser posible, de otro color. Y ni siquiera la recluta semimercenaria de latinos recientemente inmigrados o negros antiguamente instalados alivia ese mal cuerpo. Los hu¨¦spedes se adaptan r¨¢pidamente a las costumbres locales. Y de otro, el car¨¢cter de obra abierta, de pozo a cuyo fondo nunca se acaba de llegar, aunque percibido por la opini¨®n de forma quiz¨¢ medio inconsciente, puede que influya a¨²n m¨¢s en forjar una sensaci¨®n de insufrible provisionalidad.
En Afganist¨¢n se intensifica la guerrilla talib¨¢n, y las tropas occidentales dominan apenas el terreno que pisan, con lo que, si el antiguo pa¨ªs est¨¢ neutralizado, no se ve nacer por ello un nuevo Afganist¨¢n; Pakist¨¢n es un excelente aliado si no se pasa de las instancias del poder en Islamabad, pero que permanece abierto a todas las inteligencias con el enemigo cuando se trata de operar sobre el terreno; Irak es una terrible guerra que la ocupaci¨®n norteamericana hace casi imposible de ganar, y la eventual retirada podr¨ªa hasta condenar a la derrota; en Arabia Saud¨ª y aleda?os, la insurgencia islamista se retroalimenta de todos los desastres vecinales, lo que tampoco hace bien alguno a la adosada Jordania; Egipto monta una apertura de pacotilla para una sociedad cada d¨ªa menos d¨®cil, y en Palestina, la incre¨ªble y sanguinaria obstinaci¨®n de un pueblo que pierde todas las batallas impide la plena instalaci¨®n de la paz israelo-americana.
El hecho, finalmente, de que a ese carcaj le falten varias flechas es a¨²n motivo de mayor preocupaci¨®n, tanto para Washington como para los naturales de los Estados insumisos. Ir¨¢n est¨¢ expuesto a ominosos peligros, aunque dif¨ªcilmente a una invasi¨®n terrestre mientras est¨¦ protegido por la obra inacabada de Bagdad. Y si Siria es, comparativamente, una inquietud menor, las posibilidades de inducir un cambio de guardia en Damasco, como el que dicen que ocurre en L¨ªbano, parecen hoy escasas. ?Exigir¨¢ esa partitura a medio escribir nuevas operaciones del ¨²nico superpoder activo en el antiguo arco?
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