Los ni?os del pedregal
Padres marroqu¨ªes env¨ªan a sus hijos a Espa?a para que les manden dinero
Hich¨¢m y Ahmed, dos chicos de 18 y 19 a?os que comparten piso en Granada, dejaron sus aldeas en el centro de Marruecos para buscarse la vida en Espa?a reci¨¦n cumplidos los 16 a?os. Sus padres, cuyos pueblos distan s¨®lo 20 kil¨®metros, les pagaron el billete en patera asumiendo que en el viaje se jugaban la vida. EL PA?S ha visitado a sus familias, que, desde entonces, no los han vuelto a ver.
El contacto es H?j Azelmar. En El-Assasel, un suburbio de la ciudad de El Kela?-des-Sraghna (84 kil¨®metros al este de Marraquech, Marruecos), todo el mundo sabe que ese se?or de las cercan¨ªas de Alhucemas, muy respetado por haber peregrinado a La Meca, ayuda a la gente a cruzar a Europa.
Su tel¨¦fono lo distribuye un comerciante del pueblo que ofrece sin reparos el viaje a los ni?os. Azelmar se pone al tel¨¦fono:
-Hola buenos d¨ªas, soy amigo de Rachid el Cassaoui , ¨¦l me ha dado su tel¨¦fono, ?lo conoce?
-S¨ª, s¨ª, dime ?qu¨¦ quieres?
-Tengo un chico al que le interesar¨ªa hacer el viaje...
-?Un viaje adonde?
-Viaje a Espa?a, cruzar...
-Ah, vale. Yo estoy en Alhucemas, dile que me llame a este m¨®vil y ya quedo yo con ¨¦l.
-S¨ª, pero antes d¨ªgame cu¨¢nto cuesta.
-160.000 rial (unos 8.000 euros).
-Es much¨ªsimo, pero ?de d¨®nde tiene que salir?
-De Jebha, [la zona costera de Marruecos entre Ceuta y Alhucemas].
La cantidad que pide el traficante de hombres es inalcanzable para la gente de esta zona del Marruecos central, un inmenso pedregal salpicado de oasis de olivos y ma¨ªz, donde clanes familiares repletos de ni?os malviven con la agricultura y las ovejas y gallinas que guardan en casa.
Regateando consiguen bajar el precio hasta los 800 euros, una suma que obtienen vendiendo tierras y animales. Conf¨ªan en que los chicos empezar¨¢n a mandar remesas de dinero en cuanto encuentren trabajo en Espa?a.
Pero ni Ahmed, que se embarc¨® en 2002, con s¨®lo 16 a?os, ni su hermano mayor, Rachid, que parti¨® un a?o despu¨¦s, han enviado un solo dirham a la casa de su padre.
El fkih (responsable de la mezquita) Budeli, se muestra enfadado al explicar que los 400 euros que el Ministerio de Asuntos Isl¨¢micos le paga al a?o como profesor y las propinas de los fieles, no bastan para sacar adelante a su mujer, sus cuatro hijas, su yerno y sus tres nietos.
"El hijo del vecino [que tambi¨¦n vive en Espa?a] ha llamado para decirle a su padre que pida licencia para construir un piso m¨¢s, que pronto les mandar¨¢ el dinero para pagar la obra", se queja Budeli, que se consuela con la suposici¨®n de que lo haya conseguido traficando con hach¨ªs o simplemente robando.
En total, unos 20 chavales de este peque?o douar (aldea) en el que viven unas 200 personas han seguido los mismos pasos desde entonces. Muchos de los que se fueron eran m¨¢s peque?os que Ahmed.
La Guardia Civil detuvo al chico hace tres a?os frente a la costa de Motril (Granada). En su patera viajaban otras 50 personas, entre ellas tres j¨®venes de su edad de aldeas cercanas a la suya.
Una mafia lo aloj¨® durante un mes en un hotel de Alhucemas a cambio de otros 180 euros hasta que lleg¨® el momento del embarque. Ahmed asegura que no lo volver¨ªa a intentar. El viaje se prolong¨® durante 36 horas debido al mal estado de la mar.
"Todo el mundo vomitaba y rezaba. Pens¨¢bamos que ¨ªbamos a morir", cuenta el chaval.
Cuando lo encontraron en medio del mar, los agentes lo condujeron desde el puerto al centro de primera acogida ?ngel Ganivet de Granada, donde permaneci¨® seis meses.
De ah¨ª se traslad¨® a un piso tutelado de la ONG Aldeas Infantiles, que lo matricul¨® en varios programas de garant¨ªa social en los que aprendi¨® espa?ol, jardiner¨ªa, cer¨¢mica y construcci¨®n.
Pas¨® una mala racha "por las malas compa?¨ªas". Pero hace tiempo que dej¨® de esnifar pegamento, fumar porros y beber. Ahora hace pr¨¢cticas en una f¨¢brica de cartuchos de tinta y gana 300 euros al mes.
En su peque?a barraca de adobe, sin electricidad y con un solo grifo, Budeli y su mujer, M'Barka, cuentan que el viaje a Espa?a fue el segundo intento de Ahmed para buscarse la vida fuera del pueblo.
"Dos a?os antes, hubo problemas con ¨¦l en la mezquita [donde estudiaba el Cor¨¢n junto a Budeli]", explica su padre. "Los padres de los ni?os a los que ense?aba me dijeron que o Ahmed se marchaba o me echar¨ªan a m¨ª del trabajo", prosigue.
Sin ninguna perspectiva de futuro, el chico viaj¨® a Nador (junto a Melilla), donde malvivi¨® como jornalero por cuatro euros al d¨ªa para volver a casa un a?o despu¨¦s. "S¨®lo trajo tres litros de aceite y tuvimos que comprarle ropa nueva", contin¨²a su padre. "Volvi¨® muy delgado porque lo ¨²nico que tom¨® durante ese tiempo fue leche agria", a?ade.
El fracaso le toc¨® su orgullo de adolescente y Ahmed, deprimido, se encerr¨® en casa, explica su madre mientras abraza su retrato. Un d¨ªa pidi¨® dinero para marcharse a Espa?a, pero Budeli y M'Barka se lo negaron.
Hasta que consigui¨® convencer a su padre de que el viaje ser¨ªa la soluci¨®n a sus problemas econ¨®micos. "Lo dejamos en las manos de Dios; sab¨ªamos que era peligroso, pero lo acompa?aban otros chicos de la aldea", explica el padre. Cuando Budeli vendi¨® su ganado para pagar la traves¨ªa de su hijo, fue M'Barka la que cay¨® en la depresi¨®n.
Ahmed vive ahora en una casa tutelada en el barrio del Zaid¨ªn, en Granada. La comparte con Hich¨¢m (18 a?os), otro chaval de otro pueblo a escasos 20 kil¨®metros de la casa de Budeli, que parti¨® hace a?o y medio. La patera de Hich¨¢m, a diferencia de la de Ahmed, evit¨® la vigilancia de las patrulleras y, a pesar de que la barca se parti¨® en dos junto a la costa, el chico consigui¨® llegar a tierra.
Se escondi¨® durante dos d¨ªas en el campo hasta que unos compatriotas se lo llevaron a Almer¨ªa en coche. Por ese segundo viaje, de un centenar de kil¨®metros, pag¨® 250 euros m¨¢s.
Viviendo en un cortijo abandonado en el campo se dio cuenta de que los invernaderos no estaban hechos para ¨¦l. Se estableci¨® durante unos meses en la barriada marginal de El Puche, a las afueras de la capital. Hasta que un amigo, tambi¨¦n de Kela?-des-Sreghna, le cont¨® maravillas de un centro de menores de Granada.
Nada m¨¢s bajar del autob¨²s se present¨® en la polic¨ªa. Los agentes lo condujeron al centro ?ngel Ganivet hace algo m¨¢s de cuatro meses. Ahora trabaja en una empresa de catering.
La situaci¨®n de la familia de Hich¨¢m era m¨¢s desahogada que la de los padres de Ahmed. Estudi¨® en una escuela convencional y no en la mezquita como su amigo, pero la abandon¨® en mitad del tercer curso de Secundaria.
"Cada d¨ªa ten¨ªa que recorrer nueve kil¨®metros a pie o en bicicleta, por lo que decid¨ª ponerme a trabajar en las tierras de mi abuelo", explica. "Las tierras", como ¨¦l las llama, son diez olivos plantados a las espaldas de su casa. S¨®lo dos o tres han dado fruto este a?o debido a las heladas del invierno y a una primavera excesivamente seca, cuenta su padre, Khalifa el Arabi, mientras los recorre.
El clan de los Arabi, formado por m¨¢s de 100 v¨¢stagos, ocupa una aldea entera a las afueras de Tnine-Mhara, a unos 20 kil¨®metros de Kela?. Todos son descendientes de Mohamed, el abuelo y patriarca familiar, de 94 a?os, al que su longevidad ha permitido conocer a sus bisnietos.
Con la ayuda de sus hijos varones, construy¨® hace siete a?os este conjunto de casas de adobe. Lo levantaron junto a un pozo de 40 metros de profundidad del que sacan el agua con una bomba di¨¦sel. Una cabra con una pata rota, cinco ovejas, varias gallinas y un caballo, completan el patrimonio de la casa familiar.
En el sal¨®n de este peque?o cortijo color marr¨®n, Mohamed preside una reuni¨®n en la que los hombres esperan noticias de Hich¨¢m. Sentado en el suelo, frente a un vaso de t¨¦, su padre cuenta que es el nieto favorito del abuelo, que siempre se opuso al viaje.
"Las mujeres fueron un d¨ªa a pedir a un santo de la zona que ¨¦l y los 20 ni?os con los que se fue tuvieran suerte en Espa?a, pero el abuelo rezaba para que la polic¨ªa lo devolviera", dice. "Ahora, cuando llama por tel¨¦fono, no le dejamos hablar con ¨¦l. Se emociona y eso es malo para la gente de su edad", dicen.
Cuando Hich¨¢m decidi¨® marcharse, el padre lo comprendi¨®. "Aqu¨ª, con la falta de agua, es dif¨ªcil encontrar trabajo, y el poco que hay, no da ni para tabaco", se justifica. "Adem¨¢s, el ambiente entre los chicos est¨¢ muy enrarecido debido al alcohol, el hach¨ªs y las peleas", a?ade Khalifa, que, sin darle muchas vueltas, vendi¨® un toro para conseguir el dinero.
Mohamed, el abuelo, se levanta dando por terminada la reuni¨®n. Los hombres salen del cuarto para dejar paso a las mujeres, que recogen la mesa y los cojines del suelo. Junto al lugar donde los apila la madre de Hich¨¢m, en esta casa en medio del desierto, a 400 kil¨®metros del mar, hay un chaleco salvavidas de color naranja.
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